Poesía de Michel Houellebecq
Novelista y polemista, provocador y subyugante, Houellebecq es también un destacado poeta. Este volumen reúne sus cuatro poemarios, que son en algunos casos su germen y en otros prolongación de su narrativa, y conforman un corpus literario imprescindible para construir el mapa completo de uno de los pocos escritores verdaderamente radicales de la literatura contemporánea. Rabiosamente anclados en la contemporaneidad, alternando sin complejos verso libre, verso clásico y prosa, sus poemas parten de la observación de lo cotidiano para ofrecernos una mirada implacable, tragicómica y lírica sobre el mundo, sobre la ruindad de los convencionalismos y las ideas dominantes, sobre la caducidad de nuestros cuerpos. Y el poeta también hurga sin compasión en su propia intimidad, lanzando soliloquios en los que intenta encontrar un sentido a su existencia. «En estas poesías uno se reencuentra cara a cara con Houellebecq, que explica quién es y te confía las claves de su estética y de su fascinante universo» (Le Point). «Poemas que van a la idea y corren esquivando al monstruo de la retórica» (Público). «Un escritor vivificante» (Literary Review).
Ficha del libro
Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan
Después de encontrar a su madre muerta en misteriosas circunstancias, Delphine de Vigan se convierte en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de la desaparecida. Los cientos de fotografías tomadas durante años, la crónica del abuelo de Delphine, registrada en cintas de casete, las vacaciones de la familia filmadas en súper ocho o las conversaciones mantenidas por la escritora con sus hermanos son los materiales de los que se nutre la memoria. Nos hallamos ante una espléndida y sobrecogedora crónica familiar, pero también ante una reflexión sobre la «verdad» de la escritura, porque son muchas las versiones de una misma historia y narrar implica elegir una de esas versiones y una manera de contarla. Y esta elección a veces es dolorosa, porque en el viaje de la cronista al pasado de su familia irán aflorando los secretos más oscuros. La novela más galardonada (5 premios) en Francia en 2011 y con mayor número de lectores (500.000). «Un bello canto de amor filial» (Fabrice Gaignault, Marie Claire). «El resultado se revela cautivador y salvífico» (Alexandre Fillon, Le Figaro). «Un relato sensible y fascinante, que nos devuelve el eco de nuestras propias heridas» (L’Express). «Este magnífico testimonio la confirma escritora contemporánea de referencia… Sus reflexiones sobre la necesidad de escribir para aprehender la realidad o sobre el significado de la lectura y la cultura para el desarrollo intelectual y moral del individuo componen uno de los centros de atracción más poderosos del libro. Son muchas las razones por las que Nada se opone a la noche se convirtió en la novela más galardonada en 2011 en Francia, con cinco premios, y la más vendida, con 500.000 ejemplares. De Vigan está reinterpretando su familia… Su libro se acaba convirtiendo en un perfecto espejo donde se refleja lo que se podría considerar alma familiar o ADN emocional… La intensidad del libro es, sin duda, otro de los méritos de esta espléndida obra… Esta novela, en su voluntad de interpretar la superficie, nos arrastra hacia estratos abisales donde se configura lo que somos. En definitiva, imprescindible» (Sònia Hernández, La Vanguardia). «La escritora indaga en el origen de un dolor interno que, más que conocer, intuye. Un rastro que la llevará a descubrir, bajo ese telón de familia ejemplar, secretos ocultos… La obra se planteó como una cartografía personal, pero la narración también se erige como una oportuna y sincera reflexión sobre la objetividad de la memoria y la función de la literatura –sus posibilidades, dificultades y límites–, al abordar los irregulares y complejos contornos biográficos» (Javier Ors, La Razón). «De Vigan esculpe una historia conmovedora y enormemente contemporánea, existencial, al abrir en canal la memoria familiar… De Vigan se enfrenta a la violencia de los secretos con el arma de la escritura, en un ejercicio experimental que supone también una reflexión sobre la propia redacción… Una novela rotunda, violenta, pero con esa armónica fragilidad de los vínculos afectivos… Es también un canto a la supervivencia, al amor irrenunciable, enfurecido y resignado a los nuestros. A la madre que nos tocó y a la madre que nos hubiera gustado tener. A la madre que nos cuidó y a la que no nos protegió, a la que estuvo y a la que se ausentó. A la madre viva y a la madre muerta. Un canto a la herida mortal que nos conforma y nos destruye, como un estigma invisible, y que la mayoría llama familia» (Sandra Faginas, La Voz de Galicia). «Un relato híbrido y oscuro que mezcla narrativa convencional y autobiografía» (Lucía Lijtmaer, Marie Claire). «Una novela catártica en la que trata de entender la vida y muerte de su madre» (Isabel Loscertales, Woman). «La novela de Delphine de Vigan, que ya arrasó en Francia el año pasado, aterriza en nuestro país con la intención de llegarte al corazón» (Glamour).
