Chris Gilbert y Cira Pascual Marquina
En este mundo en el que vivimos, el hecho de que un grupo de personas se reúna en algún lugar remoto de Venezuela para determinar democráticamente lo que han de producir y su modo de vida en el seno de una comuna podría parecer algo carente de toda importancia. A los ojos de quienes conforman la opinión pública, se trataría de un acontecimiento insignificante por antonomasia. Huelga decir que jamás sería noticia. Sin embargo, si existiera una agencia de noticias revolucionaria, la formación de esa comuna y sus avances serían objeto de artículos de primera plana, encabezados por titulares como ¡Edición especial! ¡Se forma una nueva comuna! o ¡Los comuneros dan el siguiente paso!
¿Por qué son tan importantes las comunas y sus avances? Para explicar su alcance, hay que apelar a algo que no es inmediatamente visible: las relaciones sociales y, en especial, las relaciones de producción. En la sociedad en que vivimos, por ser una sociedad capitalista, un conjunto de categorías económicas abstractas rige la economía y la sociedad. Prueba de ello es la intensidad con que muchas personas consultan la sección de negocios de cualquier periódico y encuentran en ella cifras y estadísticas en extremo abstractas que las llevan a comportarse y a sentir de otra manera, a veces incluso a caer en una crisis de depresión o en un estado de euforia. Del mismo modo, nadie se lo pensaría dos veces antes de sacar de un charco de agua fétida un billete de 100 dólares, que al fin y al cabo no es más que un trozo de papel. Por si fuera poco, en el proceso laboral un número incalculable de personas dedican horas a fabricar cosas que no les interesan, como horribles bombas o nocivos productos publicitarios, pero lo hacen porque «es un empleo» y reciben un salario a cambio.
El centro de ese abstracto e incluso misterioso sistema capitalista y de los desconcertantes comportamientos que induce —¡bastaría imaginar la dificultad de explicarle a un extraterrestre por qué una persona rica se deprime al ver caer el Dow Jones!— lo ocupa la producción de valor. En nuestras sociedades la mayoría de las cosas las fabricamos no por su utilidad, sino porque se pueden vender y extraer de su venta una ganancia.
En el marxismo, ese fenómeno se conoce como primacía del valor de cambio sobre el valor de uso. Sus efectos son, literalmente, catastróficos. Ya no importa el carácter de lo que se produce con tal de que genere ganancias, al tiempo que las cantidades producidas nunca son suficientes, por cuanto lo que se busca es que las ganancias no dejen de incrementarse. Ello trae como resultado tanto un inmenso sufrimiento humano como una creciente debacle medioambiental. En el sistema del capital, la mayoría de los seres humanos son transformados en meros generadores de valor de cambio, mientras que el trabajo doméstico y de cuidados, que no genera este tipo de valor, no obtiene el reconocimiento que se le debe, y el entorno natural se convierte en un mero recurso a explotar incesantemente.
Precisamente por esas razones, cuando las personas se unen y deciden trabajar y relacionarse entre sí, no en función del valor económico y de las ganancias, sino en nombre de la satisfacción de sus necesidades reales —es decir, por el bien de la vida y no del capital—, como está ocurriendo actualmente en Venezuela, estamos ante un acontecimiento de importancia histórica mundial. Puede que no genere titulares de prensa y que apenas se escuche como un susurro, pero es un susurro revolucionario, para decirlo como lo dice la canción de Tracy Chapman. Y es que el hecho de que una comuna decida producir para satisfacer necesidades reales y producir valores de uso, no para un mercado anónimo, y que lo haga sometiendo a un control democrático su propia producción, supone el comienzo de una profunda transformación que podría cambiar por completo el mundo, dando así paso tanto a un florecimiento humano sin precedentes como a la posibilidad de que el planeta en que habitamos sobreviva.
