El nuevo poemario de Antoni M. Bonet es un cancionero que, sin renunciar a la tradición del amor cortés, utiliza el cuerpo como fin y origen del deseo
Por: Manuel García
El cuerpo, su fisicidad, son espacios escrutables donde el poeta revisa toda una biografía extensa de su propia experiencia con el mundo. El dolor y el placer aparecen como categorías abstractas que omiten detalles particulares de lo cotidiano con el fin de que el lector se identifique con la sensualidad de un cuerpo, cualquier cuerpo, que engloba todo aquello que en nosotros revive una y otra vez como memoria sensitiva de nuestro propio pasado. El tono elegiaco se combina con un tono clebratorio y esa esencia nerudiana del cuerpo como metáfora de la existencia misma, de su génesis, de su caducidad, de su envejecimiento, refuerzan esa antítesis.
Lo que hace significativo a este poemario es que, detrás de ese ritmo cancioneril, existe la hondura, la indagación y el sobrecogimiento del cuerpo como un propio ideario de la creación, como si al amar, al igual que al escribir, nos enfrentáramos a esa lucha incesante por averiguar todas las posibilidades significativas de cada fragmento, de cada sutilidad, de cada gesto, de cada terreno inexorable e inalcanzable: “T´he tocat/ demanant-t´ho,agafant-te la mà/ tenint als dits prems un sortilegi/ d´inspiració dèrmica absoluta” (pág. 19).