Ficha del libro
Pensé que no debía olvidar su humor frío, fantasmal, y su singular predisposición a la fantasía. Pensé que Lucile se había enamorado sucesivamente de Marcello Mastroianni (ella precisaba: «póngame media docena»), de Joshka Schidlow (un crítico teatral de la revista Télérama al que nunca había visto pero cuya pluma e inteligencia alababa), de un hombre de negocios llamado Édouard, cuya identidad nunca llegamos a conocer, de Graham, un auténtico vagabundo del distrito 14, antiguo violinista y que murió asesinado. No me refiero a los hombres que han compartido su vida de verdad. Me creí que mi madre había compartido un cocido de gallina con Claude Monet e Immanuel Kant, durante la misma velada en un suburbio lejano del que había vuelto en tren de cercanías, y que se había visto privada de talonario de cheques durante años por haber distribuido su dinero en la calle. Me creí que mi madre había controlado el sistema informático de su empresa, así como el conjunto de la red de metro, y bailado sobre las mesas de los cafés. Ya no sé en qué momento capitulé, quizá el día que comprendí cómo la escritura, mi escritura, estaba ligada a ella, a sus ficciones, a esos momentos de delirio en los que la vida se había vuelto tan pesada para ella que había necesitado escapar, en los que su dolor sólo había podido expresarse mediante la fábula.
La muerte del padre de Karl Ove Knausgård
Karl Ove Knausgård está luchando con su tercera novela casi diez años después de que su padre se emborrachara hasta morir. Quiere que sea una obra maestra, pero le atormentan las dudas sobre su talento como escritor. Su mente deambula entre sus frustraciones actuales y su relación con su familia y el pasado: su infancia, las inseguridades de la adolescencia, el descubrimiento del sexo, del alcohol, esa «bebida mágica», su pasión por el rock... La muerte prematura de su conflictivo progenitor suscitó en él sentimientos que aún no ha conseguido aceptar. Ésta es la primera novela de las seis que conforman Mi lucha y que pueden ser leídas de forma independiente o como partes de un ambicioso proyecto. El autor se embarca en una exploración proustiana de su pasado y el resultado es una novela tan profunda como absorbente que nos atrapa desde la primera página. «La novela se sitúa en el terreno de la gran literatura, la de Marcel Proust, Robert Musil y Thomas Mann» (Berlingske Tidende). «Un libro emocionante, libre de tabúes» (NDR Kultur, Alemania). «Tan sublime como desea su autor, debería devolver a la vida a los lectores cínicos o fatigados» (Boyd Tonkin, The Independent). «Entre Proust y los bosques. Una obra como tallada en granito, exacta y fortísima» (La Repubblica).
