Escribo y releo lo escrito para detener, Para identificar y lograr el cambio que merecen las crisis. Pero reconozco que los intentos son meros agujeros, Meros ruidos de alguien que intenta dormir o espantar los zancudos. Aquí no hay otra perspectiva, no encuentro el ardor, la alcantarilla destapada.
Las noches tienen una caña de pescar precisa para los desencantados; Demasiados cuerpos sufren de algo que no es el mundo en esta sombra. Hay desnudas desesperaciones cansadas entre las sábanas, Puestas entre la soledad y cierta manera indiferente de morir a priori, Situaciones de cuerpos meditabundos escuchando discos de blues y silencios neocolonialistas; Formas, nada más, humanas, remedando el presente; la más fiel figura del sensible.
Ya no se puede mirar la luna con el mismo prestigio o la nostalgia. Las estrellas son apenas un sonido vago casi esclarecedor de los cuerpos tirados entre el caos, Afuera, se confunde un muerto, echado a perder sobre el andén, con el amor, Con los desastres de la frontera y las primeras chispas del hogar: Lugar preciso donde se originaba el fuego, la verdadera madriguera de la pira.
Y hay todavía gente recibiendo la alegría como si fuera una limosna. Yo he tenido que aguantar eso, algo he deseado muchas veces Pero he llegado al amanecer con la tribulación despierta como una fogata.
Creo que no hay mejor salida que la de los despreciadores o los blasfemos; Una habitación con la luz encendida puede ser todo lo que necesita el destino para escribir, Para enfilar, sobre el entumecimiento de los durmientes, todos los leños: Hablo, claro está, de las orillas a donde llegan los peces hinchados de desasosiego, De esos linderos donde el aire trae rumores de aquellas cabezas de bestias trágicas, A lo mejor mutiladas por la ansiedad, colgadas al olor del viento como banderas de piratas.
Yo conozco de aquellos puntos luminosos, acuñados a la fuerza, para agrietar el mundo, Para insuflar una pequeña duda, a aquellos que tienen como única propiedad, a su desvelo.
Hay cosas que merecen mucho respeto; ciertas veneraciones parecidas a un crepúsculo, Colores que puedan coagularse y permitir el recuerdo, la supuración de la memoria.
Yo leo lo que escribo para desenterrarme, para exhumar, de los cuartos de hotel, al corazón, A los os objetos sagrados de los hombres libres sofocados por un trópico de huidas y de penas.
Confieso que no sé nada de la muerte y que le temo como se le teme a los desconocidos, Sin embargo, una mirada y podría entregar toda la piel y los huesos y el sello, toda la exactitud, Los restos de una prueba infinita o el mero remedo de lo que es una masa y unos cuantos dedos.
Aquí estoy, como una postal, abriendo un capricho para enseñarle a fugarse a los expuestos, A los que se acercaron demasiado pronto a la caldera. Y ellos, tan aturdidos con la soledad, Tan de lastima, tan petrificados de espanto con los ojos señalando el desalojo.
Yo escribo y son mis palabras esa botella que se pierde en el fondo del desierto. Por eso releo, como quién aviva un fuego, esperando que se incendie el universo. Sin embargo, tristemente… Yo detengo, yo extingo. A pesar de las llamaradas, un bombero insiste en salvarme de la hoguera.