Notas finlandesas: II

Publicado el 03 octubre 2014 por Mora Fandos @Morafandos
Pese a lo que me habían advertido, el alumno finlandés sí habla. Es cierto que a la pregunta directa de un descarado meridional responde con un rictus instintivo de alarma; pero apenas un segundo, pues se repone y contesta, y con inteligencia e interés. Al menos, así hacían los que tuve la oportunidad de conocer en clase.
Universidad de Tampere, a ciento y pico kilómetros al norte de Helsinki. Una mañana de septiembre, de un frío incipiente que comienza a poner a los arces colorados. La universidad es moderna, limpia, acristalada, y las moquetas desconocen los papeles dejados caer. En un pasillo los alumnos presentan unos pulcros tenderetes con ofertas de clubs y asociaciones. El curso acaba de comenzar.
Y comenzamos la clase, con medio centenar de alumnos, de edades muy diversas. Imágenes, frases, un poco de mímica, apuntes de humor y una dinámica constante de preguntas y respuestas: juegan todos, o casi. Se inventan frases, breves diálogos, alguna microhistoria. El idioma español trastabilla, pero no cae, se fortalece en las heridas, ¡bien! Evitar el error no puede ser la piedra angular de la educación; lo esencial es comunicar. Esta sencilla regla desbloquea el aprendizaje. Lo veo aquí, y tantas veces al sur de los Pirineos.
La pronunciación es clara: el finés, como el español, muestra una notable seriedad silábica: cada sílaba está protegida –lo opuesto al bárbaro atropello inglés-, un instinto democrático afirma su derecho a ser pronunciada con dignidad.
Y una pequeña maldad: conocía esa leyenda de que los finlandeses saben hablar en latín, pues lo veneran desde la cuna; incluso –y esto es comprobable- tienen noticieros radiofónicos en la lengua de César. No me contengo. En plena clase, buscando modos de comunicar, pregunto en dicha lengua y… oh, al menos una alumna responde al reto. Breve diálogo. Veni, vidi, vinctus sum! Como penitencia, creeré un año más en el informe Pisa.Hola, esto es lo que hay