Ficha del libro
En el instante en que la vida abandona el cuerpo, el cuerpo pertenece a lo muerto. Las lámparas, las maletas, las alfombras, las manillas de las puertas, las ventanas. Los campos labrados, los pantanos, los arroyos, las nubes, el cielo. Nada de todo esto nos es desconocido. Estamos constantemente rodeados de objetos y fenómenos del mundo muerto. Y, sin embargo, hay pocas cosas que nos desagraden más que ver a un ser humano capturado en ese mundo muerto, al menos a juzgar por los esfuerzos que hacemos por mantener los cuerpos muertos fuera de nuestra vista. En los hospitales grandes no sólo se guardan escondidos en oportunas salas inaccesibles, sino que también las vías para llegar hasta ellas están ocultas, con ascensores y caminos propios por los sótanos, y aunque por casualidad uno diera con alguno de esos lugares, los cuerpos muertos con los que se encontraría en las camillas están siempre tapados. Para llevárselos del hospital se sacan por una salida especial, en coches con ventanillas tintadas. En el recinto del cementerio hay para ellos una sala especial sin ventanas; durante la ceremonia funeraria están metidos en ataúdes cerrados, hasta que son enterrados o quemados en el horno. Resulta difícil encontrar alguna razón práctica que justifique este procedimiento. Los cuerpos muertos podrían por ejemplo llevarsesintaparencamillasporlospasillosdelhospital,ydeallí transportarse en un taxi normal y corriente, sin que eso representara ningún riesgo para nadie. Ese anciano que se muere en el cine durante la proyección podría quedarse sentado en su asiento hasta que acabe la película, por no decir también durante la sesión siguiente. El profesor que sufre un infarto en el patio de recreo no tiene por qué ser sacado de allí a toda prisa, pues no pasa nada si se queda en el suelo hasta que el conserje pueda ocuparse de él, aunque no sea hasta bastante más tarde. Si un pájaro se posara sobre él y lo picoteara, ¿qué podría importar? ¿Es mejor lo que le espera en la tumba sólo porque nosotros no lo vemos? Mientras el muerto no estorbe físicamente, no hay razón alguna para tanta prisa, pues no puede morir por segunda vez. Esto vale sobre todo para las épocas de frío. Los indigentes que mueren congeladossobrebancosyenportales,suicidasquesaltande puentes y de edificios altos, ancianas que caen fulminadas en las escaleras de su casa, muertos por accidente que quedan atrapados en sus coches destrozados, el joven que embriagado cae al mar tras una noche de juerga, la niña pequeña que acaba bajo las ruedas de un autobús, ¿por qué esas prisas para esconderlos? ¿No sería más decente permitir a los padres de la niña verla una o dos horas más tarde, yaciendo en la nieve junto al lugar del accidente, con la cabeza destrozada visible, así como el cuerpo entero, el pelo manchado de sangre y la chaqueta de plumas limpia? La niña estaría abierta hacia el mundo, sin secretos. Pero incluso esa única hora en la nieve es impensable. Una ciudad que no mantiene a sus muertos fuera de la vista, una ciudad donde se los puede ver diseminados por calles y parques, en los aparcamientos, no es una ciudad, sino un infierno. El que este infierno refleje nuestras condiciones de vida de un modo más realista y estrictamente más verdadero no importa. Sabemos que es así, pero no queremos verlo. Y de ahí viene ese acto colectivo de represión que constituye la reclusión de los muertos.
Cosas transparentes de Vladimir Nabokov
Ésta es la penúltima novela de Nabokov, un tour de force literario protagonizado por Hugh Person, un joven editor norteamericano que realiza varios viajes a Suiza a lo largo de los años. Allí viajó su padre por última vez en su vida y allí deberá encontrarse Hugh con un distinguido escritor, pero también con sus propios fantasmas. Y, como resultado de esos viajes, Person se enamorará, se casará, se verá envuelto en un asesinato, será encarcelado, se sumirá en un periodo de locura e indagará en los enigmas de su pasado. Una inquietante nouvelle perversamente cómica e intensamente lírica. «Ha dominado todos los trucos técnicos de la novela y ha inventado unos cuantos más de cosecha propia» (Peter Ackroyd). «Nabokov escribe prosa del único modo en que debería ser escrita, en éxtasis» (John Updike). «Misteriosa, siniestra y hermosamente melancólica» (Martin Amis).
