Un olor, un sonido, una canción, una calle que se toma de manera distraída y de repente, al levantar la vista se vuelve familiar si la observas con tus ojos de los quince años… todo ello invoca a la nostalgia, un sentimiento que te atrapa y que te hace temblar durante un instante, quizá unos minutos y en algunos casos durante un tiempo que se hace interminable
Los últimos años te has convertido en una persona hipersensible al recuerdo y la evocación. Siempre mirando hacia adelante, que crees que es lo único que te salva de anclarte en un pasado que, posiblemente, ni siquiera es tan bueno como aparece en una mente melancólica, ni tiene solución, lo que fue, fue y, en la mayoría de los casos, es imposible de repetir. Luchando por un futuro, creando una vida día a día, minuto a minuto, dejando millones de cosas atrás que sientes que ya no te aportan nada y generando rutinas, apetitos y momentos que te llenen de ilusión y energía. Pero el pasado siempre está ahí, y en el momento menos pesado, su zarpazo te atrapa sin remedio.
Este fin de semana has vuelto a la casa de tus veranos, tus fines de semana largos de estudiante, las rodillas llenas de arañazos de caerte de aquella bicicleta BH de la que no os despegabais y a bordo de la que vivíais mil aventuras, algunas tan peligrosas que los padres de ahora podrían fibrilar solo de pensarlo. Comíais uvas, higos, mora, todo lo que la naturaleza os ofrecía, os bañabais en una charca en la que antiguamente se aseaban las mulas y los burros, os colabais en haciendas abandonadas…
La casa de tus primeros escarceos amorosos, las primeras decepciones, los primeros besos y los primeros admiradores que aseguraban que si no les querías se morirían de amor… ya nadie muere de amor o eso te parece a ti… Aquellos paseos que objetivamente eran de diez minutos pero en realidad eran eternos de la plaza a la urbanización en la que vivíais muchos de vosotros, a veces en grupo, en ocasiones en pareja…
Otra casa, la de tus abuelos, ahora prácticamente en ruinas, la de tú tía favorita, la que os cuidó, mimó y tapó travesuras y escapadas, en la que tu prima mayor te utilizaba de tapadera para quedar con su noviete o salir con sus amigos con la excusa de que se llevaba a la niña a dar una vuelta y luego el pretexto de acompañar a la adolescente a comprar pipas, a tomar una coca cola… Todavía recuerdas cuando aparecieron vuestras madres en camisón en la única discoteca del pueblo porque a tu prima mayor se le pasó la hora, mucho, y tú, con mis 9 o 10 años estaba a su lado (era un pueblo y eran finales de los 80, lo de las leyes de no dejar pasar a menores se pasaban bastante por alto)
Luego llegó el desencanto, el instituto en Madrid, la pereza de ir hasta allí, el alejamiento de esos amigos a los que adorabas y con los que te escribías cartas a diario (madre mía, aún no existía internet ni nada que se le pareciera, hablabais durante hora desde el único teléfono fijo que había en la casa y tus padres al lado escuchando) Y pasaron casi 20 años. Solo volviste a pisar ese escenario para acudir a entierros, tu tío, tu abuela, tu abuelo… Ni siquiera pasabas por la casa familiar. Un alejamiento absoluto, se cortó el lazo de raíz.
Y este fin de semana, por circunstancias de la vida, te has quedado sola toda una tarde y una noche en tu vieja habitación, el patio y los dos pisos, sola con tu perro, que ni siquiera conocía ese hábitat. Has salido a pasear con él y de repente te has perdido, sí, en un pueblo, pues te has perdido… Lo que antes era todo campo, ahora son casas majestuosas, glorietas, parques infantiles, todo el paisaje modificado. Pero de pronto algo conocido, un árbol, un edificio concreto, y el olor a leña, ese olor que a partir de las seis de la tarde invade todo el pueblo. Y la calle donde te besó, el rincón donde os sentabais toda la pandilla para hablar sin parar de vuestros sueños, con las bicicletas abandonadas de manera indolente a vuestros pies, con rasponazos por todo el cuerpo de las espinas de los rosales de la casa por la que habíais trepado. El banco donde te dijo que te amaba y te amaría siempre, la esquina donde tu abuela sacaba la silla para sentarse al fresco y despellejar con las vecinas, los soportales donde os escondíais para tomar cervezas cuando no teníais edad para hacerlo…
Y de pronto, todo el peso del paso del tiempo cae sobre tus hombros, y sientes que esa vida no ha podido ser tuya, es imposible, ¿qué queda de todo eso en ti? La vida es tan diferente ahora. Ni mejor ni peor, simplemente distinta. No añoras ese pasado, no te arrepientes de haber cortado con ese lugar, pero si echas de menos la sensación de que un verano es eterno, que el destino está a tus pies y que puedes conseguirlo todo sólo subiendo a una bicicleta y logrando sortear los baches. Eres feliz, pero darías algo por volver a sentirte así durante diez minutos. Sin duda.