Novedades, abril de 2015: Páginas de espuma

Publicado el 23 abril 2015 por Kovua

Edición revisada. XV aniversario

"Me gusta que las cosas que me gustan estén por ocurrir". Esa prometedora inminencia podría definir estos cuentos, que supusieron la primera incursión de Andrés Neuman en la narrativa breve. Un conjunto de sugestivas miniaturas y brevedades que indagan en los misterios, geometrías y mutaciones de la expectativa. Que transcurren entre la mirada de alguien que aguarda y algún deseo irrealizable. Su intenso ejercicio de inquietud propicia las revelaciones del que espera arrullado, de aquel a quien ya no esperábamos, de las últimas paciencias o las penúltimas esperanzas.

Coincidiendo con el décimo quinto aniversario de este debut y del nacimiento de Páginas de Espuma -a modo de cumpleaños unísono-, ofrecemos al fin una nueva edición de El que espera, minuciosamente revisada y con siete nuevos textos de la misma época. En sus páginas brillan el precoz talento del autor y los múltiples vínculos con sus obras posteriores. De este modo los lectores que han esperado junto a su escritura verán, ahora sí, un deseo cumplido.

Del autor se ha escrito: "Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas algo que solo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos", Roberto Bolaño; "Un peso pesado de la literatura", J. Loudis, Times Literary Supplement; "Una escritura de una calidad rara vez encontrada", J. Housham, The Guardian; "Conmovedora y delicada, lúcida y vibrante, de un lirismo casi cruel", P-J. Catinchi, Le Monde; "Dotado de la tradición argentina y española, y condenado a elaborar una obra única", V. L. Mora, Diario Córdoba; "Divertido, inteligente, ágil. Un escritor que sacude las certezas y los encasillamientos", S. Rosano, Revista Ñ; "Uno de los mejores cuentistas de su generación", S. Friera, Página/12.

El dormitorio se curva de silencio. Mi pensamiento flota. Las sábanas lo envuelven, placentarias. Laura me dijo que volvería temprano para que hiciéramos el amor, y yo estuve de acuerdo. No tengo ninguna prisa. Prefiero pasar el máximo tiempo posible así, arrullado por la espera. Me gusta que las cosas que me gustan estén por ocurrir.

Siento un agua con gas en los músculos. Al fondo se disuelve, palabra por palabra, el discurso que bebo mientras caigo dormido. A veces durmiendo, aunque no lo parezca, se disfruta más que fornicando. El deseo puede ser una responsabilidad agotadora. No porque uno deba cumplir con nada: el deseo, de hecho, nunca puede cumplirse. Sino porque desear a alguien en serio, como yo deseo a Laura, absorbe la totalidad de nuestras fuerzas. Dormir es lo contrario. Cuando estoy por quedarme dormido, igual que ella está a punto de volver, mis músculos tienden a hacer el amor entre sí. Se reconocen, se reordenan. Por eso no me urge que Laura llegue ahora mismo de la fiesta, mientras las puntas de mis pies se frotan, ávidas.

Minuto a minuto, una segunda espera más profunda que el sueño se va alzando. Como un reloj que me escalara por la piel. Como ese reloj que a Laura tanto le gusta llevar suelto en mitad del antebrazo. Su antebrazo nervioso, de vello oscilante.

Cada segundo que transcurre entre las sábanas, que paso aquí, durmiendo el pensamiento, es una fina prórroga que aumenta mi deleite. El deleite de saber que mi amor todavía no está y está viniendo. De saber que este hueco que su cuerpo ha dejado es un tesoro doble: el de mi actual descanso y el del placer inminente.

Ilustrador por Fernando Vicente

"El hombre que puede dominar una conversación en Londres puede dominar el mundo", afirmaba Oscar Wilde. Los dominios de este libro, tan british pero tan universal al mismo tiempo, son los de la literatura de Juan Pedro Aparicio, que abre mil puertas a un recorrido por la capital británica: la imagen icónica de cabinas y de taxis, la altura de los autobuses londinenses y del vuelo de algunos ángeles misteriosos -tan parecidos a nosotros, como dice Aparicio que dejó dicho Swedenborg-, y la conversación infinita de los miembros de un curioso club que domina la narración. Todo un Decamerón moderno compuesto por microrrelatos que atraviesan impecables el paisaje urbano de Londres, una de las ciudades ineludibles de nuestro imaginario y nuestra memoria.

Acompañando la escritura del escritor leonés -que ya demostró el dominio de la microficción en La mitad del diablo y El juego del diábolo-, el trabajo de Fernando Vicente viene a crear un diálogo perfecto entre palabra e ilustración para el que no hace falta saber inglés. ¿O sí? This is London calling...

De Juan Pedro Aparicio se ha escrito: "Esa medida, esa exigencia poemática que tantos críticos han destacado como ritmo necesario del hiperbreve, está aquí seguida con pulcra economía y soberbia ganancia. Hay finalmente el sabor de la inteligencia (...). Juega con ese tono de sabio descreído, volteriano que da a la vida una mirada entre malévola y comprensiva", José María Pozuelo Yvancos; "un gran poder de sugerencia a partir de los hechos escuetos", Lluís Satorras; "con la escritura se puebla de sentido el enigma de la vida, que se hace evidente si viene acompañada por la prosa bañada en sugerencias de quien hace ya mucho es uno de nuestros mejores y más secretos narradores", Enrique Turpin.

