Una vez producida esta indeseable situación, todos los analistas económicos y empresariales se lanzan a elaborar sesudos estudios que explican a posteriori lo que nadie supo prever y descubrir las dificultades de financiación y una gestión cuestionable que fueron causa, según los expertos, de la asfixia de una Abengoa que, hasta ayer, era empresa puntera a nivel mundial en tecnología termosolar y orgullo industrial de Andalucía. Hoy “explican” tales expertos, y evidencian las cuentas, que Abengoa tiene una deuda de 6.283 millones de euros y un pasivo total que supera los 27.000 millones de euros, cuando su cifra de negocio, en los tres primeros trimestres de este año, fue de 4.872 millones de euros. Y lo que es aún más grave: ha empujado a un sinvivir a un número de trabajadores que sólo en Sevilla supera las 2.000 personas y 28.000 más repartidos por España y el resto del mundo. Todo un drama empresarial, económico y social para una región en la que el paro alcanza cotas de vergüenza y cuyo tejido industrial dista de ser el mínimo requerido para el desarrollo y modernización de la región. En ese contexto se produce el “tropiezo” de Abengoa.
Perder, por los motivos que sean, una empresa así sería una desgracia desde el punto de vista económico, tecnológico, industrial, económico, laboral y hasta de imagen para España a escala internacional. Evidentemente, no se pueden soslayar los errores de gestión cometidos ni las posibles responsabilidades de su cúpula ejecutiva por la grave situación a la que han conducido a la empresa. Pero tampoco se pueden ignorar lo que esta empresa pionera representa en el campo de las energías renovables, en la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías medioambientales y para el empleo, por los miles de puestos de trabajo que genera, directa e indirectamente, en España y otros países, todo lo cual está abocado a desaparecer si no consigue refinanciar sus deudas.
Las obligaciones de pago por todos estos créditos son crecientes en el corto y medio plazo e inasumibles sin ingresos en cuantía suficiente para poder afrontarlos o sin la ayuda de un “socio” capitalista que invierta recursos financieros para asumir dicha deuda. Una situación extremadamente difícil que pone en cuestión el mantenimiento de los puestos de trabajo en una empresa que ya ha dejado de pagar a proveedores. Los trabajadores temen por su estabilidad laboral y su futuro, transitando desde la incertidumbre y el malestar para acabar en la preocupación y la desconfianza ante una multinacional que era la envidia del sector y que, de súbito, está a punto de desaparecer. Desconfianza, sobre todo, porque desde la dirección de la multinacional no se informa a la plantilla y lo que se conoce procede de los medios de comunicación.
Ha de hacerse así porque la garantía del empleo pasa por la supervivencia de la empresa, y ésta descansa en la viabilidad de su negocio. Que el futuro de las energías depende del acceso a fuentes renovables y sostenibles no lo discute nadie, aún cuando coyunturalmente convenga apurar las producidas por procedimientos convencionales. Y una empresa pionera en ese sector con futuro garantizado es Abengoa. Ayudarla a mantener la posición de liderazgo industrial que asegure la mayor rentabilidad, en beneficios, conocimientos y penetración sectorial, debería ser objetivo estatal: por la empresa, por el trabajo y por el prestigio del país, como hacen otros países con sus empresas más importantes y estratégicas. Porque no hay nada más estratégico para un país que asegurarse las fuentes de energía. No es cuestión de “regalar” dinero como a Bankia, sino de facilitar la viabilidad de una empresa viable. ¿La vamos a dejar hundir para que otros exploten la energía del sol? Mal negocio haríamos si lo permitiéramos.