Feliz por Brasil. Y por Dilma Roussef. Porque nadie puede ponerle freno al mayor proyecto de nación en la América Latina casi curada de totalitarismos, aunque duela el casi. Hay quien celebra como victoria definitiva el que una mujer haya logrado la presidencia. Atribuir el festejo exclusivamente al género del ganador se me antoja una forma camuflada, velada y sonriente de misoginia, como si lo hubiera conseguido un mandril o un habitante de Saturno. En vez de celebrar las presidencias femeninas como novedades de excepción, quiero festejar que cada vez importe menos si las sillas de gobierno portan falda o corbata. Dilma Roussef recupera para nosotros la visión de una región madura, amalgamada por su diversidad, curada de espanto y de fusil, un Brasil del tamaño de su territorio con un congreso tan arrollador como su selección de futbol. Brindo por ella. Y por Brasil, que tanto nos enseña y del que tan poco aprendimos.