La vida era eso de Carmen Amoraga
La muerte fulminante de su marido deja a Giuliana devastada y sola con dos hijas pequeñas. Superar un día tras otro está poniendo a prueba su resistencia y su imaginación, mientras pasa de la incredulidad al enfado, y de ahí a la idealización de su relación con William.
Descubre entonces, además de irrepetibles momentos que su memoria convoca una y otra vez, el legado más hermoso de William: una intensa red de relaciones que le traerán una nueva forma de estar en el mundo y le enseñarán, gracias al apoyo de los demás, que aprender a perder es aprender a vivir.
A través de conversaciones, recuerdos, comentarios espontáneos de las redes sociales, escenas cotidianas, con vitalidad y sin dramatismo, y un cicatrizante sentido del humor, Carmen Amoraga construye una novela íntima y universal sobre el amor y la pérdida, el valor de lo vivido y lo por vivir.
Ficha del libro
William Kesselman 25 de julio de 2011 Hola a todos, es la mano de Giuli la que escribe, pero son mi corazón y mi alma los que les quieren contar que desde el domingo me han ingresado en el hospital y estoy jodido, están tratando de hacer todo lo posible para poder salir adelante pero hay pocas probabilidades de ganar esta batalla, de todas maneras seguiré luchando hasta el final (aunque a veces me canso de tanto pelear), seguiré por mis hijas y por mi mujer en particular y por toda la gente que, como ustedes, me ha acompaniado siempre en este duro camino, hoy me he sentido un poco más animado, he bebido mucha agua, me he incorporado solito en la cama varias veces y he reconocido a todos los que han venido a verme, incluyendo los médicos y la psicóloga. Bueno, es todo por hoy, solamente decirles GRACIAS a todos porque sé que van a pedir y rezar por mí, y un gracias muy especial a las mamás y los papás del cole que se están encargando de mis hijas, como siempre lo han hecho hasta ahora (incluyo a mis vecinos Lourdes y Vicente), gracias también a todos los que han venido a vernos a Giuli y a mí por dedicarnos parte de su tiempo. Les diría que voy a salir adelante, aunque me sienta como si me estuvieran perforando por dentro, aunque me esté cagando de dolor, porque un ser superior no va a permitir que deje a mis chicas solas, pero, como saben los que me conocen, aunque soy judío, no practico. Ahora me arrepiento y comprendo a los que abrazaron la fe en las vísperas de la muerte. No, no se apuren, yo no creo que me vaya a ir ahora, no voy a abandonarlas por un puto cáncer, pero, si creyera en un dios —tanto si le llamara Dios como Alá o aunque no quisiera pronunciar su nombre por respeto, ya ven que me lo sé—, si creyera, les digo, pensaría que un ser superior me va a ayudar a salir de ésta y que todo obedece a un plan que ahora mismo, con este dolor, no puedo comprender, y Giuli, con el dolor de ella, tampoco alcanza a entender. ¿Verdad que no, amor? Me dice que no con la cabeza, mi pobre Giuliana. Con esto los dejo. Besos y carinios a todos, hasta prontito. Y al día siguiente escribió:
Ánima de Wajdi Mouawad
Wahhch Debch descubre el cuerpo de su mujer, brutalmente violada y asesinada, en el salón de su casa. Empujado por el dolor, se lanza a la caza del asesino: necesita ver su rostro, pero no por venganza, sino por supervivencia. Durante su odisea a través de América, solo y sin esperanza, brutales recuerdos escondidos en los pliegues de su infancia despiertan poco a poco. Para evocar la parte monstruosa del ser humano, Wajdi Mouawad hace callar al hombre y da voz a los animales: son ellos quienes nos narran la escalofriante búsqueda de la verdadera bestia.
Ánima nos lleva por un camino desconocido a un territorio entre el thriller, el western y la tragedia griega, un lugar inhóspito y de una violencia feroz que sin embargo no queremos abandonar y que somos incapaces de olvidar cuando hemos acabado el libro: ese espacio nuevo, amenazante y a la vez redentor de la gran literatura.
