Por Salim Lamrani*
Conversaciones con Wayne Smith, último embajador de Estados Unidos en Cuba (I y II Partes)
Este diplomático de profesión, Doctor de la Universidad de George Washington y profesor asociado de la Universidad Johns Hopkins, es también director del “Programa Cuba” del Centro para la Política Internacional. Se le considera el mejor especialista estadounidense de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Smith integró el Departamento de Estado en 1957 y ejerció en la Unión Soviética, Argentina y Cuba. Presente en la embajada estadounidense de La Habana durante el movimiento insurreccional cubano que dirigió el Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro, Smith asistió a la caída del dictador Fulgencio Batista. Tras la ruptura de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el Presidente John F. Kennedy lo nombró secretario ejecutivo de su Grupo de Trabajo sobre América Latina.
De 1979 a 1982, Smith estuvo a la cabeza de la Sección de Intereses Norteamericanos en Cuba y se distinguió por su política de diálogo y de acercamiento con La Habana bajo el gobierno de James Carter. En 1982, debido a un profundo desacuerdo con la nueva política de la Casa Blanca que elaboró el Presidente Ronald Reagan hacia Cuba, abandonó definitivamente el Departamento de Estado.
Partidario de una normalización de las relaciones con Cuba, Smith aborda en estas conversaciones su experiencia de diplomático en La Habana y la política de Estados Unidos durante los primeros años de la Revolución. Evoca también el acercamiento que inició James Carter con Fidel Castro. Este diálogo termina con una reflexión sobre la actual política de Estados Unidos bajo la administración Obama.
Salim Lamrani: Señor Embajador, ¿a cuándo se remonta su primera experiencia de diplomático en Cuba?
Wayne S. Smith: Mi primera experiencia de diplomático se remonta a agosto de 1958, en plena guerra revolucionaria de los insurrectos de Fidel Castro contra el régimen dictatorial de Fulgencio Batista. En realidad, mi nombramiento a la embajada de Estados Unidos en La Habana se debía más la casualidad que a una elección pensada. Tras dejar el ejército –era un marine–, deseaba integrar el mundo de la diplomacia, ¡con una especialidad en… chino! Luego me fui a estudiar en México y redacté una memoria de Máster que comparaba dos instrumentos de política exterior destinados a proteger zonas de influencias: la Doctrina Monroe en el continente americano y la de la Cortina de Hierro en Europa.
Regresé a Washington en noviembre de 1956, unos días antes del desembarco en Cuba de Fidel Castro con sus 81 guerrilleros procedentes de México, el 2 de diciembre de 1956. Integré la Oficina de Inteligencia y me pidieron que trabajara sobre Cuba. Mi papel consistía en averiguar si había alguna relación entre el Movimiento 26 de Julio (M 26-7) de Castro y los comunistas. No había encontrado absolutamente nada. No había ninguna conexión. Al contrario, el partido comunista cubano no apreciaba mucho a Castro. Había mucha desconfianza hacia él y prefería mantener sus distancias. El acercamiento entre el Partido Socialista Popular –así se llamaba el partido comunista de la época– y el M 26-7 ocurriría más tarde.
Luego integré el servicio de las Relaciones Exteriores. Me transfirieron inmediatamente a La Habana.
SL: ¿Cuál era su punto de vista en aquella época sobre el conflicto que oponía a Fidel Castro y Fulgencio Batista?
WSS: Tras pasar unas semanas en el servicio consular, integré el servicio político de la embajada y estaba encargado de analizar la situación interna. Desde aquella fecha hasta hoy sólo me he ocupado de Cuba. En 1958 estaba convencido de que Castro y sus partidarios tenían grandes posibilidades de conseguir la victoria y que su gobierno sería mucho mejor que el de Batista.
