Noviembre, por Jorge Galán.

Publicado el 13 mayo 2018 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Tusquets. 275 páginas. 1ª edición de 2016.
La primera vez que vi este libro fue en las manos de un profesor de religión del colegio en el que trabajo, hacia finales del curso 2016-17. Me comentó que trataba sobre el asesinato en 1989 de seis padres jesuitas, junto a dos mujeres que trabajaban para ellos. Una historia de la que ya había oído hablar. Abrí el libro y leí dos páginas. Me pareció que estaban realmente bien escritas y pensé que tal vez, en algún momento, acabase leyendo aquel libro del salvadoreño Jorge Galán (San Salvador, 1973). Además dio la casualidad de que durante el pasado curso entró a trabajar en el colegio Virginia Cantó, que es poeta, además de profesora de lengua. Virginia conoce en persona a Jorge Galán y a comienzos del curso 2017-18 le invitó a dar una charla sobre su libro en el colegio. Así que, pensando que Galán iba a estar en dos semanas en mi colegio y que su novela me parecía atractiva, le pedí a otra de las profesoras de lengua, que estaba trabajando con sus alumnos la lectura del libro, que me lo pasase y lo leí durante el puente del 12 de octubre de 2017.
Jorge Galán realizó muchas entrevistas para escribir Noviembre, buscando las declaraciones de personas cercanas a los hechos narrados. La novela gravita en torno a un suceso central que tuvo lugar en San Salvador el 16 de noviembre de 1989: el asesinato de los padres jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López, junto a Elba Ramos y su hija Celina, que trabajaban para la UCA. La ejecución se llevó a cabo por el ejército, por miembros del temido batallón Atlácatl –cuerpo de élite entrenado por el ejército norteamericano–, aunque éstos trataran de cargar la responsabilidad sobre el FMLN (la guerrilla salvadoreña).
Galán divide la novela en siete partes. Desde cada una de ellas se acercará al tema central del relato, que es el ya expuesto, el de la ejecución de los jesuitas, desde distintas perspectivas. Uno de los personajes principales de esta novela es José María Tojeira, jesuita superviviente y que será una de las personas más persistentes a la hora de buscar a los culpables y pedir responsabilidades sobre los asesinatos, pese a las presiones que él y otros testigos empiezan a sufrir.
En la segunda parte, la narración salta desde la tensión de contar lo ocurrido durante el 16 de noviembre de 1989 y las reacciones inmediatas de Tojeira y el resto de jesuitas, a las peripecias vitales (con el telón de fondo del San Salvador de noviembre de 1989) de los adolescentes Miguel y Mario. La suya será una mirada más inocente y ajena, hasta que el peso de la realidad y la violencia acaban golpeando a Miguel. Esto hace que, en cierto modo, al lector se le quede (sobre todo en la primera mitad del libro) una sensación de novela construida con relatos, aunque la estructura se repite en las siete partes: el lector sabe desde la primera parte que el narrador –Jorge Galán– está recreando en sus páginas los testimonios que ha conseguido de testigos de los hechos mediante entrevistas (de hecho, conseguirá entrevistarse con el que fuese presidente de la república salvadoreña en 1989: Alfredo Cristiani).
En la literatura de no ficción que practicaban escritores como Truman Capote en A sangre fría, el narrador también se había dedicado a entrevistar a los testigos de la historia y él desaparecía de la narración. En una variante más actual de la narrativa de no ficción, el narrador (por ejemplo, esto lo hace Emmanuel Carrère en El adversario) se introduce él mismo en la trama de la novela y cuenta cómo realiza sus pesquisas o cómo éstas le afectan. Galán aparece en su novela de forma escueta: en más de una ocasión se recoge en el texto alguna pregunta formulada por él a uno de sus entrevistados. Por ejemplo, en la página 20 podemos leer:
«Poco después salió y se dirigió a la habitación que ocupaban la mujer y la hija de Obdulio. —No lloraba —me dice Tojeira. —¿Usted, padre? —Ni Obdulio ni yo. Me habla de Obdulio, y lo que me cuenta de él podría haberlo dicho sobre un cadáver».