Surgimiento del proyecto comunal
La construcción de comunas comenzó en Venezuela como parte del amplio proceso de liberación nacional y emancipación social conocido como Proceso Bolivariano. Ese proceso se inició oficialmente en 1999, cuando una figura ajena a la política tradicional llamado Hugo Chávez tomó el poder mediante elecciones con un proyecto entre cuyos principios rectores figuraba la «democracia participativa y protagónica». La búsqueda por el Proceso Bolivariano de la emancipación social a través de formas masificadas de participación democrática condujo a una serie de continuos y altamente creativos experimentos con modelos de organización popular, como los consejos comunales y las cooperativas.
Con el paso del tiempo, el Proceso Bolivariano se declaró antimperialista en 2004 y socialista en 2006. En 2009, tras una reflexión autocrítica sobre las vicisitudes y las limitaciones que habían aquejado hasta entonces al proceso político, se ajustó la estrategia del proyecto para que se orientara hacia el socialismo basado en la comuna como célula básica. Un año después de que Chávez hiciera una declaración a ese respecto, se promulgó un conjunto de leyes revolucionarias que establecieron un marco jurídico para la construcción de comunas, pero para entonces la gente ya había comenzado a construir comunas en algunos lugares, como la Comuna El Panal en Caracas[1] y la Comuna El Maizal en el estado Lara[2]. En poco tiempo, el país se llenó de esperanzadores e incipientes proyectos comunales.
Según lo trazado tanto en los discursos de Chávez como en las nuevas leyes, las comunas debían construirse por medio de la fusión de consejos comunales —que esencialmente eran formas de gobierno local de base— bajo la égida de la forma comunal. Un rasgo adicional de las comunas que las diferenciaba de los consejos comunales consistía en que las comunas serían también entidades económicas, con medios de producción bajo control colectivo y comunal. Chávez concebía las comunas como las células básicas del socialismo en cuanto entidades a la vez económicas y políticas, con un control democrático de la producción por las bases: las comunas eran los lugares donde —como decía Chávez— habría de nacer el socialismo (véase Aló Presidente núm. 1[3]).
Es importante destacar que las comunas venezolanas no pretendían ser proyectos dispersos, aislados y totalmente autónomos, sino formar parte de una transición social integral al socialismo en la que, a través de la extensión progresiva de las comunas por todo el país, la sociedad venezolana se transformaría e incluso el Estado acabaría desapareciendo. Por esa razón, Chávez llegó a decir que una comuna aislada era en realidad «contrarrevolucionaria». Cada comuna era un punto de apoyo para una nueva lógica socialista que se proponía hacerse hegemónica en toda la sociedad.
Teoría y tradición popular
La comuna, tal como se está desarrollando en Venezuela, tiene importantes precedentes teóricos, entre los cuales uno de los principales es el pensamiento de Karl Marx, quien llamó a que se constituyera una sociedad poscapitalista basada en la producción «libremente asociada» y celebró tanto la Comuna de París como las comunas campesinas rusas (obshchina o mir) como formas conducentes al socialismo. Otra influencia clave en el proyecto comunal venezolano es la ejercida por el filósofo marxista húngaro István Mészáros[4], quien yuxtapuso el sistema comunal y su metabolismo democrático al sistema jerárquico del capital. Mészáros, quien llegó a entablar estrechos lazos con Chávez, llevó a cabo una amplia reflexión sobre las deficiencias del socialismo del siglo XX por la incapacidad de este para superar lo que denominó la lógica o el metabolismo antidemocrático del capital y sustituirlo por el control popular de la producción que existe en las comunas.