Ficha del libro
Mi amor en vano de Soledad Puértolas
Esteban, un joven que sobrevive a un accidente de tráfico, debe plantearse la vida de una forma nueva. Se desvincula de su vida anterior y se va a vivir solo a un barrio distinto. En el nuevo contexto, el Centro de Rehabilitación al que acude diariamente será el principal referente. Entre los vecinos de su nueva vivienda, una familia compuesta por Dayana, una mujer madura que ha sido actriz, cantante y modelo de artistas, Eugenio, su marido, alcohólico y periodista deportivo, y su hija Violeta, va acercándose más y más a él. Y también Teresa, una mujer asidua del Centro de Rehabilitación, irrumpe en su mundo. Esteban atisba vidas rotas, vidas gastadas que aún sueñan con rehacerse. En este nuevo reto literario, Soledad Puértolas ahonda en un universo que siempre le ha interesado: la emoción, la pasión que nos mueve a los seres humanos, el anhelo de encontrar algo que dé sentido a todo, la lucha contra la amargura y el fracaso, la sed de belleza, la ilusión del amor.
Ficha del libro
Desde el principio, tuve la impresión de que mi amistad con ella me situaba un poco al margen de la vida de la vecindad, porque Violeta vivía dentro de un mundo que no compartía con nadie. No se trataba de un mundo superior. Los arreglos de ropa que siempre tenía entre manos y los collares que nunca la dejaban satisfecha y que se colgaba al cuello, uno o varios, siempre distintos cada día, como para probar el efecto, no sugerían asuntos de gran trascendencia. Sus padres eran populares en el barrio. El Piloto pasaba muchas horas en El Mercurio. Dayana, una mujer muy comunicativa y aún guapa, salía varias veces al día a sacar a sus perras, dos labradoras grandes y afectuosas cuya máxima ambición, a juzgar por el jaleo que metían cuando bajaban las escaleras, era alcanzar la calle. Pero Violeta no era como sus padres. Vivía instalada en una especie de reserva, aparentemente volcada en sus creaciones de joyas y ropa y sus continuas ideas de rehacerlo todo. Conmigo había hecho una excepción. Me lo había dicho, y poco a poco comprendí que era completamente cierto. Alavez,tuvelaimpresióndequelacomunidadde vecinos aprobaba nuestra amistad. En cierto modo, Violeta se había erigido en su representante para darme la bienvenida. La comunidad había delegado en ella. Aquellos primeros encuentros con Violeta me dieron una sorprendente impresióndeintegración.Norecordabahaberalbergado nunca un sentimiento parecido. Era una sensación completamente nueva. Además, la persona que respaldaba mi integración –insólita para mí– era, sin lugar a dudas, la más indicada. Nadie hubiera podido desempeñar ese papel con mejores resultados. Ya presentía lo que luego se me fue confirmando: la indiscutible autoridad que Violeta tenía entre la vecindad. La respetaban porque, con su estrafalario aspecto y su mirada indiferente, seguía al lado de unos padres queinspirabanentodoelbarrioimpulsosdesimpatíay ciertodeseodeprotección.Sinduda,imaginabanquela evidente tendencia del Piloto a beber en demasía ponía en peligro su trabajo, sabían que la vida de Dayana estaba hecha de esfuerzos y sacrificios. Más incluso que a organizar la vida doméstica de su marido y de su hija, Dayana se dedicaba, como Violeta me comentaba con una mezcla de admiración y censura, a atender a su madre y a su suegra, dos ancianas caprichosas y difíciles a quienes visitaba todos los días y que, a pesar de sus continuas quejas, parecían obstinadas en seguir cumpliendo años.
