Notre Dame: mítica y refinadamente gótica

Por Nicopasi

Mítica y refinadamente gótica, la Catedral de Notre Dame es uno de los diez puntos imperdibles de la Ciudad Luz. Visitada a diario por miles de  turistas y enclavada en una de las zonas más bonitas del Sena, esta catedral, lejos de perder su magnetismo, continúa seduciendo a viajeros de todo el mundo y amantes de la historia del arte que encuentran en ella un sitio realmente emblemático de la historia de la humanidad. Descúbranla en este fotorreportaje.

La señora alemana y su esposo austríaco aguardan desde muy temprano en la fila para ascender al campanario de la catedral. Son las 8:55 de una fría mañana de febrero y en 5 minutos, la boletería de la Catedral se abrirá para dar paso a los visitantes.
El frío hace de las suyas y la pareja decide comprar un café en uno de los tantos puestitos que circundan la zona. Ella tiene la cara tapada con una bufanda y él, pese al sombrero y el grueso echarpe que cuelga de su cuello, también siente los embates del viento cortante y gélido que sopla desde el Sena.
Por suerte el reloj da las nueve, y con una puntualidad que parece más suiza que francesa, las puertas de la boletería se abren como si fueran las del paraíso celeste y el matrimonio las atraviesa, como los ganadores de un premio. Ubicado justo detrás de ellos, yo aprovecho el envión y hago lo mismo. Una vez pagadas las entradas comenzamos a subir por la empinada y pequeña escalera de mármol.
A medida que avanzamos en la marcha me doy vuelta y veo la caravana que espera que los de adelante subamos de a un peldaño para poder hacer ellos lo mismo. La subida no es fácil, los escalones son grandes y cada peldaño subido lo dejan a uno exhausto. Finalmente la escalera caracol deja ver una puertita abierta al final y del otro lado, el espectáculo: todos los seres que Víctor Hugo tan bien representó en su novela amorosa entre el jorobado y la joven Esmeralda dejan ver su costado más conocido, y a partir de ahí, empieza una aventura visual única.
La terraza de la catedral no da tregua y la primera sensación que devuelve es la de estar en un set de filmación o dentro de algunos de los tantos libros de historia del arte que estudiamos cuando adolescentes y que siempre, inevitablemente, tenían una fotografía de las gárgolas o del rosetón del edificio.
Si bien las gárgolas son seres mitológicos que expresan las debilidades del mundo extramuros de la iglesia, llaman mucho la atención no sólo por sus posturas y expresiones demoníacas sino también por el excelente estado de conservación, sobre todo si se tienen en cuenta los daños que el inclemente paso del tiempo produce en ese tipo de esculturas.
Una de ellas, Chimére - quizás la más conocida de todas-  es la que más parece burlarse de ese tiempo inafectable. Mientras los flashes se disparan sin cesar sobre su cuerpo de piedra, ella apoya su rostro entre las dos manos y, a modo de burla, saca la lengua en un punto fijo que, casualmente, no es otro que la Torre Eiffel que recibe las burlas de un modo indiferente.
A un costado, entre un angosto pasillo y la figura de un ángel gótico que simula exhalar un sonido desde una flauta medieval, los turistas entran y salen del campanario donde alguna vez, Quasimodo vivió entre los fardos de heno y las palomas que lo secundaban.
El mito sigue vivo. Mientras la catedral recibe al público que la puebla desde muy temprano y la abandona casi al caer la tarde, los seres fabulescos que habitan en la terraza se dejan observar por ellos a la vez que vigilan la ciudad desde arriba como si del gran ojo creado por Orwell se tratara. 
Ver Catedral de Notre Dame