Apoyamos a Batista durante años, incluso durante la guerra insurreccional pues éramos conscientes de que Castro haría una verdadera revolución no sólo en Cuba, sino también en el resto del continente. Había declarado que transformaría los Andes en la Sierra Maestra –macizo montañoso donde se desarrolló la guerrilla del M 26-7– de América Latina. Por supuesto, ello significaba que se opondría a la política de Estados Unidos y reduciría nuestra influencia en el continente, favoreciendo la llegada al poder de gobiernos que se emanciparían de nuestra influencia. Por consiguiente, desde el inicio, nuestra actitud hacia Castro fue hostil.
SL: ¿En qué momento tomó Estados Unidos la decisión de derrocar al gobierno de Fidel Castro?
WSS: En marzo de 1960, durante la explosión del barco francés Le Coubre, cargado de armas belgas, en el puerto de La Habana, Castro nos acusó afirmando que fue obra de la CIA. Probablemente era cierto. A decir verdad no lo sé. Todo el mundo piensa que fuimos nosotros. Podríamos negarlo mil veces y no cambiaría nada, pues nadie nos creería.
Después de ello, durante una reunión en la Casa Blanca con la CIA y el Departamento de Estado, llegamos a la conclusión de que no era posible llegar a un acuerdo con Cuba, particularmente por el discurso sumamente hostil de Castro y el apoyo popular del cual disponía. El Presidente Eisenhower tomó entonces la decisión de derrocar a Castro. A partir de ahí empezaron las acciones destinadas a acabar con él.
SL: Pero ya había actos terroristas contra Cuba desde finales de 1959. Aviones procedentes de la Florida ya bombardeaban Cuba.
WSS: Sí, pero no se trataba de nuestros aviones. Los exilados organizaban esas operaciones. ¿Los apoyaba la CIA? Probablemente. Pero no se trataba de una acción oficial del gobierno de Estados Unidos. En cambio, a partir de marzo de 1960, las acciones que se llevaron contra Cuba formaban parte de un programa oficial destinado a derrocar el poder en La Habana.
SL: No obstante, al triunfo de la Revolución en enero de 1959, todavía no había relaciones con la Unión Soviética.
WSS: Hasta la ruptura de las relaciones en enero de 1961, no había vínculos sólidos entre Castro y la Unión Soviética. Por cierto hubo la visita del diplomático Anastasio Mikoyan a Cuba en 1959, pero no había entonces una relación especial entre Moscú y La Habana.
Diría incluso que el acercamiento se hizo definitivamente la víspera de la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961. Castro estaba al tanto de todos los preparativos y sabía a ciencia cierta que sólo era una cuestión de tiempo. No obstante, no pensaba que sólo mandaríamos a unos miles de exilados. Estaba convencido de que varias divisiones de marines seguirían al primer desembarco, lo que no fue el caso.
Del lado de Miami, algunos agentes de la CIA de segunda categoría estaban convencidos de que la invasión sería un paseo y que se derrocaría fácilmente a Castro, como fue el caso en Guatemala en 1954 contra Arbenz. En América Central, el desembarco se hizo por tierra, y en Cuba se haría por mar, pero el resultado sería el mismo, pensaban. La CIA estaba convencida de que los cubanos depondrían las armas y no lucharían. La Agencia incluso pensaba que la población nos recibiría con los brazos abiertos.
SL: Usted estaba en función en Cuba en aquella época. ¿Lo solicitaron para que expresara su opinión sobre la operación?
WSS: Ni siquiera estábamos al tanto de los preparativos. Yo trabajaba en la sección política de la embajada y éramos los más preparados para evaluar la situación interna. Pero nunca nos informaron del menor proyecto. Nadie sabía nada en la embajada.
SL: ¿Qué habría respondido si le hubieran preguntado su punto de vista sobre la operación?
WSS: Habría explicado claramente que sería un fracaso. Un desembarco de unos miles de hombres en Bahía de Cochinos no tenía absolutamente la menor posibilidad de éxito, sobre todo en aquella zona.
SL: ¿Por qué?
