El en el siglo XVI, la novela Picaresca introdujo un modo de novelar, siendo uno de los productos más característicos de la cultura Barroca. Pero además la novela Picaresca ha sido calificada por muchos como reflejo de nuestra filosofía, aunque su medio de expresión no sea el discurso académico sino el lengua corriente.
El trasfondo socio-económico de la crisis barroca fue una amplia decadencia, que se produjo durante el reinado de Felipe II. Siendo esta decadencia distinta en el centro respecto a la periferia, por lo que surgieron el bandolero catalán y el pícaro castellano. Ambos fueron el resultado y productos del hambre, la miseria y el desempleo, pero con una diferencia: mientras el pícaro aceptaba las condiciones como se presentaban e intentaba conseguir provecho, el bandolero protestaba.
El pícaro y la sociedad en que vivía inspiraron la novela picaresca, reflejo de una España que no logró crear una sociedad burguesa basada en el trabajo y un nuevo orden económico. Cuando terminaron las etapas de conquistas y expansión imperial, el español encontró en las actividades antisociales la salida natural para su individualismo, y los antiguos soldados engrosaron el ejército de mendigos, rufianes, valentones, tahúres, embaucadores o hidalgos hambrientos y vanidosos, en los que se inspiró la novela picaresca.
En el centro de España la pobreza del campo incitó a una huida en masa hacia las ciudades, donde se podía vivir de la caridad o encontrar oficios serviles. Se llenaron pues las ciudades de sopistas y vagabundos, y crearon el ambiente apropiado para que surgiera la figura del pícaro: generalmente un pecador arrepentido que escribe sus memorias en edad madura, con carácter moralizador. El pícaro literario es así un pretexto para evidenciar ciertas lacras sociales: un protagonista nacido en los bajos fondos de la sociedad, sin oficio determinado, criado de muchos amos, que narra su vida con desenfado. Venía a ser pues un antihéroe conexionado con la literatura de los conversos, en tiempos en los que existió cierta rebeldía popular y alzamiento moral de los siervos.
La novela moderna surgió cuando el Realismo se impuso al Idealismo de la época renacentista, y el pícaro encarnó un nuevo personaje opuesto al pastor idealizado y al héroe caballeresco. Cambiaron los gustos literarios, porque el público deseaba ver la vida como era. La novela picaresca nace pues con la naturalidad del ambiente social, espiritual y material de su época, un cambio general de vida promovido por la crisis económica, moral e intelectual que se produjo entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. El pícaro que narra su vida impuso un punto de vista libre e individual, como si deseara una inversión social. Por eso la novela picaresca tiene una significación ideológica que supera la simple innovación estética, con disertaciones morales y relatos didácticos, con una insatisfacción e inquietud desilusionada y escéptica, con la astucia como arma de defensa. El pícaro es por eso el desposeído por excelencia, el pobre absoluto, conciencia disidente que protesta ante la injusticia, denuncia de la sociedad en que vive y expresión de su conciencia disidente. La novela picaresca es así un producto pseudoascético, y algunos escritores de novelas picarescas escribieron también escritos religiosos o morales.
El fondo filosófico de la picaresca literaria ya se había originado en la escuela cínica griega y en el Estoicismo grecorromano. De ambas concepciones asumió el Individualismo y el espíritu de resistencia, también la indiferencia por el mundo exterior y por su reputación. La picaresca fue la continuación del Estoicismo con otros medios, amoldada a la manera española de protesta, menos crítica y sufrida, pero más irónica y risueña.
La novela picaresca es la respuesta a la fachada barroca y refulgente de su tiempo y el testimonio de los bajos fondos de la vida que no aparecen en las crónicas de sociedad escritas por los historiadores y cronistas. Su protagonista no es el héroe convencional de las novelas caballerescas, pastoriles o sentimentales, sino el anti-héroe marginado y excluido social.
Este género dio sus primeros pasos con La lozana andaluza de Francisco Delicado en 1528, donde la peripecia de una prostituta de Roma permitió justificar el arrasamiento de esta ciudad por las tropas imperiales a causa de la degradación moral en que había caído. La obra es significativa ya que su autor era un sacerdote con una pésima opinión del clero católico, que describió los vicios sociales y eclesiásticos. En un ambiente donde los primeros en prostituirse eran los papas y los reyes, cortesanos y sacerdotes, la prostituta en un sentido estricto resultaba ser una simple superviviente dotada de más sentido moral que aquellos que viven de predicar a los demás.