Si viviéramos en un lugar normal de Juan Pablo Villalobos
En los años ochenta en Lagos de Moreno, un pueblo donde hay más vacas que personas y más curas que vacas, una familia más bien pobre intenta sobreponerse a los estrambóticos peligros de vivir en México. El padre, profesor de civismo filohelénico, se obstina en practicar el arte del insulto, mientras la madre prepara cientos de quesadillas para atender a los manoteos de su numerosa prole: Aristóteles, Orestes, Arquíloco, Calímaco, Electra, Cástor y Pólux. Confinados en una precaria casa, presencian la revuelta de los cristeros contra el PRI y su enésimo fraude electoral. Éste es el punto de partida de las aventuras de Orestes y su hilarante cruzada contra el aburrimiento pueblerino y la tiranía de su hermano mayor. Todo cabe y todo vale en honor del disparate: vacas inseminadas, toros coleados, inmigrantes polacos, peregrinos sanjuaneros, naves espaciales, botoncitos milagrosos, sandías psicodélicas y muchas, muchas mentadas de madre. «Villalobos fustiga y vacuna la tragicómica realidad mexicana, un lugar no normal, con una combinación de humor corrosivo, desapego y andanzas hilarantes» (Iñigo Urrutia, El Diario Vasco). «Dispóngase a ser engullido por un estupendo remolino verbal que nos lleva a los territorios del placer literario, que es de lo que se trata. Villalobos es un derroche, posee unos recursos expresivos de gran calibre y utiliza de manera magistral el humor más negro y desesperado que, para el que esto escribe, es un rasgo clave de la literatura como forma de conocimiento, de exploración… La política, la economía, la corrupción, el abuso de poder, todo se desarrolla con una fuerza cómica irresistible… La realidad más cruda y las situaciones más imposibles forman unidad y esta es la mejor cualidad de la novela. Nada queda libre de la sátira más despiadada… una verdadera hecatombe de desmesura donde México es sacrificado en canal entre carcajadas y lágrimas. Léase» (Antonio Garrido, Sur).
Ficha del libro
Nosotros los llamábamos los del gallito colorado, porque el escudo de su partido político era un gallo color rojo,pero sobre todoporculpadequeellos también –como la mayoría de los partidos– eran aficionados a autodesignarse con combinaciones de siglas impronunciables. Dado que no había otro partido con un gallo azul o amarillo, lo cual habría establecido una fuente de ambigüedad que exigiría elusodeladjetivo,muchasveceslaeconomíalingüística –o sea: la güeva– nos empujaba a denominarlos nomás los del gallito. Eran campesinos de ejido, pequeños ganaderos, profesores, acompañados siempre por una corte fiel de beatas de diversa procedencia. Se hacían llamar sinarquistas y su misión era repetir las derrotas de sus abuelos, de sus padres, quienes habían hecho la guerra allá por los años veinte del siglo pasado, cuando el gobierno decidió que las cosas del cielo eran del cielo y las de la tierra del gobierno. Ante dicho escenario emocionante, mis hermanos y yo –seres semirracionales que oscilábamos entre los quince años de Aristóteles, el mayor, y los cinco de los gemelos de mentira, separados unos de otros de manera meticulosa por periodos de dos años que sugerían una perturbadora costumbre sexual de mis padres– nos dedicamos a escenificar combates entre los rebeldes y el gobierno, a madrazo limpio. Yo encabezaba a los rebeldes, porque Aristóteles no aceptaba ser otra cosa que el gobierno, las fuerzas del orden, como él decía. En nuestras batallas siempre ganaba el gobierno, porque Aristóteles ya ejercía su metodología fascista que combinaba la fuerza excesiva y la compra de los opositores. Por si fuera poco, en su ejército estaban siempre los gemelos de mentira, quienes no se inmutaban con nada, no hablaban, no se movían, no parpadeaban, les gustaba comportarse como si fueran dos plantas, y a las plantas en general resulta imposible obligarlas a rendirse. Eran un par de helechos plantados en sus macetas, sabíamos que bastaba con extender la mano y aplicar un mínimo de fuerza para lastimarlos, pero no lo hacíamos, nunca, porque nos daba la impresión de que los helechos no podían hacerle daño a nadie. En cambio, yo intentaba imponerme con mis habilidades retóricas, pero estaba condenado al fracaso, porque nadie me entendía.