WSS: El gobierno de Castro gozaba de un apoyo popular enorme en Cuba, y aún más en aquella región. Aquella zona había sufrido bastante del subdesarrollo y Castro había viajado allí con varios proyectos para permitir que esa población se beneficiara de más prosperidad. Para ella, el nuevo poder era lo mejor que le había sucedido a Cuba, pues estaba saliendo poco a poco de su miseria. Castro era muy popular en la región de Bahía de Cochinos, así como en el resto del país. No había absolutamente ninguna posibilidad de desatar una sublevación popular contra el poder en aquella zona. Pensar lo contrario era totalmente absurdo. Acababan de librarse de Batista que era el símbolo de la explotación. No iban acoger con los brazos abiertos a quienes pretendían restaurar el antiguo régimen.
Entonces, fue la víspera del desembarco, el 16 de abril de 1961, tras los bombardeos de los distintos aeropuertos cubanos en previsión de la invasión, cuando Castro anunció que Cuba era una nación socialista y dio así un paso hacia la Unión Soviética. Su cálculo era el siguiente: dado que la invasión era inminente, iba a necesitar el apoyo de otra superpotencia, la única capaz de hacernos frente.
SL: Entonces la alianza con la Unión Soviética fue una consecuencia directa de la política agresiva de Estados Unidos, ya que durante los primeros dos años de la Revolución Cuba mantuvo una posición de neutralidad en el conflicto que oponía a las dos grandes potencias.
WSS: Fue exactamente eso. Cuba se acercó a la Unión Soviética en gran parte a causa de nosotros, a causa de la política de Estados Unidos. Castro estaba convencido –con razón– de que utilizaríamos todos los recursos necesarios para derrocarlo.
SL: ¿Acaso no habría sido más juicioso por parte de Estados Unidos dar prueba de más diplomacia y enfocar más las relaciones con el nuevo gobierno revolucionario en el diálogo?
WSS: En efecto, podríamos haber intentado establecer una relación positiva con el nuevo poder, pero las fuerzas que había en el Departamento de Estado y en el Pentágono no estaban de acuerdo. Desde el inicio, Washington expresó su escepticismo, si puedo decirlo así, hacia Castro. Pienso que subestimamos a Fidel Castro, quien tenía un apoyo extraordinario de toda la población.
Decidimos entonces romper las relaciones con Cuba y fui el último diplomático de Estados Unidos en abandonar el país. Sólo regresé allí dieciséis años después, en 1977.
SL: Tras la elección de James Carter, en 1977, hubo un acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. ¿Podría contarnos este proceso?
WSS: Cuando llegó al poder, Jimmy Carter expresó su voluntad de tener relaciones con Cuba. ¡Era extraordinario! ¡Acababa de tomar posesión en enero de 1977 y ya estaba hablando de establecer un diálogo con Cuba! Recuerdo haberle dicho a mi esposa Roxy que me iba a perder el tren de la historia pues me encontraba en aquella época en Buenos Aires, como responsable de la sección política de la embajada de Estados Unidos. Pero, afortunadamente, recibí inmediatamente un cable que me invitaba a regresar urgentemente a Washington para participar en los primeros intercambios con los cubanos, que tuvieron lugar en Nueva York. Los primeros encuentros se celebraron en el modesto hotel Roosevelt, y prosiguieron en el lujoso hotel Plaza. Nuestras relaciones iban mejorando día a día [risas].
SL: ¿Cuáles eran los temas debatidos?
WSS: Al inicio, hablamos de algunos temas secundarios. Luego decidimos ir más lejos y establecer secciones de intereses en La Habana y en Washington que nos permitirían tener una representación diplomática en el país. Teníamos muchos desacuerdos, pero cómo podíamos solucionarlos si no teníamos la posibilidad de hablar de ello, de ahí la importancia de tener diplomáticos en ambas capitales. Nos representaba Suiza en Cuba, Checoslovaquia a Cuba en Washington, pero había temas que no deseábamos abordar a través de otro gobierno.