Sin embargo, las comunas de Venezuela no provienen simplemente de un universo de puras ideas y teoría, ni debe considerarse que descienden desde lo alto. Muchos recordarán que según Marx la teoría era capaz de cambiar el mundo cuando se convertía en una fuerza material que se apoderaba de las masas. Esa afirmación, hecha en 1843, es sin dudas correcta. Sin embargo, Marx debería haber añadido que la teoría suele apoderarse de las masas porque engarza con ideas, proyectos y sueños que ellas mismas han concebido. Es lo que generalmente ocurre en las revoluciones y es lo que definitivamente ha ocurrido con la idea de las comunas en Venezuela. Ello es así porque las comunas tienen una larga historia en el territorio venezolano. Por un lado, numerosos pueblos indígenas —arahuacos, caribes y otros— que habitaban esta parte del «norte de Sudamérica» solían organizarse en comunidades sin clases y autónomas. Por otro, a medida que los africanos esclavizados se rebelaban y se evadían, formaban lo que los venezolanos llaman cumbes, comunidades cimarronas igualitarias, que se extendían por todo el territorio. Éstas tenían sus propios gobiernos y con frecuencia fueron capaces de resistir el avance de los colonos españoles.
Ese legado de organización comunitaria no forma parte de un pasado remoto del país. Sobrevive en algunas comunidades indígenas relativamente autónomas, pero también en prácticas materiales generalizadas de solidaridad y ayuda mutua que persisten tanto en contextos urbanos como rurales. Por citar solo dos ejemplos, en ciudades y pueblos de Venezuela la gente a veces lleva a cabo cayapas, que son procesos de trabajo colectivo similares a la minga en el mundo andino, y organiza sancochos vecinales o comidas populares en común. Ambas tradiciones apuntan a la pervivencia de prácticas comunitarias incluso en la cultura moderna que hoy predomina en Venezuela. A ello se añade el firme arraigo en la clase trabajadora venezolana de valores como la solidaridad, la mutualidad y el igualitarismo.
Todo ello viene a ilustrar el hecho de que cuando el Proceso Bolivariano dio un giro hacia la comuna —giro que se oficializó en 2009— se encontró con un terreno fértil en el que las masas pudieron apropiarse del proyecto comunal, idea en la que reconocieron no solo una continuidad con sus objetivos de emancipación social e independencia, sino también una confluencia con un imaginario colectivo de larga data en lo que se refiere a los medios para lograr esos objetivos.
Vida y trabajo en las comunas
La fuerza de esa síntesis se ve corroborada por la vitalidad con la que se está llevando a cabo la construcción comunal en el país. A pesar de la importancia del marco jurídico y del discurso oficial del Gobierno, las comunas venezolanas son sobre todo un ejercicio de autoemancipación, de protagonismo de las masas. Ello explica, por un lado, la amplia diversidad de configuraciones de las comunas que logran encontrar soluciones creativas a los múltiples problemas y desafíos de una determinada región o comunidad específica del país. Por otro, explica el hecho de que las comunas constituyan iniciativas esencialmente voluntarias, surgidas desde abajo, aunque el ímpetu con que surgen de la base reciba legitimación y a veces apoyo material del Estado.
Por ejemplo, la Comuna El Maizal, formada entre otros por antiguos obreros agrícolas, se puso en marcha tras la ocupación de una finca donde se cultivaba maíz y se criaba ganado y actualmente se dedica a producir alimentos con que autoabastecerse y abastecer a la comunidad. En el caso de la Comuna Che Guevara[5], situada en las estribaciones de los Andes, una antigua cooperativa de café, creada años antes gracias a la ardua labor de cuadros experimentados procedentes en su mayoría de Colombia, optó por convertirse formalmente en comuna tras la declaración de Chávez en 2009. En la Comuna El Panal, en Caracas, una muy combativa organización revolucionaria impulsó la formación de una panadería y de un taller textil y, más tarde, desarrolló proyectos urbanos de cría de tilapia y cerdos en régimen de propiedad comunal. En la Comuna Cinco Fortalezas de Cumanacoa[6], un grupo de mujeres revolucionarias procedentes de familias de jornaleros lideraron el proyecto de ocupación de una finca dedicada al cultivo de la caña y al tiempo se empeñaron en obtener los medios necesarios para el procesamiento del azúcar.