Ficha del libro
Passer domesticus Durante dos días no se movió de la cama en que lo habían acostado. ¿Se levantaría al llegar la noche, para ir y venir por la habitación, presa de su tristeza? Nuestra naturaleza, ligada al movimiento diurno de la existencia, nos impide afirmarlo con certeza, a pesar de la atención que puso en el todo el grupo. Desde que llego, organizamos una guardia improvisada entre nosotros, relevándonos continuamente en nuestros distintos lugares de reposo y en el alfeizar exterior de su ventana, situada en el octavo y último piso del gran pabellón de piedra, cuya fachada, coronada por un tejado de pizarra, está orientada hacia poniente. Es un edificio rodeado por un jardín lleno de árboles con los que nuestros ancestros han mantenido, desde la época en que esta ciudad no era más que un inmenso y profundo bosque, una relación amistosa y pacífica. Pero el mundo ha cambiado por culpa de los humanos. La arquitectura de la ciudad y la prosperidad de sus habitantes atraen, con el paso de las estaciones, a diversas razas llegadas con la esperanza de salvaguardar su especie. Lo cual nos obliga a incrementar la vigilancia. Desde las primeras luces del día, nos abalanzamos en bandadas sobre los arboles del jardín, profiriendo gritos estridentes, para que nadie olvide que este territorio nos pertenece. Somos pequeños, pero el vigor de nuestros desplazamientos y la capacidad de actuar en grupo nos ayudan a defendernos de nuestros depredadores, a menudo solitarios en sus acciones. No sabemos si era fruto de su voluntad, pero de todas las ventanas de la fachada oeste, solo la suya permanecía entreabierta de la mañana a la noche, dejando que se filtrara hacia el exterior el calor de los radiadores. Atraídos por el bienestar, aprendimos a aprovechar el movimiento de las cortinas para observarlo entre los resquicios. El primer día no quiso beber ni comer y, aparte del personal hospitalario, no acepto ninguna visita. Su habitación se llenó de flores, tu hermana, tus amigos, le decían. Sobre la mesa, rosas, junquillos y tulipanes se mezclaban con lirios y margaritas en floreros de plástico, y cuando se acabó el espacio, empezaron a poner en el suelo lo que iba llegando, junto a la pared de la estancia. Sin efusividad, le leían las tarjetas que acompañaban a los ramos: !Estamos aquí si nos necesitas! !Abrazos sinceros! !Te acompañamos en el sentimiento! El nunca reaccionaba, parecía estar flotando a la espera de que tierra cuarto y cielo se disolvieran, y su ser pudiera seguir cayendo, hasta desaparecer. Una sombra cubría por oleadas los valles profundos de su rostro, haciendo aún más desgarradora la intensidad de su afligida mirada.
Puente de Vauxhall de Javier Sebastián
La hermana Loretta María Semposki participa en un experimento sobre las grandes memorias del mundo. Junto a los ventanales del colegio de Shaftesbury, una ayudante del coronel Dolado va recogiendo en cuadernos los recuerdos de la monja, en apariencia inocentes. Una vez estudiados, esos cuadernos se destruyen. Salvo unos pocos, que van a parar a una casa de Dunstable, al noroeste de Londres. Pero ahora han desaparecido. Y en sus páginas no solo se lee el relato de una vida, sino algo muy comprometedor. El coronel Dolado, de los servicios secretos, sospecha de una persona de otro departamento y quiere saber qué ha descubierto. Para eso, le hace creer que la mujer de los cuadernos está de su parte y la manda a su lado.
Empieza el juego. ¿Quién engaña a quién? ¿Qué es lo que resulta tan peligroso de las palabras de la hermana Loretta? Lo cierto es que la hermana Loretta era amiga y consejera de la princesa Diana y su narración podría iluminar las zonas oscuras que rodearon su muerte.
A través de una extraordinaria vuelta de tuerca a la novela de espías, Javier Sebastián consigue urdir un relato clarividente acerca de la identidad y la memoria, la lealtad y el engaño, y confirma con esta obra una trayectoria contundente, una de las mejores sorpresas que pueden esperar los lectores en español.
Ficha del libro
A finales de verano se suspendió el experimento, no hubo explicaciones, se acabó y eso fue todo. A mí me mandaron a una finca de Almería, donde al poco tiempo me convertí en una mujer que cuida sus hortalizas siguiendo los consejos de La gran guía práctica del cultivo natural y se procura el sustento en lo que da la tierra. Mis primeras semanas en Almería las pasé con la doctora Pilbeam, de la Universidad de California. Sabía muchas cosas sobre el cerebro, era uno de sus temas favoritos de conversación. El coronel Dolado le había pedido que viniera a hacerme compañía, y lo cierto es que fue un estímulo. Mary-Kate Pilbeam tenía una sección fija en el Scientific American y prometió que un par de artículos me los iba a dedicar a mí. Me enseñó tablas de gimnasia oriental estilo Qi Gong y a veces me pedía que le contara mi vida con la hermana Loretta María. Decía: Aquí tiene estas hojas de gramaje ligero y cuadrícula fina, vienen con una raya naranja en el margen izquierdo. Si quiere que su caso aparezca en el Scientific American necesitaré un mínimo de documentación escrita. Yo comía a gusto, y es que quizás no había ninguna necesidad de que tuviera que hacerlo de otro modo. Dormía benéficas siestas. Tenía una hectárea de tierra con árboles frutales, más tres perros dogos a los que llamaba Celeste, Bertrand Russell y Cándido. Y mis amados cultivos los regaba con agua de la acequia y les ponía nitrato en abundancia. A eso me dedicaba, y así la vida puede durar siglos. De hecho, los días se sucedían sin sobresaltos. Semanas y meses, todos se parecían. Hasta que una mañana el coronel Dolado me llamó por teléfono y me dijo: Coja el primer avión a Londres y después me busca en el Claridge’s, paso allí las veinticuatro horas. No era un mal hombre ese Dolado, un poco impaciente si acaso.