Después, los cubanos nos invitaron a La Habana y finalizamos el acuerdo sobre la apertura de secciones en la capital cubana.
SL: El Presidente Carter lo nombró a la cabeza de la Sección de Intereses Norteamericanos en La Habana (SINA) en 1979, con el rango de embajador.
WSS: Me nombró al cargo en junio de 1979 y debo decir que la experiencia fue muy fructífera. Hubo varios avances. Delimitamos las fronteras marítimas. Aliviamos el embargo pues permitimos que las filiales estadounidenses ubicadas en el exterior comerciaran con Cuba. Los diplomáticos cubanos y estadounidenses pudieron viajar por todo el país, lo que no era el caso antes. Autorizamos de nuevo los vuelos directos y los exilados pudieron regresar a la isla por primera vez desde el triunfo de la Revolución.
En una palabra, nos encontrábamos en un proceso de normalización completa de nuestras relaciones.
SL: Lamentablemente, James Carter perdió la elección frente a Ronald Reagan en 1981.
WSS: Reagan nombró secretario de Estado a Hall Haig. Éste había declarado que quería hacer de Cuba un “aparcamiento”, lo que indicaba claramente que la política de acercamiento y de diálogo que inició Carter se acabaría enseguida.
El gobierno mexicano había organizado un encuentro secreto entre Haig y el vicepresidente cubano de la época Carlos Rafael Rodríguez. El vicepresidente indicó a Haig que Cuba estaba dispuesta a poner término al envío de armas a las guerrillas de América Central. Cuba esperaba así proseguir el diálogo con Estados Unidos.
SL: ¿Cuál fue la respuesta de Haig?
WSS: Haig rechazó la oferta declarando que Washington no estaba interesado en el diálogo sino en la acción. En realidad Estados Unidos no deseaba de ninguna manera normalizar las relaciones con Cuba.
Dos meses más tarde, el gobierno de La Habana me informó de que Cuba había parado todo suministro de armas con destino a América Central. Los cubanos esperaban así que pudiéramos retomar el diálogo. Transmití la información al Departamento de Estado y pregunté si disponíamos de pruebas que contradijeran la declaración de las autoridades cubanas sobre las armas. Si no era el caso, sugerí que sería bueno retomar el diálogo pues había muchos temas que resolver. Tuve que mandar varios cables y tuve que esperar varios meses antes de recibir una respuesta de Washington.
SL: ¿Cuál fue esa respuesta?
WSS: El Departamento de Estado me informó de que no disponía de ninguna prueba que contradijera la declaración de los cubanos respecto al suministro de armas a América Latina. Pero en el mismo correo, se me informaba de que la Casa Blanca no tenía ningún interés en proseguir el diálogo con Cuba.
Entonces insistí en la necesidad de mantener un contacto con las autoridades cubanas explicando que era nuestro interés proseguir las conversaciones, sin éxito.
Poco tiempo después, el Departamento de Estado publicó una declaración acusando a Cuba de mantener los suministros de armas con destino a América Central y que Castro había rechazado nuestras propuestas de negociación. ¡Era una mentira total y estaba bien informado para saberlo! Los cubanos estaban dispuestos a debatir nuestros numerosos desacuerdos y era nuestro interés hacerlo.
A partir de ahí, decidí poner término a mi misión diplomática en La Habana, pues no podía seguir trabajando en esas condiciones. Y sobre todo no podía seguir representando al gobierno de Reagan. Pedí entonces que me relevaran de mi cargo en 1982 y puse término a mi carrera de diplomático.
SL: Estaba en desacuerdo con la política hostil de la administración Reagan.
WSS: No sólo estaba en desacuerdo sino que sobre todo no podía soportar las mentiras que emitía el Departamento de Estado. Era simplemente inaceptable. Los cubanos estaban dispuestos a normalizar las relaciones con Estados Unidos pero siempre hemos rechazado el diálogo. No sólo nos negamos a dialogar sino que además mentimos al respecto, acusándolos de oponerse a un acercamiento bilateral entre ambas naciones.