Angel de Elizabeth Taylor
Angelica Deverell, una adolescente mitómana, es la hija de una tendera de clase baja cuya hermana trabaja en la casa de los señores de la zona y ayuda a pagar la educación de Angel (cuyo nombre de pila es el mismo de la hija de estos señores). Angel comienza a escribir novelones gótico-románticos, grandilocuentes, falsos y fascinantes, que la convertirán en una escritora de moda, la harán rica y la convencerán de que ella es una heroína de sus propias novelas... Una historia, llena de ecos y alusiones, de un entramado de relaciones sociales y fascinaciones equívocas en la que la pasión por la literatura, por deleznables que sean sus resultados, acaba arrasando varias vidas. «Agradezco a Anagrama por publicar la primera novela traducida de Elizabeth Taylor, y recomiendo a Taylor como un lugar, la plaza adonde ibas a sentir pensamientos del que cruza la calle, a pensar sentimientos del que escapa de casa» (Belén Gopegui). «El tratamiento más perverso e inteligente que se ha hecho de la creación literaria en los últimos años» (Juan A. Juristo, Diario 16). «Enorme eficacia literaria» (J. Ernesto Ayala-Dip, El País).
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Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes de Graciela Speranza
Abierto a múltiples fuerzas que desdibujan los límites de continentes, estados y culturas locales, el mundo del siglo XXI se ha vuelto sin duda más fluido y navegable. De eso parecen hablar las nuevas formas errantes del arte y las ficciones de América Latina. Pero frente a un multiculturalismo condescendiente que exalta la diversidad sin alterar la dirección ni las estructuras de poder de los intercambios, frente a un nuevo exotismo que hace de los Otros fetiches coleccionables, se impone recomponer el mapa del continente. Es lo que hace este sorprendente de imágenes: busca respuestas a las preguntas por el lugar de América Latina en obras de artistas y escritores que crean cartografías imaginarias, registran nuevos recorridos urbanos, revelan supervivencias fantasmales de otras tradiciones y otros tiempos, se abren a redes de relaciones azarosas o se confinan en esferas incomunicadas. Finalista 40.º Premio Anagrama de Ensayo.
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El modelo privilegiado de esa «mirada abrazadora» es el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg, uno de los artefactos más extraños de la historia del arte, con el que el historiador alemán intentó documentar visualmente todo el imaginario de Occidente.4 En 1924, después de varios años de tratamiento psiquiátrico, Warburg empezó a componer su serie inacabada de paneles móviles de láminas, montadas sobre fondos negros y luego fotografiadas, en la que esperaba exponer el conglomerado de relaciones que observaba en las imágenes, las migraciones de formas, motivos y gestos que atravesaban fronteras políticas y disciplinares desde la Antigüedad hasta el Renacimiento e incluso hasta el presente. Sumergido entre 1924 y 1929 en los más de 65.000 volúmenes de su biblioteca interdisciplinaria, iluminado con la experiencia antropológica directa de 1895 en el desierto de Nuevo México, trastornado y recuperado de los horrores de la Primera Guerra Mundial y de la psicosis que lo recluyó durante cinco años, Warburg concibió su Atlas como un combate contra la clausura del nacionalismo cultural exacerbado por la guerra y la asfixia de la ortodoxia dogmática. En un rapto después de la locura se le reveló una forma del pensamiento por imágenes, cuadros proliferantes de constelaciones permutables (para el maníaco no hay nada definitivo), en los que fluyen las polaridades, las antinomias, las supervivencias fantasmales de otros tiempos que anidan en las imágenes. Para desplegar esas discontinuidades del tiempo y la memoria, hacía falta una «mesa de encuentros», un dispositivo nuevo de colección y exhibición que no se fundara en la ordenación racional ni en el caos de la miscelánea y un principio capaz de descomponer y recomponer el orden del mundo en «planos de pensamiento», para que así dispuesto y recompuesto recuperara su extrañeza. Eso es el Atlas Mnemosyne, una forma de conocimiento por montaje, próximo a las experiencias contemporáneas de los collages cubistas, las cajas de Duchamp y el cine de Eisenstein, pero también al pensamiento por constelaciones de Benjamin y Bataille, siempre que se agregue el carácter permutable de las configuraciones alcanzadas, que lo vuelve pensamiento dinámico.