Los principales medios de producción de una comuna, ya sean agrícolas, industriales o de servicios, están bajo el control democrático de los comuneros. Ese control popular se expresa plenamente en las asambleas mensuales de la comuna, así como en las reuniones periódicas de los comités en las que se tratan todos los temas, desde la producción hasta las actividades culturales y las finanzas. Como en esas comunas no hay jefes y el trabajo es autogestionado, este suele ser más placentero y estar dotado siempre de un sentido más profundo que cuando se realiza bajo el dominio antidemocrático del capital. Normalmente, los miembros de la comuna alternan entre sí la ejecución de diferentes tareas, rompiendo así la rutina y la división técnica del trabajo que impone el sistema del capital. Sobre la marcha, aprenden sobre todo el proceso de producción. Los productos de una comuna pueden consumirse dentro de la comunidad o venderse fuera para generar un excedente, parte del cual se reinvierte en la producción y parte en proyectos sociales, como centros de mujeres, comedores gratuitos, escuelas, centros de atención a ancianos y enfermos, gastos médicos y funerarios, etcétera.
Retos y soluciones
No todo es de color de rosa en las comunas del país. A menudo surgen conflictos internos, así como contradicciones con funcionarios del Gobierno y con vecinos que no forman parte del proyecto. Asimismo, en una Venezuela sometida a un cruel bloqueo estadounidense, la mayoría de las comunas sufren de una carencia drástica de recursos. También perduran remanentes problemáticos de la vieja sociedad, como residuos de intereses personales, jerarquías y machismo.
No obstante, el hecho de que los miembros de las comunas trabajen en condiciones no alienadas y produzcan para sí mismos y para sus comunidades y no para un mercado anónimo, al tiempo que participan en un movimiento dirigido a construir un mundo poscapitalista mejor, sostenible y justo, marca toda la diferencia. Las comunas son puntos de partida viables. Son pequeñas e imperfectas, pero son sólidas en el sentido de que el nuevo metabolismo social democrático que encarnan —aunque por ahora solo sea en algunos microcosmos— es capaz de extenderse más allá de la comuna aislada a toda la sociedad, al tiempo que abre una ventana a un futuro mejor que gira en torno de la vida en sus ricas manifestaciones y no en torno a la acumulación de capital.
Para abordar los numerosos retos a que se enfrentan, las comunas de Venezuela siguen una serie de estrategias. Entre ellas figuran formación política y la mística, la coordinación entre las comunas, y una relación dialéctica con el poder estatal. Analizaremos brevemente cada una de ellas.
1. Formación política y mística
Las comunas son inevitablemente presas de la naturaleza centrífuga y conflictiva de la sociedad capitalista que heredan y que, por supuesto, persiste en la sociedad venezolana en su conjunto. Sin embargo, la formación en la teoría revolucionaria —saber adónde se va y de dónde se viene—, cuando se conjuga con la democracia interna, puede ayudar a mantener la naturaleza colaborativa del proyecto y a superar muchos de los problemas relacionados con la transición al socialismo. En parte por ese motivo, numerosas comunas han desplegado iniciativas de educación y formación: El Maizal cuenta con la Escuela Yordanis Rodríguez; El Panal, con la Pluriversidad Patria Grande; y la comuna Che Guevara organiza periódicamente talleres de educación política.
Por su parte, por mística se entiende toda una serie de actividades culturales, incluso espirituales, que sirven para fomentar la cohesión comunitaria; por ejemplo, canciones, rituales y espacios ceremoniales, o —apelando a un sentido más amplio de la mística— obras de arte como murales y esculturas. Con esto se va creando un registro simbólico que es especialmente importante en la medida en que las comunas son siempre imperfectos proyectos en desarrollo. El registro simbólico es una forma de señalar que actividades que aparentemente son similares a actividades propias del mundo no comunal están impregnadas de una nueva intencionalidad o una nueva dirección. Ejemplos de mística en ese sentido amplio son el espacio mandala de la comuna Cinco Fortalezas, una escultura de Chávez bajo el árbol samán de la comuna El Maizal y los murales de figuras revolucionarias de la Comuna Che Guevara.