SL: ¿Qué hizo después?
WSS: Justo después de abandonar el servicio de relaciones exteriores, hice el juramento –que quizás nunca debí hacer– de que dedicaría el resto de mi tiempo a hacer que nuestros dos países puedan tener finalmente relaciones normales.
II Parte de la Entrevista:
“Nuestra política hacia Cuba, vestigio de la Guerra Fría, es a la vez obsoleta y contraproducente” Conversaciones con Wayne S. Smith (2/2)
SL: Actualmente usted es director de Cuba Project del Center for International Policy basado en Washington. ¿Cuál es el objetivo de esta institución?
WSS: El objetivo de nuestro proyecto es poner término a la política que consiste en aislar a Cuba desde hace más de cincuenta años y acercar a nuestros pueblos unidos por la historia y la geografía. Deseamos tener relaciones normales con Cuba. Nuestra política hacia la isla, vestigio de la Guerra Fría, es a la vez obsoleta y contraproducente. La cooperación en todos los campos sería beneficiosa para ambos países.
SL: ¿Por qué Estados Unidos se niega a normalizar las relaciones con Cuba?
WSS: Han pasado los años y todavía estamos en la misma situación absurda. Siempre me pregunto cuáles son las razones que nos impiden sentarnos a la mesa de negociaciones y hablar de nuestros diferendos para encontrar una solución a este conflicto que dura demasiado. Conversamos con los chinos y tenemos relaciones diplomáticas y comerciales perfectamente normales con ese país. Incluso hemos normalizado nuestras relaciones con Vietnam, contra quien libramos una guerra sangrienta, ¡donde perdimos más de 50.000 soldados!
Hoy el mundo es diferente. La Unión Soviética desapareció y se acabó la Guerra Fría. Castro declaró hace mucho tiempo que Cuba ya no apoyaría a los movimientos revolucionarios en América Latina. Cuba también expresó varias veces su disposición a sentarse a la mesa de las negociaciones. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Cuba ofreció inmediatamente su espacio aéreo y sus aeropuertos para los aviones estadounidenses y expresó su apoyo a Estados Unidos. Cuba había denunciado el terrorismo e hizo partícipe de su voluntad de colaborar plenamente con nosotros en este tema. Cuba firmó las doce resoluciones antiterroristas de las Naciones Unidas.
SL: ¿Cuál fue la respuesta del Presidente George W. Bush?
WSS: En vez de aceptar la mano tendida, Bush puso término a todas las conversaciones con Cuba que se habían establecido bajo la administración Clinton, declarando públicamente que en adelante el objetivo de la política exterior de Estados Unidos sería derrocar al régimen cubano. Durante los ocho años siguientes, la política de Washington tuvo como objetivo derrocar al gobierno cubano. Una política absurda e ineficaz.
SL: ¿Acaso han cambiado las cosas bajo la administración Obama?
WSS: Se levantaron algunas restricciones relativas a los viajes y a las remesas. Ahora los cubanos pueden viajar a su país de origen cuantas veces quieran, mientras que bajo la administración Bush se limitaba a 14 días cada tres años. También es más fácil ahora organizar intercambios académicos y culturales entre los dos país.
En los años 60, Cuba fue excluida de la Organización de Estados Americanos y todos los países de América Latina –menos México– rompieron las relaciones con La Habana. Ahora es exactamente lo contrario. Somos el único país de América que no tiene relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba. Ahora los aislados somos nosotros y no Cuba. Como señaló el Presidente Lula de Brasil al Presidente Obama en una cumbre, si no cambiamos esta política obsoleta hacia Cuba, ello dañará nuestra credibilidad internacional.
Esta política de hostilidad hacia Cuba va contra los intereses de Estados Unidos. Esto no tiene ningún sentido y desgraciadamente no veo a la administración Obama cambiar la situación. Todos pensábamos que su elección permitiría normalizar las relaciones con Cuba, pero no ha sido el caso. Por cierto, suprimió algunas restricciones pero no tomó ninguna medida fundamental que permita la normalización de las relaciones con Cuba. Es muy difícil de comprender.
