Mapp y Lucía de E. F. Benson
ISBN: 978-84-15578-01-7 Encuad: Rústica Formato: 13 x 20 cm Páginas: 440 PVP: 26,95 €
De cara al mundo, Lucía y Mapp son las mejores y más mundanas anfitrionas, pero en secreto no cejarán en su empeño, por muy bajo que puedan caer, por ganar la feroz batalla por la supremacía. Mapp y Lucía, continuación de las aventuras de la inefable Emmeline Lucas en Reina Lucía, nos presenta toda una panoplia de memorables secundarios: el vicario de Birmingham que habla con acento medieval escocés; la muy riquísima Susan, que no sale de casa sin su Rolls-Royce; Diva, aficionada al cotilleo despiadado; o el ya conocido Georgie Pillson y su tupé, devotos servidores ambos de la reina, que sufre la amenaza de ser destronada. La gran novela sobre el Beau Monde rural inglés.
Ficha del libro
Lucía no tenía ninguna duda: aquella petición llevaba implícita la esperanza de que la pudieran convencer para que asumiera el ansiado papel de la reina Isabel. Así que, bajo el hechizo del exuberante sol que se derramaba sobre el jardín de Perdita, sintió la emoción y el pulso de la vida latiendo de nuevo en sus venas. La fiesta sería una oportunidad excepcional para volver al ruedo social por la puerta grande. Además, como Daisy había apuntado (muy delicadamente, hay que admitirlo, tratándose de ella), en agosto ya habría transcurrido más de un año desde la muerte de Pepino. Habría que reconocer el sacrificio personal que Daisy estaba haciendo al sugerir esa posibilidad por su cuenta, pues sabía que, según se habían dispuesto los preparativos en ese momento, Daisy adoptaría seguramente el papel de la Reina Virgen, y Georgie le había dicho a Lucía algunas semanas atrás (cuando se aludió por última vez a la fiesta) que la nueva reina estaba muy atareada pinchándose los dedos mientras se dedicaba a calar una gorguera que colocaría alrededor de su gordo cuellecillo, y que se había comprado un collar de perlas de lo más ostentoso en Woolworth. Tal vez la pobre Daisy se había dado cuenta del papel tan ridículo que haría presentándose como la reina Isabel, y estaba ansiosa, solo por el bien de la fiesta, de librarse de un papel tan risible. Pero, cualquiera que fuera la razón, era muy amable por su parte ofrecer aquella abdicación voluntaria.