Nostalgias de los ochenta
Publicado el 22 julio 2016 por Enprimerafila
El ejercicio nostálgico es un recurso recurrente en el cine de los últimos años. Hemos visto ejemplos recientes que bucean en la memoria de los espectadores con resultados notables como Super 8 (JJ Abrams, 2011) o, en una vertiente más low cost, Turbo kid (François Simard, Anouk Whissell, Yoann-Karl Whissell, 2015). Y que tienen en común la construcción referencial como principal herramienta de trabajo, elaborada sobre un soporte argumental que en cierto modo no es lo más importante. Ese recurso a la nostalgia funciona bien en cierto target de espectadores, pero además ha probado tener también consistencia para un tipo de público más joven, ajeno a la explosión de referencias en torno a la cultura pop de los '80, pero que también se alimenta con interés de historias que parecen no tener fecha de caducidad. Lo estamos viendo recientemente en el terreno de los videojuegos. En su libro "Ciberpsicología: relación entre mente e internet", el doctor en Psicología Juan Moisés de la Serna habla de que "existe una creciente homogeneización en la forma en la que generaciones distantes ocupan su tiempo libre". O lo que es lo mismo, la generación que pasa de la treintena se identifica con aquella que no ha llegado a la veintena, especialmente en campos como los videojuegos o el cine, porque la oferta de ocio ha sabido equilibrar el interés por el recurso nostálgico con las nuevas herramientas tecnológicas. Así no es extraño ver a jugadores de más de 30 años y de menos de 20 perseguir Pokémon por las calles de cualquier gran ciudad, en esa revolución de la realidad aumentada en que se ha convertido el lanzamiento Pokémon Go, otro de esos instrumentos de ocio que funciona como nexo intergeneracional.
No parece casualidad que este año se produzcan algunos de los estrenos más relevantes en este juego de la nostalgia ochentena. Como esa revisión de Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984) que llega este mes de agosto. Con furibundas críticas tras el lanzamiento de su primer trailer, como una especie de versión femenina de los cazadores de entidades etéreas, Cazafantasmas (Paul Feig, 2016) parece haber apaciguado las malas impresiones tras los primeros visionados por parte de la crítica, pero en todo caso viene con la intención de convertirse en uno de los principales estrenos referenciales del verano.Eso con el permiso de la serie Stranger things (2016-), creada y dirigida por Matt Duffer y Ross Duffer, dos hermanos de los que hasta hora solo habíamos puesto su irregular película de terror Hidden: Terror en Kingsville (2015). Porque la producción de Netflix tiene visos de convertirse en el más genuino producto referencial de los últimos años. The Duffer Brothers afirman haber revisado algunos de los principales iconos cinematográficos de los 80, todos ellos (y más) presentes de una u otra forma en este ejercicio de la memoria: E.T. El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), La cosa (John Carpenter, 1982), del que vemos en varias ocasiones un cartel a lo largo de la serie, Los goonies (Richard Donner, 1985) y por supuesto varias novelas de Stephen King, con esa referencia directa en el capítulo cuatro, titulado The body, título original del relato corto en el que está basada la película Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986), que está presente a lo largo de todo el metraje. El argumento principal de la serie podría formar parte precisamente de cualquier relato del escritor estadounidense pero en realidad no termina de ser lo más importante de la producción, y en cierto modo se nos antoja alargado para las casi ocho horas que dura la serie. La desaparición de un niño en manos de una oscura fuerza es la excusa para elaborar un ejercicio de estilo que al mismo tiempo que bebe de las fuentes originales del cine de los ochenta sabe construir una atmósfera propia que le permite traspasar la pura anécdota nostálgica, algo que en Super 8 (2011), por ejemplo, resultaba menos convincente.Stranger things, estrenada en la plataforma audiovisual el pasado 15 de julio, funciona con soltura en sus tres líneas argumentales: la niñez, la adolescencia y la edad adulta. El grupo de niños que buscan a su amigo es el que logra mejores resultados, con diferencia, y el que consigue construir con mayor acierto ese conjunto de referencias nostálgicas que van de la literatura al cine. La parte de la adolescencia se nos antoja un trasunto logrado de las producciones de John Hughes, especialmente La chica de rosa (Howard Deutch, 1986), en ese juego de relaciones sentimentales entre las paredes del instituto. Mientras la línea adulta es la menos convincente, la que menos interés nos despierta, con una Winona Ryder algo pasada de rosca y un sheriff (David Harbour) algo esquemático lejos la consistencia de los personajes adultos de aquellas producciones de los ochenta. Pero al margen de sus aciertos narrativos, las tres líneas confluyen perfectamente en torno a la trama principal, y eso le da al conjunto una columna vertebral de gran solidez. Ese reencuentro con el cine de la niñez (en el caso de The Duffer Brothers casi ni siquiera vivieron esa época) está también presente en la película Midnight special (Jeff Nichols, 2016), del director que nos proporcionó grandes momentos cinematográficos con Take shelter (2011) y Mud (2012). De nuevo un niño es el protagonista (personaje principal de las películas de Jeff Nichols pero al mismo tiempo elemento esencial en el cine comercial de los ochenta), y una vez más se construye una trama en torno al género de la ciencia-ficción de décadas anteriores que nos recuerda a películas como Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977), Starman. El hombre de las estrellas (John Carpenter, 1984) u Ojos de fuego (Mark L. Lester, 1984), aunque ésta última el director confiesa no haberla visto. Aquí no estamos ante un ejercicio referencial directo (la historia se desarrolla en la actualidad y no encontramos elementos de nostalgia consciente), pero sí ante una simulación en la estructura argumental de algunas de esas películas que mencionábamos, que sin embargo pretende trascender el simple homenaje para reivindicarse como entidad propia y original. Pero ahí es donde fracasa en buena parte el director, en esa proclamación de algo que está más allá del ámbito puramente cinematográfico. Pero sin embargo consigue mantener esa capacidad para ir construyendo una atmósfera especial que nos va desgranando poco a poco la verdadera esencia de la vigorosa personalidad del niño protagonista. Pero si hablamos de la mirada nostálgica a los años ochenta no podemos dejar atrás The americans (2013-), una producción de Graham Yost, responsable de otra serie de culto, Justified (2010-2015) que a lo largo de sus cuatro temporadas ha ido consolidándose, a pesar de unas audiencias no especialmente notables, como la mejor serie de espías de la televisión actual. En plena era Reagan, con la guerra fría en todo su apogeo, esta producción basada en una historia real nos introduce en los entresijos de un matrimonio de espías rusos asentados en Estados Unidos como una familia "american way of life", pero que esconde reuniones secretas, asesinatos, secuestros, y todo lo que haya que hacer para que evitar que Estados Unidos esté por delante de Rusia en la carrera armamentística. Los acontecimientos políticos de esos años están presentes de manera constante, desde el intento de asesinato de Ronald Reagan hasta el programa de satélites Guerra de las Galaxias, y en algunos casos son los catalizadores de diversos acontecimientos internos que afectarán no solo a las relaciones internacionales, sino también a la propia vida personal de esta pareja que también se debate entre dudas e incertidumbres sobre el verdadero sentido de su trabajo. Esta cuarta temporada, que probablemente es la mejor de todas (y ha recibido por fin el reconocimiento de las nominaciones a los premios Emmy), tiene entre sus referencias el controvertido estreno en televisión de la película El día después (Nicholas Meyer, 1983), una devastadora visión de las consecuencias de un ataque nuclear que supuso un shock emocional para toda una generación de espectadores. Volviendo a Stranger things, la serie de The Duffer Brothers, que parece tener asegurada una segunda temporada aunque no se haya anunciado oficialmente, quizás con una historia diferente, nos propone un juego de referencias que se convierte en uno de sus principales elementos de interés, aunque en algunas ocasiones termine ralentizando el argumento principal. Eso no es un defecto, sino todo lo contrario. Si la producción de Netflix ha conseguido elevar el nivel de un verano televisivo algo flojo es precisamente porque sabe utilizar con talento e inteligencia el elemento nostálgico. Esa memoria colectiva que nos hace reconocer inmediatamente aquellos elementos que nos dibujan un mapa emocional de la infancia. Pero que al mismo tiempo, como decíamos antes en el terreno de los videojuegos, se convierte en un nexo intergeneracional que funciona con singular acierto.