Las crónicas del dolor. Curas, mitos, misterios, diarios, plegarias, imágenes cerebrales, curación y la ciencia del sufrimiento de Melanie Thernstrom
A lo largo de nuestra vida, todos experimentaremos dolor, pero nadie sabe cuándo comenzará ni cuánto tiempo durará. En la actualidad, un diez por ciento de la población de los Estados Unidos sufre dolor crónico. Este ensayo rastrea las diferentes concepciones del dolor a través de la historia para desvelar su esquiva naturaleza. Y así, entrelazando reflexiones en primera persona, espléndidos reportajes realizados en los más importantes centros médicos de investigación y clínicas del dolor, así como inteligentes contribuciones de un vasto abanico de disciplinas, Thernstrom nos demuestra que cuando tenemos que enfrentarnos al dolor, no hemos avanzado tanto como imaginamos pero tampoco estamos tan indefensos como tememos. «Colmado de inteligentes revelaciones y escrito con una notable elegancia» (The New Yorker). «Una expansiva y estimulante combinación de memorias, reportaje médico, investigación histórica y crítica cultural» (Robin Romm, The New York Times Book Review). «Una fascinante mezcla de ideas y periodismo» (Kirkus Review).
Ficha del libro
En la época victoriana se pensaba que existía una jerarquía invisible de sensaciones según la cual los jóvenes eran más sensibles al dolor que los mayores, las mujeres más sensibles que los hombres, y los blancos ricos y educados (los que inventaron la teoría) eran infinitamente más sensibles al dolor que los pobres sin estudios, los esclavos y los indígenas de las colonias. Para nuestra sorpresa, la investigación moderna ha descubierto que la sensibilidad psicológica ante el dolor se ve afectada por la raza, el género y la edad, aunque no en el sentido que creían los victorianos. Con el paso del tiempo llegué a observar a varios cientos de pacientes. A veces, mi visita a la clínica del dolor era como descender al Infierno de Dante. Había gente machacada por accidentes laborales o que padecían enfermedades degenerativas o autoinmunes, mientras que otros se quejaban del intenso sufrimiento que padecían debido a dolencias comunes, como el dolordeespalda yde cabeza.A lolargode ochoañosmantuve contacto con pacientes para intentar hallar la respuesta a la pregunta de por qué algunas personas mejoran de su dolor y otras no. ¿Estará la respuesta en la naturaleza de los pacientes, en los médicos o en los tratamientos médicos que se aplican? ¿Cómo afecta la fe religiosa al dolor, a la discapacidad y a la mortandad? ¿Ir a la iglesia o rezar alivia el dolor? Conocí a una mujer joven que desarrolló un dolor crónico de espalda tras someterse a una demostración quiropráctica de tan sólo cinco minutos de duración después de que su entrenador en el gimnasio se lo hubiera recomendado. A lo largo de los siguientes ocho años, la mujer incrementó la prima de su seguro médico hasta alcanzar una cantidad de seis cifras que pagó de su bolsillo en su intento de encontrar los mejores médicos y tratamientos que la librasen de aquel dolor hasta que, por fin, halló uno con el que mejoró. ¡Después de pasados ocho años! El dolor, como cualquier situación límite, saca a la luz lo mejor y lo peor de las personas. Algunas se convierten en seres heroicos, como la mujer que quedó paralizada tras una cirugía rutinaria de hernia discal cervical y tuvo que enfrentarse a la nueva y terrible situación de tener la médula espinal lesionada y soportar los dolores que ello conllevaba. O el caso del empleado del ferrocarril que perdió tres de sus miembros al caer del tren para después sufrir dolores en dichos miembros fantasmas que abrieron los ojos a su médico ante los misterios de la perseverancia. Sin embargo, otros pacientes desarrollan tendencias suicidas y algunos (entre los que me incluyo) descubren que el dolor ha cambiado su forma de ser para convertirlos en seres irreconocibles que colaboran con el dolor en lugar de combatirlo.