2. Coordinación y unidad
Las comunas en funcionamiento en Venezuela están dispersas por todo el territorio. Ese aislamiento las hace más débiles frente al Estado y frente a la economía capitalista general que persiste en el país. A su vez, esto hace que las comunas hagan muchas concesiones a la producción mercantil y se contagien más fácilmente de valores y jerarquías capitalistas. Por esa razón, se han hecho numerosos intentos de vincular entre sí a las comunas, con miras tanto a compartir sus productos fuera del mercado capitalista como a incrementar su poder político.
Algunas de esas iniciativas de coordinación han emanado del Estado, como el proyecto del Ministerio de Comunas de formar bloques de comunas en 2014 y su actual empeño en organizar «circuitos económicos comunales». Sin embargo, el más prometedor y ambicioso de los esfuerzos por vincular y empoderar a las comunas del país es la Unión Comunera[7]. Se trata de una iniciativa autogestionada, lanzada oficialmente a principios de 2022, que se describe a sí mismo como «instrumento unificador e integrador». La Unión Comunera ha intentado desarrollar redes de intercambio entre comunas y ha organizado talleres sobre liderazgo, comunicación y feminismo. Sus objetivos son de largo alcance e incluyen la constitución de una federación de comunas y la sustitución del Estado actual por un «Estado comunal».
3. Relación con el Estado
El poder popular en Venezuela, del que las comunas son la expresión más reciente y poderosa, en general ha mantenido una relación dialéctica con el poder estatal durante las más de dos décadas del Proceso Bolivariano. Ello marca una diferencia significativa con movimientos más radicalmente autónomos como el zapatismo contemporáneo en México, que rechaza participación en la política estatal. El florecimiento del poder popular que se ha producido en el transcurso del Proceso Bolivariano —en una escala, cabría decir, nunca antes vista en la historia de América Latina— habla claramente en favor de los méritos de su manera dialéctica de tratar con el poder estatal.
Sin embargo, el actual Estado venezolano, aunque parcialmente transformado, no lo está del todo. Esto significa que las comunas de Venezuela se ven en un continuo tira y afloja con el poder estatal. Del Estado no solo recaban protección jurídica y legitimación, sino también recursos y financiación. Esta situación general es fuente de lo que a veces se denomina, no sin una importante dosis de eufemismo, «tensiones creativas». Rara vez el Estado transfiere poder político o recursos de consideración sin que haya que luchar para obtenerlos, con lo cual las comunas se encuentran, a su vez, cortejando, exigiendo y, a veces, avergonzando al Estado para que ceda una parte de sus ingresos provenientes del petróleo y otros sectores en beneficio del proyecto de acumulación socialista.
El futuro de las comunas
AAmérica Latina se la conoce en todo el mundo por sus figuras y movimientos revolucionarios. Las revoluciones haitiana, mexicana, cubana y nicaragüense, junto con la insurgencia colombiana, han hecho que el continente sea reconocido en todas partes por su historia de heroísmo, empuñando las armas contra los más poderosos enemigos imperialistas, ¡y a veces hasta derrotándolos! Esa corriente de lucha antimperialista y socialmente emancipadora ha continuado en la oleada de procesos progresistas que tomaron forma en la primera década del siglo XXI.
Los movimientos revolucionarios de América Latina suelen estar simbolizados por sus figuras trascendentales: Tupac Amaru II, Toussaint Louverture, Emiliano Zapata, Augusto César Sandino, Che Guevara, Fidel Castro y Hugo Chávez. Sin embargo, una faceta menos conocida pero aún más importante de los procesos revolucionarios latinoamericanos ha sido la construcción de poder popular —organización y empoderamiento de las bases— que animó a cada uno de esos procesos históricos. Es decir, por cada líder heroico y visible hubo miles, sino millones, de personas que formaron comités revolucionarios, cordones industriales, ayllus[8], palenques, caracoles[9] y asambleas barriales, entre otras muchas expresiones de poder popular que fueron motores esenciales de esas revoluciones.