Posiblemente fue la aparición del La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, en 1554, lo que produjo una mayor diversificación y dilatación del género picaresco. En ella el autor recoge la vida de Lázaro desarrollada en Salamanca y Toledo, contraponiendo al imperio de Carlos V la existencia de un pobre desdichado que sólo encuentra acomodo cuando acepta convertirse en cornudo consentido. En este panorama quedaron mal parados los clérigos que traficaban con bulas en pleno estallido de la Reforma de Martín Lutero, los que carecían de compasión hacia las necesidades del prójimo, y los hidalgos que se negaban a trabajar convencidos de su superioridad moral.
En Lázaro de Tormes es una obra erasmiana, muy contagiada de espíritu castellano. No aparece la amargura ni el resentimiento de los pícaros posteriores, pero es sin duda la primera gran novela picaresca y más genuina porque reúne las siguientes características: 1. forma autobiográfica; 2. protagonista de baja clase social; 3. relato desde la infancia a la madurez; 4. carácter vagabundo del protagonista; y 5. hambre y necesidades como móviles vitales.
"Como la necesidad es tan gran maestra, viéndose con tanta hambre siempre, noche y día estaba pensando la manera que tendría en sustentar el vivir. Y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz el hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa."
El Guzmán de Alfarache, escrita por Mateo Alemán en 1599, es mucho más pesimista y exenta de la compasión del Lazarillo. Para él, pobreza y picaresca "salieron de la misma cantera". El pueblo hambriento es el eje central de esta novela:
"Los trabajos todos comiendo se pasan; donde la comida falta, no hay bien que llegue ni mal que no sobre, gusto que dure ni contento que asista."Esta obra resultó extraordinaria en sus descripciones del sistema judicial y carcelario, y en la manera en que perfila el deterioro moral del protagonista. Guzmán ha sido considerado el pícaro por excelencia, satírico y moralizador, ejemplo a seguir por la doctrina contrarreformista. Mateo Alemán fue alumno del erasmista Juan de Mal-Lara, y autor de otra novela picaresca llamada ida de San Antonio de Padua.
A comienzos del siglo XVII, continuaron las publicaciones del género picaresco con notable acierto: La pícara Justina por Francisco López de Úbeda en 1605; La hija de Celestina o la ingeniosa Elena por Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo en 1612; Vida del Escudero Marcos de Obregón por Vicente Espinel en 1618; y Alonso, mozo de muchos amos por Jerónimo de Alcalá Yánez en 1626.
Uno de los grandes literatos del Siglos de Oro de las Letras españolas en abordar el género picaresco fue Francisco de Quevedo mediante la publicación de dos obras: Providencia de Dios y gobierno de Cristo e Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos. El Buscón, editado en 1626, resultó un denuncia social satírica y moralizadora, didáctica y doctrinal, conciencia religiosa de su época. La España imperial del Barroco aparecía mostrando su peor rostro, el de las bajezas y miserias que no conocían paliativo ni siquiera gracias a la acción de la Iglesia católica. Así el hambre era uno de sus peores males, que no ponían saciar el Buscón y sus compañeros: "Cenaron, y cenamos todos, y no cenó nadie."
De menor relevancia fue Alonso de Castillo Solórzano, pero de gran popularidad en su época y autor de novelas como La niña de los embustes Teresa de Manzanares, de 1632, Aventuras del Bachiller Trapaza, de 1637, y La garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas, de 1642.
La novela de Luis Vélez de Guevara titulada El diablo cojuelo, de 1641, es extraordinaria, donde un ser demoníaco iría desvelando las realidades que se viven bajo los tejados de las casas de Madrid.
también notables es la Vida y Hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo, escrita por Gabriel de la Vega en Amberes en 1646. Se difundió por toda la península y algunos países europeos, cerrando un ciclo precisamente cuando la España de la Contrarreforma también estaba encaminada ya de manera irreversible a perder su hegemonía.
Paulatinamente se fue produciendo una disminución en la intensidad de los caracteres, para ir acercándose a novelas de aventuras con carácter picaresco, muy próximo a lo que luego serían novelas costumbristas.
En la novela picaresca, el relato autobiográfico en primera persona sustituyó al tratado epistemológico, y la experiencia vivida al pensamiento abstracto. El tema central de la picaresca no fue la Metafísica ni el Más Allá, sino la Física y el Aquí, no el alma sino el cuerpo. La angustia es más cotidiana y menos trascendental, y su expresión máxima es el hambre del estómago vació y no el miedo al juicio final. Pero también el morir sin haber muerto pertenece al ámbito del hambre; el Lazarillo llegó a desear la muerte para librarse de la experiencia del hambre: "Pedí a Dios muchas veces la muerte." Pero deseaba también la muerte a quienes eran responsables de su escasez material.