Te espero dentro de Pedro Zarraluki
Los personajes de estas historias no saben que se les observa. Una niña enseña a su padre a hacerse el dormido para escapar de las situaciones sin salida; una anciana que ve por primera vez la televisión descubre con El Padrino la relación entre el tiempo y los saltamontes; la conversación entre dos hermanos se convierte en una rebelión contra la vida que les dio su padre; Sonia engulle botes de leche condensada como alivio ante un presente que la desborda... Y es entonces cuando llega el instante en que algo de vital importancia va a cambiar para ellos, sin que aún sean conscientes de lo que sucede. Cualquiera de nosotros, de haber sido observado en un momento de frágil intensidad, podría habitar este libro.
Con su característico humor y su finísima elegancia, y también con una inagotable ternura, Pedro Zarraluki revela la inesperada capacidad de unas vidas que parecen haber tocado fondo para resurgir con imaginación y recuperar su dignidad.
Ficha del libro
Se despertó sin saber dónde estaba. Luego, cuando se hubo situado, tardó todavía unos segundos en recordar que aquélla ya no era su habitación. Se incorporó y miró hacia la ventana. Se había hecho de noche. En la pantalla del televisor había una imagen fija de la mujer del sofá. Estaba desnuda, con el dedo corazón de una mano metido obscenamente en la boca, y a su lado las opciones del menú. Antonio se levantó de la cama alisándose el pelo con los dedos. Fue a abrir la puerta y salió al descansillo. El dormitorio de Marcela estaba a oscuras, pero abajo había luz y se adivinaba movimiento. Bajó la escalera. La luz venía del salón. De allí llegaba también un jadeo monótono y persistente. Antonio avanzó unos pasos y se detuvo en la puerta. Marcela estaba en uno de los sillones, con la cabeza reclinada hacia un lado y los ojos cerrados. Un muchacho, arrodillado frente a ella, le sostenía las piernas en alto y la follaba con tanto ardor que le temblaban convulsivamente los glúteos. Era él quien jadeaba. Las piernas de Marcela, pálidas y enjutas, se bamboleaban mecidas por las manos que las sostenían. Entonces ella abrió los ojos y vio a su padre. Soltó un grito seco y breve al tiempo que apartaba de un manotazo al muchacho. Antonio no se movió de donde estaba, no dijo nada. Se limitó a contemplar cómo se vestían los dos adolescentes, cosa que hicieron con fulminante rapidez, y se apartó un poco cuando el chico se vio obligado a pasar por su lado para huir en dirección a la calle. Luego miró al suelo, donde habían quedado tiradas las bragas rosas de Marcela. —¿Qué haces aquí todavía? —preguntó la niña. Estaba de pie, con los brazos cruzados y la cadera apoyada en el sillón en el que su padre acababa de sorprenderla. Se había recuperado deprisa. Siempre había resultado difícil hacerle perder el aplomo. Antonio, en cambio, se sentía desplazado en todas partes, como si hasta en su propia casa no fuera más que un invitado. Eva se lo decía a menudo cuando aún estaban juntos. —Me he quedado dormido —contestó. Al oír su propia voz, las palabras se le apelotonaron en la boca, pero sólo fue capaz de formular una pregunta—: ¿Eres consciente de la edad que tienes? —Quince —contestó Marcela sin dudarlo un instante—. Lo sé bastante mejor que tú. No me llamaste el día de mi cumpleaños. Antonio sintió un súbito instinto de rebeldía. Le pareció extraño que fuera su propia hija quien se lo desatara, pero se dejó llevar por él. —Empiezo a pensar que mereces un padre como César —dijo—. A mí se me han pasado las ganas.
Yo, mono (Nuestros comportamientos a partir de la observación de los primates) de Pablo Herreros Ubalde
Las teorías de Darwin fueron tan demoledoras que cambiaron el curso de las ciencias naturales para siempre. El científico declaró en una ocasión que aquellos que estudien las relaciones sociales de los primates habrán hecho más por el conocimiento de la metafísica humana que el filósofo John Locke.