En las páginas finales, Jorge Galán acabará mostrándose más.
Si bien en principio podemos incluir Noviembre entre la narrativa de no ficción, en algún momento, el lector atento sospechará que Galán apuntaba sus páginas con algún supuesto o apunte poético. Así, en la página 172 podemos leer: «Los dos se habían hundido en sus propios pensamientos. Cuando salieron al estacionamiento tampoco dijeron nada, no notaron que había un árbol inmenso, una ceiba extendía sus ramas por todo el lugar, pero no era momento para la belleza». Digamos que las personas entrevistadas no podrían recordar aquello en lo que no se fijaron, a no ser que se dé un proceso de reconstrucción personal: el testigo le cuenta a Galán que volvió al lugar sobre el que está hablando y se percató entonces de lo que se le había pasado antes.
En la página 264 podemos encontrar un ejemplo más claro de este abandono temporal de la veracidad narrativa por la belleza de la invención: cuando los soldados están sacando de la casa a los jesuitas para conducirlos al jardín, donde serán ejecutados, Galán escribe: «El padre Ellacuría recordó de pronto una mañana en una calle de su pueblo y su padre sentado junto a una fuente de agua. Una imagen como un destello. Como el destello de un disparo». Por supuesto, no considero que esto que describa sea un error compositivo, sino que Galán, a pesar de ser plenamente consciente de lo delicados que son los materiales que maneja, decide no renunciar del todo a la imaginación novelística y se sirve de ella para embellecer su creación. Galán ha sido hasta ahora reconocido principalmente como poeta. En este sentido, el lenguaje de Noviembre es contenido, pero no deja de mostrar algún apunte lírico (sobre todo cuando se describe la naturaleza o las condiciones climáticas).
Si bien, como ya he apuntado, en Noviembre Jorge Galán recuerda y homenajea a los jesuitas asesinados en 1989, también tiene páginas para recordar a monseñor Romero, asesinado en 1980, y a Rutilio Grande, el primer sacerdote que los militares asesinaron en El Salvador, en 1977.
Causan escalofríos las ideas vertidas en el libro sobre los motivos de esta matanza: los jesuitas (con Ellacuría al frente) trataban de mediar entre la guerrilla y el gobierno para alcanzar la paz, pero en la página 259 podemos leer: «Se sabe que los militares no querían la paz. La paz significaba alejarse de muchos privilegios, dinero, poder, esas cosas»; o en la página 89 leemos: «Los militares se estaban haciendo ricos con la guerra y no querían que acabara. Recibían millón y medio de dólares al día sólo de los Estados Unidos. Y eso es mucho dinero».
Paradójicamente, y en contra de las intenciones de los militares, cuando no se pudo ocultar más quiénes habían sido los verdaderos culpables del crimen, la opinión internacional reaccionó contra ellos y eso contribuyó a que pudiera acabar el conflicto.
Jorge Galán no es tibio al hablar de los culpables de la matanza: aparecen los nombres de los soldados que fueron los ejecutores y también los de los ideólogos. Algunos soldados sí fueron a la cárcel, pero para los ideólogos hubo un indulto. Esta novela, que en España ha publicado Tusquets, se publicó en 2015 en El Salvador por Planeta. Galán sufrió amenazas por ella que le hicieron abandonar el país. Actualmente vive en España. Me parece asombroso que en la actualidad alguien tenga que exiliarse por publicar un libro, pero así ha ocurrido.
Me ha gustado mucho Noviembre. Es una novela muy bien construida y de lectura absorbente, que tiene mucho de novela de terror o de thriller psicológico. Acabo de unir en mi imaginario lector a Jorge Galán con Horacio Castellanos Moya y Rodrigo Rey Rosa, otros de los grandes escritores que nos hablan de la violencia centroamericana.