Lo que Carlos Marx llamó "proletario lumpen" estaba ya configurado en el Lazarillo de Tormes, en el Guzmán de Alfarache, en Marcos Obregón o en el Buscón. De hecho, la cruzada de Feuerbach y Marx contra el Idealismo de Hegel y su afirmación de que la vida pertenece ante todo la satisfacción de las necesidades materiales del hombre, no es más que la versión germana y tardía del realismo introducido por la literatura picaresca española. Pero entre ambas concepciones existe una diferencia: mientras Feuerbach y Max trataron con aspectos filosóficos y científicos, Quevedo, Mateo Alemán o Espinel relataron los hechos y las vivencias de personajes con nombres y apellidos.
Dale J.B. Randall escribió en su libro The classical Ending of Quevedo´s Buscón, de 1964, que:
"Las novelas picarescas no son más que tratados morales en los que queda reflejada la sociedad y en donde muchos pueden ver sus culpas."
El hispanista alemán Albert Schuftheiss escribió en el siglo XIX en su obra Schelmenroman der Spanier und seine Nachbildugen (La novela picaresca de los españoles y sus imitaciones):
"Lo que ha convertido las novelas picarescas en creaciones originales se debe al hecho de que por primera vez el pueblo como tal es tenido en cuenta."
La novela picaresca constituyó uno de los testimonios más representativos del Escepticismo español. Pertenece a la dimensión realista del alma española, contrapunto de su vocación de trascendencia y ensueño. En ella existía un mensaje moral inequívoco: los culpables no son aquellos desventurados que tienen que recurrir a toda clase de trampas, mentiras y emboscadas para sobrevivir, sino los poderosos y privilegiados que permiten ese estado de cosas y que no hacen nada para remediarlo.
Aunque el autor de este género no haga apología de la rebelión de los oprimidos, es una literatura subversiva y de protesta social. No necesitaron proclamas incendiarias como las de los escritores revolucionarios de los siglos XVIII y XIX, les bastaba con contar los vivido o visto. Su significado es claro: allí donde no es justa la ley, es lícito prescindir de ella, tomársela cada uno por su cuenta y actuar sin vergüenza. Así lo escribió Mateo Alemán en el Guzmán de Alfarache:
"Nunca pudieron ser amigos el hambre y la vergüenza. Sólo ten vergüenza de no hacer desvergüenza, que lo que llaman vergüenza no es sino necedad."
La novela picaresca fue seguida con enorme interés no sólo en España, sino en el resto de Europa. Ha sido imitada, sin conseguir la creatividad española, por escritores europeos del nivel universal de Dickens, Balzac, Víctor Hugo, Dostoievski o Zola.
En Francia de popularizó a partir de la publicación de Gil Blas de Santillana, cuyo autor Alain René La Sege (1668-1749) fue acusado por Voltaire de haber plagiado a los españoles, acusación a la que con otros argumentos se sumarían el padre Isla y Antonio Llorente.
En Inglaterra también tuvo mucha repercusión. Henry Fielding (1707-1754), considerado como uno de los fundadores de la novela inglesa y precursor de Charles Dickens, rompió con la narrativa edificante, puritana y sentimental de Samuel Richarson e inspirándose en la picaresca hispana, introdujo en su país la novela realista y satírica, de la que son testimonio obras como Joseph Andrew, The History of Tom James, A Foundling o Amelia. También las novelas de Tobías Smollett (1721-1771) reflejan la influencia de los picarescos hispanos en The Adventures of Roderich Randam, The Adventures of Peregrine Pickle y The Expedition of Humphry Clinker.
En Alemania la novela picaresca alcanzó una gran difusión bajo el nombre de Schelmenroman. Así pues, los Sueños de Quevedo inspiraron a Michael Moschrosh (1601-1669) para su novela Las sorprendentes y verdaderas caras de Filandro de Sittenwald. El autor alemán más importante del siglo XVII, Hans von Grimmelshausen (1625-1676), estuvo enormemente influido por Mateo Alemán, Espinel y Quevedo, cuyas obras habían sido traducidas al alemán. Su famosa novela Simplicius Simpliccisimus es fundamentalmente la versión teutónica de la picaresca hispana. De forma errónea, Albert Schulthiess definió a esta obra como "la novela picaresca por excelencia", sin comprobar que es literariamente inferior al modelo español.