Ronald Christopher Edwards, conde de Cheddington, dijo:

Una vez al trimestre llevamos una corona de flores en memoria de los millones de animales que han sufrido por nuestro país. La depositamos en el monumento erigido en Park Lane. Ellos no tuvieron elección, se llama. Todo un símbolo. Ocho millones de caballos fallecieron en la I Guerra Mundial. ¡Y cuántos perros, palomas mensajeras, delfines, leones marinos y elefantes! Solo en la II Guerra Mundial el ejército británico condecoró a treinta y dos palomas, dieciocho perros, tres caballos y un gato. Todos ellos recibieron la medalla Dickin, el equivalente de la Cruz de la Victoria. Dos casos llaman la atención. Uno el de la paloma María de Exeter que voló de vuelta al Reino Unido tras resistir el ataque de halcones alemanes. Otro, el de los caballos Peter y Silvia, que se quedaron sin medalla. Peter murió en combate, pero, Silvia, que, estuvo en nuestras filas, fue repudiada y condenada a morir de hambre. Algo habría que hacer para reivindicarla. Ambos eran andaluces, de esa inteligente y fina raza. Se habían criado felices por los cálidos campos del sur de España. Muy jóvenes todavía, fueron vendidos.

Edición y traducción de Eduardo Berti

En la búsqueda de la palabra exacta, del anhelado mot juste, en la creencia de que "todo depende del plan", Gustave Flaubert -que pasará a la historia de la literatura tanto por novelas de la altura de Madame Bovary como por cuentos imprescindibles como "Un corazón simple"- llevó a lo largo de su vida varios cuadernos de apuntes, donde volcaba no solo ideas para los libros que escribió y para los que jamás escribiría, sino también aforismos, rigurosas anotaciones de lectura o reflexiones punzantes: sobre sí mismo, sobre la literatura, sobre el arte en general, sobre la actualidad o sobre la historia.

Los Cuadernos aquí reunidos por el escritor Eduardo Berti, prácticamente inéditos en castellano, permiten no solamente contemplar a un Flaubert en estado puro, sino también apreciar la innegable evolución desde las más tempranas meditaciones a la notas para la planeada segunda parte de Bouvard y Pécuchet, que quedó inconclusa con la muerte del autor.

Viernes 20 de abril de 1838

Aquí retomo, pues, este trabajo empezado hace dos años, un trabajo triste y lento, como un símbolo de la vida: la tristeza y la lentitud. ¿Por qué razón lo he interrumpido tanto tiempo? ¿Por qué me disgusta hacerlo?

¿Por qué me aburre todo en esta tierra? ¿Por qué el día, la noche, la lluvia, el buen tiempo, todo me parece siempre un triste crepúsculo donde un sol rojo se pone tras un océano sin límites? ¡Ay, el pensamiento! Otro océano sin límites; es el diluvio de Ovidio, un mar sin límites donde la tempestad es la vida y la existencia.

A menudo me pregunto por qué vivo, qué he venido a hacer en este mundo, y no he encontrado más que un abismo a mis espaldas y un abismo delante de mí. A la derecha, a la izquierda, arriba, abajo, en todas partes: tinieblas.

La vida del hombre es como una maldición que ha brotado del pecho de un gigante, que ha de golpearse y quebrarse contra una y otra roca, sucumbiendo con cada vibración que resuena en el aire.

He oído hablar a menudo de la providencia y de la bondad celestial. No veo razones para creer en ellas. Un Dios que se divirtiese tentando a los seres humanos para ver hasta dónde son capaces de sufrir, ¿no sería tan cruel y estúpido como ese niño que, sabiendo que el abejorro ha de morir, le arranca primero las alas, luego las patas y después la cabeza?

La vanidad, según creo yo, es lo que hay en el fondo de todas las acciones humanas. Siempre que he hablado, actuado o hecho algo en mi vida, al analizar más tarde mis palabras y mis actos, he hallado esa vieja locura anidada en mi corazón o en mi mente. Pese a que muchos hombres son como yo, pocos poseen la misma franqueza.

Esta última reflexión puede acaso ser verdadera, pero ha sido escrita por vanidad. La vanidad de no parecer vanidoso hará que, tal vez, la elimine. Hasta la gloria que persigo es, en el fondo, una mentira. ¡Menuda raza de imbéciles, la nuestra! Soy como un hombre que encuentra una mujer fea y se enamora de ella.

¡Qué cosa inmensamente tonta y cruelmente burlesca es esa palabra llamada Dios!

A mi juicio, la última palabra de lo sublime en el arte debería ser el pensamiento; es decir, la manifestación de un pensamiento tan rápido y espiritual como puede ser el pensamiento.

¿Qué hombre no ha sentido su mente colmada de sensaciones y de ideas absurdas, ardientes y aterradoras? Ningún análisis podría describirlas, pero un libro por el estilo equivaldría a la naturaleza. Pues, ¿qué cosa es la poesía, salvo la unión de la naturaleza exquisita con el corazón y el pensamiento?

Ay, si fuera yo poeta, ¡haría cosas tan bonitas!

Siento en mi corazón una fuerza íntima que nadie más consigue ver. ¿Me habrán condenado a ser para siempre un mudo que anhela hablar y que hierve de rabia? Existen pocas situaciones tan atroces.