Recogiendo el espíritu de Darwin, Pablo Herreros revisita la historia de los seres humanos a partir de los últimos hallazgos científicos. Este libro traza un apasionante recorrido por la evolución de los primates para explicar comportamientos tan cotidianos y tan supuestamente humanos como el puñetazo del directivo sobre la mesa, las chulerías en las discotecas o los besos. Y es que los primates, al igual que nosotros, tienen emociones, vicios, sufren, se vengan, cotillean, intercambian objetos o servicios, engañan y se disputan el «trono» mediante juegos de poder.
Pero esta obra es mucho más. Se creyó tanto en la selección natural que muchos pensadores abrazaron conclusiones equivocadas, como es el caso del darwinismo social. ¿Por qué iba a ayudar un animal a otro cuando supone un coste de energía y alimento? Yo, mono pretende terminar con esta convicción totalmente errónea y mostrar que la cooperación es tan importante para la supervivencia como la competición.
Con un lenguaje claro, directo y no exento de ironía y sentido del humor, Pablo Herreros nos muestra en este libro que, de algún modo, los animales son muy humanos, y los humanos no dejan de ser animales.
Ficha del libro
La política es más antigua que la propia humanidad Los primates juegan a los mismos juegos de poder que los humanos. Por ejemplo, un chimpancé no puede apoyarse exclusivamente en la dominación y la fuerza para conseguir lo que desea. Al igual que nosotros, emplean multitud de estrategias para obtenerlo. Ello se debe a que en este orden o grupo de especies al que pertenecemos, el ejercicio del poder es algo que se gestiona mediante diversas maniobras políticas, lo que incluye la manipulación, la creación de alianzas, la provocación de conflictos, la reconciliación, el chantaje o hacer intervenir a terceras partes, entre decenas de artimañas políticas más, todas ellas bien conocidas por nuestra especie. Las investigaciones más recientes demuestran que nuestros parientes más cercanos, chimpancés y bonobos, viven en sociedades complejas y realizan maniobras políticas semejantes a las nuestras para resolver los desafíos que conlleva la vida en grupo. Para Aristóteles y otros pensadores posteriores, el ser humano se distinguía de otros animales por su naturaleza política, es decir, por su capacidad para organizarse y crear sociedades. Nosotros éramos los únicos animales políticos (zoon politikon) sobre la faz de la tierra. Desde este prejuicio, los politólogos modernos situaron el origen de la política en el periodo Neolítico, cuando los humanos abandonamos la vida nómada para convertirnos en agricultores sedentarios, hace aproximadamente ocho mil años. Lo que Aristóteles desconocía, a pesar de su gran interés por el naturalismo, era todo el conocimiento que ahora poseemos sobre el comportamiento de otros primates. Éste demuestra que los primates no humanos tienen intensas vidas políticas y que no es necesario el desarrollo de asentamientos permanentes para que surjan las conductas dirigidas a la obtención y control del poder. De hecho, como veremos en este capítulo, la mayoría de ellos hunden sus raíces en lo más profundo de la selva. Para el sociólogo Max Weber, la esencia de la actividad política se encontraba en la distribución de la fuerza que se monopoliza a través del poder. Desde la antropología, Ted Lewellen añadió a la fórmula cómo se logran los objetivos comunes. Los chimpancés y otros primates no humanos también luchan por obtener el poder y aumentar el estatus social, pero de forma simultánea cooperan en causas comunes. Esto implica que, como sucede en nuestros partidos políticos o en las relaciones entre países, los primates no humanos combinan la cooperación y la competición para lograr sus objetivos. Las relaciones de poder, para bien y para mal, existen en todos los ámbitos humanos. Así, encontramos similitudes entre el comportamiento de los grandes simios en la selva y las reacciones de los políticos y otros grupos de poder. Allá donde se produzca interacción entre dos o más miembros, aparecerá este tipo de dinámicas que podemos calificar de políticas sin entrecomillados ni temores de ninguna clase. Existe una continuidad entre el comportamiento político humano y el de otros primates. Los indicios llevan a pensar de este modo, porque los patrones de conducta política en las cinco especies de grandes simios que existen en la actualidad son similares, lo que significa que muy probablemente nuestro ancestro común ya se comportaba así hace cuatro o cinco millones de años, mucho antes de que apareciera el primer Homo sapiens en la sabana africana. Como cree el primatólogo que más ha influido en mi carrera, Frans de Waal, «la actividad política parece ser una parte de la herencia evolutiva que compartimos con nuestros parientes más cercanos».