SL: Estados Unidos explica que no puede normalizar las relaciones con Cuba por la situación de los derechos humanos. Washington no puede levantar las sanciones contra un país que viola los derechos fundamentales.
WSS: La cuestión de los derechos humanos es un argumento que no resiste el análisis. Estados Unidos tiene relaciones con China, Vietnam, Colombia y toda una serie de países que presentan una situación de los derechos humanos mucho peor que la de Cuba.
Por otra parte, si deseáramos mejorar la situación de los derechos humanos, seríamos mucho más eficaces estableciendo relaciones con Cuba.
SL: Cuba dispone de un partido único que va en contra de los principios democráticos, según Washington.
WSS: China y Vietnam disponen también de un partido único y eso no constituye ningún problema para nosotros. ¿Por qué sería diferente con Cuba?
SL: Según Estados Unidos, la represión de la oposición en Cuba impide toda normalización de las relaciones.
WSS: Soy bastante escéptico. Tomemos el caso de las Damas de Blanco. Se manifiestan libremente en Cuba y publican declaraciones. Yoani Sánchez se comunica con el mundo entero. Las autoridades cubanas no la han encarcelado. Recibo regularmente correos electrónicos del opositor Elizardo Sánchez.
Por supuesto me gustaría que hubiera más libertad política en Cuba, pero la mayoría de los disidentes actúan libremente en la isla, mientras que no es el caso en numerosos países con los cuales tenemos relaciones diplomáticas y comerciales plenas y completas. Ya no hay ningún preso político en Cuba según Amnistía Internacional.
SL: Washington también acusa a Cuba de tráfico de seres humanos.
WSS: En efecto, el Departamento de Estado acusa a Cuba de tráfico de seres humanos y, obviamente, La Habana rechaza categóricamente la acusación afirmando que dispone de los estándares y mecanismos más avanzados de la región para luchar contra esta plaga.
¿De qué prueba dispone Washington para sustentar su acusación? La respuesta es sencilla: ninguna. Nos limitamos a acusar a Cuba de no publicar las medidas que toma para luchar contra este fenómeno. El hecho de que Cuba no comunique al respecto no significa que el país se haya convertido en el centro del tráfico de seres humanos. El informe que publica el Departamento de Estado no proporciona ni un solo ejemplo de implicación cubana en este tipo de crimen. Afirma incluso que el código penal cubano sanciona severamente el tráfico de seres humanos. El informe argumenta que la prostitución no es un delito en Cuba. Pero se tolera también en muchos países del mundo, incluso en Estados Unidos.
En una palabra, los informes anuales del Departamento de Estado al respecto no aportan ni una sola prueba que sustente esas acusaciones. Lo que resulta más grave es que esos falsos informes deliberadamente engañosos arrojan una sombra sobre la credibilidad de todo el programa de lucha contra el tráfico de seres humanos.
SL: Desde 1982, Estados Unidos mantiene a Cuba en la lista de los países que patrocinan el terrorismo internacional, lo que constituye un obstáculo a la normalización de las relaciones entre ambos países. ¿Qué criterios motivaron la decisión de incluir la isla?
WSS: En marzo de 1982, decidimos incluir a Cuba en la lista de los países que patrocinaban el terrorismo por su apoyo a la guerrilla en El Salvador. El problema es que nosotros hacíamos exactamente lo mismo ya que apoyábamos a los contras en Nicaragua, con el fin de derrocar al gobierno sandinista. Por otra parte, en diciembre de 1981, el gobierno cubano me había informado personalmente de que había cesado todo envío de armas con destino a América Central. Mientras Cuba buscaba mejorar las relaciones con Estados Unidos, nuestra respuesta fue ubicarla en la lista de los países que patrocinaban el terrorismo.
