Pronto seremos felices de Ignacio Vidal-Folch
Un viajante comercial español dedicado al import-export trabaja en el establecimiento de su empresa en los países del Este. Mientras el orden mundial se resquebraja y tras los años convulsos pasados en Praga, en Budapest, Sofía, en Moscú…, años de aprendizaje, de amistad, de amor, vuelve a esas ciudades en las que se reencuentra con algunas de las personas esenciales de su vida, que como él, ya no son las mismas.
El viaje de vuelta a Praga, que oficialmente tiene como objeto una transacción comercial, se convierte en el punto de partida de un asombroso itinerario vital impulsado por el reencuentro con Kamila, su eficiente y fiel colaboradora durante años que desapareció de pronto como si una movediza tierra de oscuros intereses políticos se la hubiera tragado. La búsqueda de Kamila es sólo el comienzo de otros reencuentros que descubrirán al protagonista quiénes eran realmente las personas con las que convivió, qué había por debajo de lo que no sabían, o no podían contar.
Ficha del libro
Tesla y la conspiración de la luz de Miguel A. Delgado
En las últimas décadas, Nikola Tesla se ha convertido en un icono de la cultura popular, presente en videojuegos, cómics, literatura, películas, canciones, series y miles de páginas web. Introducir su nombre en el buscador Google puede llegar a arrojar cinco millones de resultados. Y deambular por ellos es asistir a un cruce de referencias en el que realidad y ficción terminan confundiéndose.
La acción de la novela arranca en un Nueva York ucrónico, el domingo 17 de octubre de 1931. Las ideas de Nikola Tesla, el científi co visionario, se han llevado a término: las posibilidades de transmisión inalámbrica de la electricidad han posibilitado todo un mundo nuevo en el que la contaminación no existe, la energía es libre y al alcance de todos, y se ha dado un salto enorme en la evolución tecnológica, gracias a un sistema de torres (la Red Mundial) capaz de abastecer cada vez una mayor extensión del planeta. Edgar, que es un joven de diecinueve años que aspira a ser un piloto de las grandes líneas transatlánticas (los «oceánicos»), descubrirá de esta manera que hay una gran mentira que ha sido mantenida durante todo este tiempo: que Thomas A. Edison no es el verdadero padre de la tecnología que ha posibilitado este gran desarrollo, y que su creador permanece olvidado, viviendo en una habitación de hotel sin que nadie conozca su existencia. Y de hecho, se involucrará en una organización que busca devolverle a primera línea, a pesar del férreo control que la banca y la gran industria mantiene sobre todos los medios. Pero hay un subgrupo de esos teslianos que quiere ir más allá: preparan un atentado a gran escala que destruya la Red Mundial y haga caer a todo el mundo civilizado en el caos. Edgar se convertirá en una pieza fundamental para evitar ese sabotaje, que está planeado coincidiendo con el gran funeral de Edison, con la asistencia de jefes de Estado y representantes de todo el mundo.
Ficha del libro
Edgar volvió a contemplar divertido como el aparato parecía convertirse en un gigantesco insecto al aproximarse hacia el suelo. Seis patas surgieron de su vientre y buscaron los anclajes que lo fijaron de forma definitiva a la aeropista. Allí lo esperaban otros como el. Edgar había contado hasta seis oceánicos que en aquel momento se encontraban en alguna de las fases de despegue, aterrizaje o avituallamiento. No en vano, Nueva York era ya, junto con Londres, Paris y Berlin, la principal terminal del esquema aéreo de la Red Mundial. De hecho, y aunque solo contaba con una década de vida, ya había planes para construir una ampliación al otro lado del rio, en Governors Island, mientras que Nueva Delhi estaba a punto de arrebatar a todas las demás la preeminencia: Gran Bretaña había tomado como objetivo estratégico la extensión de su propia red a lo largo de todo su imperio, lo que supondría que, en el plazo de tan solo veinte años, dos tercios del planeta serian accesibles desde el aire. La velocidad con la que la nueva tecnología se extendía era prodigiosa... Cuando terminó la rutina de las comprobaciones, la esclusa de la parte inferior se abrió y la rampa principal comenzó a descender. En un costado se abrió otra, la destinada a los pasajeros de clase A, mientras que en la trasera la gran compuerta de mercancías se dejó oír con un poderoso ruido metálico. A través de las filas de redondas ventanillas que puntuaban la lisa superficie cerca del vientre del aparato, Edgar pudo entrever las sombras de los pasajeros de las clases B y C que buscaban la salida para dirigirse luego a los grandes terrestres sin asientos que les transportarían hasta la aduana general de Castle Garden. Mientras, los elegantes automóviles con chofer acudían a recoger a los privilegiados de la clase A: tan cerca de la pista de aterrizaje no estaba permitido el acceso a los aéreos. Pero eso no era problema para aquella selección de hombres de negocios, estrellas del cine y deportistas, aristócratas y miembros de la elite; sus flotas personales contaban con vehículos de todo tipo, aptos para cualquier situación. Varios autómatas, poco más que unas grúas con ruedas, se colocaron en la parte trasera del gigante para extraer la carga que llenaba su vientre. Había llegado el momento de dirigirse al muelle de mercancías; la megafonía anuncio la puerta en la que se procedería a la entrega de los paquetes. Cuando la voz femenina pronuncio el código que correspondía al esperado por Edgar, éste echó a andar por el gran pasillo en la dirección indicada.
