La primera vez que le hablé a mi marido del colecho se pensó que le estaba tomando el pelo, que me había inventado la palabra. ¡Eso se llama "dormir con el niño en la cama de los padres" y se ha hecho toda la vida de Dios, ¡no inventes! me decía. Pero, como tantas cosas, después ha podido comprobar por si mismo lo muchísimo que se habla en Internet del tema... ¡de un tema que a los dos nos parecía lo más natural del mundo!.
Cuando estaba embarazada tenía las ideas muy claras, ¡yo siempre tan controladora!. Tenía clarísimo que el niño dormiría en su minicuna a nuestro lado pero que le daría el pecho tumbada en la cama y que dormiríamos con él siempre que el niño así lo quisiera. La minicuna la compré de barrotes y no le puse la chichonera en el lado que tenía pegado a mi lado de la cama para poder vernos durante la noche, tocarnos y estar bien juntitos (una compra estupenda, por cierto). Todo bien meditado.
Pero, claro, luego llega la cruda realidad y de lo pensado a lo que finalmente se hace dista un trecho. Mi hijo nunca fue fan de los brazos. De recién nacido su único deseo era mirar, cotillear y estar acompañado pero a su aire. Por aquella época me dió por apuntar las horas de sueño que hacía en periodos de 24 horas y era de miedo: unas 9 horas diarias. Los brazos nunca fueron una forma práctica para dormirle. Cuántas veces, después de horas y horas con él en brazos, se quedaba frito nada más tocar la cuna. ¡Era la historia al revés!.
Recuerdo también las largas noches de frustración con la teta, con esas tomas imposibles y eternas... Yo intentando darle la teta tumbada, como se suponía que hacía la gente, de forma que tanto el niño como yo pudiéramos dormir mientras mamaba... ¡Imposible!. Al niño no le gustaba nada esa postura, nunca conseguí que se durmiera tumbados en la cama, ni de lado dándole la teta, ni encima de mi tripa estando yo bocarriba. De hecho, la postura de ponerle encima de mi estando yo bocarriba es de las que menos le gustaba, protestaba muchísimo y cabeceaba. Me parecía increíble.
Si algo he tenido como máxima es respetar lo que el niño quisiera. Y en nuestro caso estaba bien claro que el niño quería espacio, que corriera el aire. Durante muchos muchos meses, era dejarle en la cuna y quedarse dormido en el acto. Como mucho un par de croqueteos y listo. Eso sí, durante la noche muchísimo, muchísimo movimiento, sin parar. No me extraña que necesitara tanto espacio, ¡eso no se puede hacer en brazos de nadie!. Ni qué decir tiene que en cuanto le pasamos a su cuna grande, en su habitación, empezó a dormir toda la noche, ¡parecía que lo estaba deseando!.
Del porteo ya ni hablamos. Nunca tuve especial interés, con mi asma lo veía dificultoso y el tiempo que probé una mochila nos fue mal a los dos. El niño se mostraba claramente incómodo mientras que en su capazo, donde aguantó hasta los 4 meses, iba feliz espatarrado, moviendo pies y manos y cotilleándolo todo.
Se fue haciendo mayorcito y llegamos a la etapa en la que se supone que los bebés echan los brazos para que los cojan. Ni qué decir tiene que el mío pasó olímpicamente de esa etapa, no porque no supiera sino porque no quería que lo cogieran, así de simple. Ya conté que de los 4-5 meses hasta los 11 ha sido una etapa de desapego total y de un interés por explorar increíble. Los mimos podían esperar.
Yo ya me había olvidado de todas estas cosas de los mimos, dormir juntitos una siesta... Creo que el respeto empieza por entender que cada niño tiene un carácter diferente y en eso estábamos. Pero llegaron los 11 meses y empezó a ponerse mimosillo. Cada vez era más frecuente que pidiera que le cogiéramos y se quedara tan a gustito, que disfrutara sentado encima de nosotros. ¿Era posible que fuera a cambiar?.
Pues sí, el nivel de mimosidad siguió avanzando hasta donde estamos hoy. Desde el viernes por la noche, el bebito se despierta a las 3 de la mañana y la única forma de que se quede tranquilo es ¡tumbándole encima de mi, estando yo bocarriba!. ¡Inaudito!. La primera noche estuve por pedirle a mi marido que fuera a por la cámara de video para inmortarlizar el momento por si no se volvía a repetir, ¡mi hijo durmiendo encima de mi!.
Llevamos tres días de lapa total, como un monito. Ya había empezado a notarse desde que estuvo malito, pero lo de los últimos días ha sido tremendo. Hasta cuando he ido al baño ha llorado porque le tenía que soltar. ¡Todo el día en brazos, no puedo creerlo!.
Ayer le decía una amiga que estaba tan lapa que estaba pensando en atármelo a la espalda, ¿puedes creerlo? le dije ¡nosotros! ¡todo el día pegaditos!. Y me dijo: ¿no querías colecho?, pues toma tres tazas.
Mi casa está desastrosa. Ha alcanzado los niveles de desorden que tenía cuando acababa de dar a luz. Pero yo estoy volando igual que si acabara de parir. Es extenuante física y mentalmente, agobiante incluso. Pero es tan bonito... tengo su olor metidito en mi cerebro, doy un millón de besos diarios ¡y vuelvo a tener los brazos firmes!.
Hasta el momento cuando escuchaba hablar de los beneficios del colecho y de lo maravilloso que era yo pensaba, ¿será posible que nosotros seamos raros hasta para ésto?. Yo que iba convencida de tener una lactancia materna prolongada, toma fracaso. Iba convencida de colechar todo lo que el niño quisiera, toma bebito desapegado. ¿Por qué nadie habla de los bebés que no quieren colechar?. ¿No deberíamos entender también que haya bebés que quieran dormir a su aire?.
Después de todo, no descarto que alguien haya pasado por una experiencia similar... ¿Alguien levanta la mano?.