Cuba no debería formar parte de esta lista y le voy a explicar las razones. Hace más de 30 años que colocamos a Cuba en esta lista bajo pretextos falaces que no resisten un solo instante el análisis. Cuba siempre condenó el terrorismo y firmó –repito– las doce resoluciones antiterroristas de las Naciones Unidas. Cuba incluso propuso firmar un acuerdo con Estados Unidos al respecto, oferta que siempre hemos rechazado.
SL: Washington reprocha a Cuba albergar a miembros de las FARC y de otras guerrillas colombianas.
WSS: El Departamento de Estado acusa a Cuba de albergar a miembros de la organización separatista vasca ETA y de las FARC colombianas. Conviene subrayar que estos miembros se encuentran en Cuba con el total acuerdo del gobierno español. Por su parte el gobierno colombiano, lejos de acusar a Cuba de albergar a guerrilleros, saludó varias veces la contribución de La Habana en el proceso de paz.
SL: Estados Unidos denuncia el hecho de que Cuba albergue a fugitivos estadounidenses.
WSS: Es verdad que ciudadanos estadounidenses condenados por nuestra justicia se han refugiado en Cuba. Pero ello no basta para ubicar a un país en la lista de Estados que patrocinan el terrorismo, incluso según nuestra propia legislación. Cuba se niega a extraditarlos, pero también nos hemos negado a extraditar a Cuba a reconocidos terroristas, responsables de numerosos asesinatos, que se encuentran en nuestro territorio. Desde 1959 no hemos extraditado a ninguno de ellos.
El Departamento de Estado ha buscado todos los pretextos para mantener a Cuba en esta lista. Por ejemplo, en 2002, Washington acusó a La Habana albergar a terroristas chilenos, lo que el propio gobierno de Chile desmintió. Luego acusamos a Cuba de estar en contra de la guerra en Irak, olvidándonos de que nuestros aliados más cercanos también habían expresado su desacuerdo.
También acusamos a Cuba de desarrollar armas biológicas. El propio presidente Jimmy Carter, durante su visita a Cuba en 2002, quien tuvo un acceso total a los centros de investigación apuntados por el Departamento de Estado, desmintió esas informaciones.
SL: Tras el 11 de septiembre de 2001, Bush declaró que a todo país que albergara a un terrorista se le consideraría terrorista. Al mismo tiempo Luis Posada Carriles, un exilado cubano y antiguo agente de la CIA responsable de más de un centenar de asesinatos, se encuentra en Miami y jamás ha sido juzgado por sus crímenes. Hizo estallar un avión civil cubano en pleno vuelo en 1976, lo que costó la vida a 73 personas entre las cuales se encontraba todo el equipo juvenil de esgrima. Es el autor intelectual de la ola de atentados sangrientos que golpearon la industria turística cubana en 1997 y 1998. Reivindicó abiertamente esos actos terroristas en una entrevista en el New York Times el 12 de julio de 1998. ¿Cómo explica esta contradicción entre la retórica gubernamental y la realidad de los hechos?
WSS: Si seguimos la lógica de Bush, entonces somos un Estado terrorista. No se trata sólo de Luis Posada Carriles. Hay todo un grupo de notorios terroristas de origen cubano que se encuentran en libertad en Estados Unido.
Washington debería arrestar a Posada Carriles y juzgarlo por sus actos terroristas. Deberían meterlo en prisión. Es del interés del pueblo estadounidense.
SL: ¿Por qué se niega Estados Unidos a juzgarlo?
WSS: Nos negamos a juzgarlo a causa de la influencia de la comunidad de exilados cubanos. Por otra parte, dado que fue agente de la CIA, podría hacer declaraciones comprometedoras para todo el aparato gubernamental. Conviene recordar que muchos terroristas cubanos exilados empezaron trabajando en la CIA realizando atentados en Cuba. Una vez que la CIA cerró su base en Miami y cambió de táctica, personajes como Posada Carriles u Orlando Bosch actuaron por su propia cuenta.