Un reloj por corazón de Peter Swanson
Un viernes cualquiera, la tranquila y predecible vida de George Foss da un giro inesperado cuando una preciosa joven entra y se sienta en el bar que él frecuenta habitualmente. No es otra que Liana, una mujer que desapareció de su vida veinte años atrás. Pero Liana Dector no es sólo una exnovia, o el gran amor de su vida, sino que esconde un peligroso enigma que la vincula a un asesinato a sangre fría. Ha vuelto, y necesita desesperadamente la ayuda de George. Debe una gran cantidad de dinero, y George es el único que puede devolverlo. Es sólo un favor, unas horas de su tiempo, y se volverá a marchar. George sabe que lo que debería hacer es no abrir esa puerta, pero no puede evitar tomar una decisión que le sumergirá en un torbellino de mentiras, secretos, traición y asesinatos del que no hay escapatoria. Aunque creamos que no nos pasará, el pasado está ahí, y siempre vuelve.
Ficha del libro
Cruzó las puertas de cristal esmerilado del Jack Crow’s y fue directamente a su reservado habitual. Más tarde pensó que debía haber pasado junto a Liana Decter, que estaba sentada en la esquina de la barra. En otras ocasiones, con menos calor o mejor ánimo, habría observado a los clientes que frecuentaban su bar habitual en un viernes por la noche. En otra época incluso, al vislumbrar a una voluptuosa mujer solitaria de piel pálida, se habría sobresaltado con la expectativa de que fuera Liana. Se había pasado veinte años acariciando y temiendo a la vez la posibilidad de volver a verla. Había creído detectar su presencia en los lugares más diversos: su pelo en una azafata de vuelo, la exuberancia imponente de su cuerpo en una playa de Cape Cod, su voz en un programa de madrugada de jazz. Incluso había estado seis meses convencido de que Liana se había convertido en una actriz porno llamada Jean Harlot. Había llegado hasta el extremo de averiguar la verdadera identidad de la actriz. Era la hija de un pastor de Dakota del Norte y se llamaba Carli Swenson. George se acomodó en su reservado, le pidió un Old Fashioned a Trudy, la camarera, y sacó el Boston Globe de su gastada bandolera. Se había guardado el crucigrama para ese momento. Había quedado con Irene, pero ella no llegaría hasta las seis. Bebió a sorbos su cóctel y resolvió el crucigrama; luego, de mala gana, pasó al sudoku, incluso al jeroglífico, hasta que oyó los pasos familiares de Irene a su espalda. —Vamos a cambiar, por favor —le dijo ella a modo de saludo, refiriéndose a los asientos. En el Jack Crow’s solo había un televisor, cosa más bien extraña en un bar de Boston, e Irene, mucho más aficionada que él a los Red Sox, quería contar con la mejor perspectiva. George salió del reservado, le dio un beso en la comisura de los labios —olía a perfume Clinique y a pastillas de menta— y se instaló en el otro lado, desde donde se veía la barra de roble y las lunas de cristal que iban desde el techo hasta el suelo. Aún había luz fuera, una rodaja rosada de sol coronaba los edificios de piedra caliza de enfrente. Ese resplandor que entraba de la calle le hizo reparar de golpe en la mujer solitaria sentada en la esquina de la barra. Estaba tomando una copa de vino tinto y leyendo el periódico, y un hormigueo en el estómago le dijo a George que se parecía a Liana. Que era igual que Liana. Pero ese hormigueo ya lo había sentido muchas otras veces. Miró a Irene, que se había vuelto hacia la pizarra de la barra, donde figuraban los cócteles del día y las cervezas de temporada. Como siempre, el calor no parecía afectarla. El pelo, corto y rubio, peinado hacia atrás, se le ensortijaba junto a las orejas. Sus gafas de estilo retro tenían la montura de color rosa. ¿Siempre habían sido de ese color? Después de pedir una cerveza Allagash White, Irene lo puso al día sobre la historia con el subdirector divorciado. George observó con alivio que ella adoptaba de entrada un tono informal y exento de animosidad. Las historias sobre ese subdirector bordeaban la anécdota cómica, pero George no dejaba de percibir siempre un tonillo crítico de fondo. El subdirector en cuestión podría ser un tipo rechoncho y con coleta, adicto a la cerveza, pero al menos con él se vislumbraba un futuro tangible; algo más que los cócteles, las risas y la sesión ocasional de sexo que George le ofrecía actualmente.
El viaje a la vida de Eduardo Punset
Hasta hace muy pocos años, los humanos vivíamos en núcleos muy reducidos e incomunicados; el amor, la amistad o la comprensión eran una excepción, y había obstáculos insalvables entre las distintas comunidades.
La empatía nació en el cerebro de los humanos hace cien mil años, pero está irrumpiendo de manera imparable en el hogar, las comunidades y las empresas. Gradualmente, la sociedad está aprendiendo, gracias a las redes sociales y a la propagación de la empatía, a cuidar de sí misma y a no necesitar de las ayudas interesadas de terceros. Algún día, ya nadie dudará de que la mejor manera de ser feliz será haciendo feliz a los demás.
Ficha del libro