Desde nuestra más tierna infancia empieza nuestra domesticación, la doma que someterá nuestro sentir a las creencias familiares y culturales. Se nos educa para someternos al medio, no para ser creadores del mismo: es el ser humano desempoderado . Tal vez por eso no terminamos de ser felices y necesitamos de tantos “maquillajes”.
Es difícil percatarse de este proceso cuando todos lo hemos sufrido, en sí mismo y por paradójico que parezca es un acto equitativo, pues afecta tanto a pobres como a ricos, a analfabetos como a doctores, a hombres como a mujeres … Ocurre en todas las culturas, ya que es fruto de un paradigma global de la humanidad: el Paradigma de la Desconexión de nuestra Esencia. Gracias a él hemos podido no sólo conocer la necesidad, sino también la compasión, no sólo la prisión, sino también las ansias de libertad, no sólo el odio, sino también el redescubrimiento del amor.
Sin embargo, una campana está empezando a sonar en nuestro interior y nos anuncia que el “juego” se termina, que un nuevo paradigma global comienza: el del ego conectado conscientemente con nuestra esencia. Ya la educación no va encaminada a domesticar, sino a facilitar esa conexión, es el camino de la escuela del conocimiento, basado en creencias, a la escuela de la sabiduría, que hará que cada ser humano vierta su auténtica esencia sobre la vida, convirtiendo a la humanidad en un “jardín” en el que cada persona es un espécimen único, que enriquece desde su creatividad tanto a él mismo como a todos los demás.