Acepto que la idea de que venir al mundo sea una caída es equívoca y puede producir distorsiones en la manera de situarnos ante la vida. Sí creo que Platón y el pensamiento griego en general (no Aristóteles) se situaron en esa perspectiva. Sus epígonos, Plotino por ejemplo, también. Y en general, todo el racionalismo, cuya peor desembocadura (como dejaré explícito en la entrada siguiente, que colgaré acto seguido de esta) es el utopismo, que en síntesis consiste en tratar de suplantar el mundo real por el mundo (supuestamente) perfecto que han imaginado sus introvertidas mentes y que siempre remiten a un idílico pasado que alguien, perversa y también supuestamente, nos arrebató.
Me hace sonreír la cita que haces de Freud. Le conozco y reconozco, no demasiado, pero sí lo suficiente para saber de qué pie cojea. La cita es esta: "Cuando nos preguntamos por el sentido y el valor de la vida, nos ponemos enfermos porque ni el uno ni el otro existen objetivamente”. Son recurrentes sus esfuerzos para remitir todo lo superior a lo inferior (por ejemplo: el arte es, según él, una sublimación de nuestras pulsiones sexuales infantiles, esto es, desviadas, pregenitales). Buscar el sentido de la vida es para él, asimismo, una perversión, el síntoma de una enfermedad; lo natural, claro, es vivir sin más, subordinarse a lo que hay, a lo que objetivamente hay, y lo otro, lo que no hay y, por tanto, pertenece a la esfera espiritual, conduce hacia la aberración. Menos mal que otras mentes incluso más preclaras que la suya, como la de Jung, entienden (y nos ayudan a entender) que lo que hay es solo un punto de partida, pero que estamos destinados a elevarnos hacia lo que nos falta (lo que solo existe como sustancia espiritual); y eso no es una desviación del camino: es el camino.
Respecto a esa consigna que nos llega sobre todo de Oriente, y que tanto te seduce, de tratar de vivir en el presente, incluso de que, como, según citas, decía Crisipo: “Solo existe el presente”, añadiré el complemento de esta otra cita de María Zambrano: “El conocimiento de cualquier género de realidad que sea requiere su horizonte adecuado (…) Y cuando no lo hay, sucede que se vive, en lo que hace a esa realidad, como en sueños (…) Si este horizonte cayera destruido de repente nos encontraríamos que lo que estábamos mirando en este momento, por insignificante que fuese, se convertiría en algo terrible, en algo que no nos permitiría ni movernos; seríamos presa del terror de su presencia”. En suma, si solo tuviéramos el presente, ¿qué haríamos con nuestra angustia congénita? ¿Cómo la dramatizaríamos y la convertiríamos en energía actuante? No sería posible, porque en el presente absoluto no hay movimiento, no hay acción, no hay metas, maneras de dirigirse hacia sitio alguno en el que nuestras angustias encontrasen reparación (sitio, efectivamente, que nunca alcanzaremos del todo). Sujeto y objeto coincidirían. Y por tanto, sin ese horizonte que nos empuja hacia el futuro, incluso lo más “insignificante (…) se convertiría en algo terrible”, como dice Zambrano. Quedaríamos atrapados con nuestra angustia. “Sólo tras de haberseseñalado un fin lejano –dice también Zambrano– aparecen las finalidades inmediatas. Esa lejana luz es claridad que recae sobre las circunstancias inmediatas y las ordena, las hace cobrar sentido”.
Todo esto, en fin, sería contexto suficiente para entender que Ortega dijera: “Tal vez, andando el tiempo, se diga con verdad que la realidad histórica más profunda de nuestros días, en parangón con la cual todo el resto es sólo anécdota, consista en la iniciación de un gigantesco enfrentamiento entre Occidente y Oriente”.