Hoy, las comuneras y los comuneros de Venezuela están escribiendo un nuevo capítulo en ese empeño continuo de autoemancipación conjugado con la lucha antimperialista. Las palabras de su lema «¡Comuna o nada!» están en boca de los comuneros de todo el país. Si bien es cierto que esa consigna está en clara relación de continuidad con la tradición latinoamericana de poder popular, también lo es que constituye una expresión de la encrucijada a que se enfrenta la humanidad y para la cual la vía comunal al socialismo ofrece una solución viable e integral. Ello es así porque lo que expresa la consigna es que capital y comuna son conceptos opuestos, dos metabolismos totalmente irreconciliables.
La comuna ofrece la oportunidad de hacer que las personas y la naturaleza ocupen el centro de la vida, mientras que el capital representa la subordinación de unas y otra a un mecanismo destructivo de expansión de la producción de valor que pronto podría hacer imposible la vida en el planeta. Ante el abismo que nos depara la nada del capital, un amplio y cada vez más crecido movimiento ha optado por construir un futuro sostenible y socialista basado en la comuna. Y te invita a hacer lo mismo.
Referencias y notas
[*] Traducido del original en inglés, «News from Nowhere» —Building Communal Life in
Venezuela, publicado en Progressive International el 18 de enero de 2023.
[1] Cira Pascual Marquina y Chris Gilbert, «El Panal Commune (Part I): Communal Production in a Country Under Siege» [Comuna El Panal (Parte I): Producción comunal en un país asediado], Venezuelanalysis, 21 de octubre de 2022.
[2] Chris Gilbert, «Red Current, Pink Tide: A Visit to El Maizal Commune in Venezuela» [Corriente roja, marea rosada: una visita a la comuna venezolana El Maizal], Monthly Review, 1 de diciembre de 2021.
[3] Ricardo Vaz, «The Revolutionary Aló Presidente Teórico #1» [El Revolucionario Aló Presidente Teórico #1], Venezuelanalysis, 12 de junio de 2021.
[4] Chris Gilbert, «Mészáros and Chávez: The Philosopher and the Llanero», Monthly Review, 1 de junio de 2022. Para su traducción al español, véase «Mészáros y Chávez: El filósofo y el llanero», Jacobin América Latina, 28 de julio de 2022.
[5] Chris Gilbert, «A Commune Called ‘Che’: A Socialist Holdout in the Venezuelan Andes» [Una comuna llamada «Che»: Un reducto socialista en los Andes venezolanos], Monthly Review, 1 de marzo de 2022.
[6] Cira Pascual Marquina y Chris Gilbert, «Rebellious Sugarcane Growers: Voices from Cinco Fortalezas Commune (Part I)» [Cañicultores rebeldes: Voces de la Comuna Cinco Fortalezas (Parte I)], Venezuelanalysis, 29 de agosto de 2022.
[7] Chris Gilbert, «A Milestone: Venezuela’s Communard Union Stages Its Foundational Congress» [Un hito: La Unión Comunera de Venezuela celebra su congreso fundacional], Venezuelanalysis, 19 de abril de 2022.
[8] Nombre con que se designa cada grupo familiar de las comunidades indígenas de los Andes. [Nota del T.]
[9] Nombre de un tipo de comunas en América Latina y el Caribe. Por ejemplo, en México, se denominan caracoles las regiones organizativas de las comunidades autónomas zapatistas. Véase a ese respecto Bruno Bosteels, La comuna mexicana, Madrid, Akal, 2021. [Nota del T.]