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Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 26

Publicado el 12 noviembre 2020 por Sap

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Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 26

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A veces, la pinza de tender la ropa que Julián de Capadocia saca de la Pera como ayuda para explicarle a un prójimo sus pensamientos acerca de la materia y el tiempo, le resulta un objeto demasiado abstracto. "Mire", le dice a una señora que se sienta a su lado en el autobús urbano, "la tengo desde niño. El tiempo ha consistido en ir diseminando sus átomos originales, y en la misma medida que perdía materia y definición, otros objetos acrecentaban la suya, y así hasta que la pinza deje de ser un conjunto de átomos agrupados en una forma conocida a la que designamos como pinza, ¿me sigue?". "No, no le sigo, señor mío; y, además, me bajo en la próxima, así que hágame el favor de apartarse un poco...", le responde.

Es por eso que, en ocasiones, sustituye la pinza de tender por una foto de su abuelo Serafín en la que aparece vestido de soldado de los tiempos de las guerras africanas, apoyado un codo con altivez en un velador de columnilla salomónica.

¿Qué te parece, Pascual? —pregunta al camarero que le sirve el diario tinto con sifón.

¡Buen bigotón que gastaba su abuelo! Cosas de antes...

Nada de antes, Pascual. Ahora mismo, mi abuelo es tan presente como esta fotografía a la que todo el mundo se empeña en llamar antigua, porque nada de lo que existe y percibimos es el pasado, sino, ya te digo, es presente. Esta foto, la voz de Torrebruno cuando la escuchamos o la pirámide de Keops. Todo es presente porque nosotros, como receptores sensitivos, somos ineludible presente, y no solo como una mera agrupación atómica, un zumbido incesante de nubes de electrones, sino porque somos ese conjunto de experiencias que depositamos en los objetos y en los demás, de los que también somos depositarios, y que llamamos recuerdos.

Así se las gasta Julián de Capadocia, por lo que es comprensible que el común de las gentes que lo conocen, cambien de acera cuando lo ven acercarse. Solo Pascual, que gusta de escucharlo, y tres o cuatro chiflados del vecindario, experimentan el gozo infantil de estar ante un ilusionista cuando observan que, tal palomas o pañuelos de colores, Julián saca de su bolso/bandolera sus objetos de meditación, una pinza de tender, una piedra, una bellota, la foto de su abuelo Serafín...

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