Las pruebas contra Posada son abrumadoras. Documentos desclasificados del FBI y de la CIA muestran que Posada y Bosch estuvieron implicados en el atentado de 1976 que costó la vida a 73 personas, así como en el asesinato de Orlando Letelier, antiguo ministro chileno del gobierno de Salvador Allende, ejecutado en pleno Washington también en 1976, con su asistente Ronnie Moffitt, ciudadana estadounidense. Disponemos también de las grabaciones en las cuales Posada Carriles reconoce ser el autor de los atentados de La Habana de 1997, incluso el del hotel Copacabana que costó la vida al hombre de negocios italiano Fabio di Celmo.
Nuestra justicia no sancionó ninguno de esos actos terroristas, incluso los que cometió en Estados Unidos contra una ciudadana estadounidense. Al contrario, toleramos eso. Orlando Bosch incluso consiguió el indulto presidencial del presidente George H. W. Bush.
Cuando Posada Carriles fue juzgado en El Paso, Texas, por un problema migratorio –no por sus actos de terrorismo– pues había entrado en el territorio nacional de modo ilegal, todo ello apareció en el juicio. La jueza Kathleen Cardone, quien debía su puesto al presidente Bush, decidió absolverlo de todos los cargos.
SL: El caso de los cinco presos políticos cubanos encarcelados en Estados Unidos desde 1998, por infiltrarse en grupúsculos violentos del exilio cubano implicados en actos terroristas contra Cuba, constituye actualmente el principal obstáculo a la normalización de las relaciones entre ambas naciones. ¿Cuál es su punto de vista sobre este asunto?
WSS: En los años 90, tras el desmoronamiento de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, un sector del exilio cubano, deseoso de acabar con el gobierno de La Habana, volvió a recurrir a la violencia terrorista. Cuba dependía entonces del turismo para sobrevivir. Grupúsculos extremistas hicieron estallar decenas de bombas en hoteles en Cuba, ocasionando una caída espectacular del flujo turístico. Decenas de personas resultaron heridas y como dijimos un italiano, Fabio di Celmo, murió tras la explosión de una bomba en el hotel Copacabana.
Ante la falta de reacción del gobierno de Estados Unidos, que dejaba una completa libertad a estos individuos, Cuba infiltró a sus propios agentes en esos grupúsculos. Tras recolectar suficiente información sobre su actuación, los agentes cubanos transmitieron a La Habana un informe sobre cerca de cincuenta personas implicadas en atentados terroristas contra Cuba.
SL: ¿Se transmitió esa información a las autoridades estadounidenses?
WSS: Mejor que eso. En julio de 1998, el gobierno cubano invitó a varios altos responsables del FBI en La Habana y les transmitió toda la información que recolectaron los agentes, que demostraba que varias organizaciones del exilio cubano estaba planificando actividades terroristas y en algunos casos eran responsables de atentados.
Los cubanos pensaban que con proporcionar esas pruebas al FBI, el gobierno de Estados Unidos tomaría las medidas necesarias para neutralizar a esos individuos.
SL: ¿Cómo reaccionó Estados Unidos?
WSS: En vez de eso, el FBI realizó una investigación para descubrir cómo había conseguido Cuba esa información y procedió al arresto de cinco agentes de la seguridad del Estado infiltrados en la Florida. Es verdaderamente lamentable ya que ello arroja una sombra sobre la credibilidad de nuestra política contra el terrorismo.
SL: ¿No violaron los cinco cubanos la ley estadounidense?
WSS: Sólo eran culpables de una cosa: eran agentes de una potencia extranjera no declarados ante las autoridades estadounidenses. También eran culpables de delitos menores, como posesión de documentos falsos. En ningún caso estaban involucrados en actividades ilegales.
No obstante fueron juzgados y condenados a penas de prisión muy severas, es decir, en total, a cuatro cadenas perpetuas dobladas de 77 años, aunque se redujeran las penas en el proceso de apelación. Gerardo Hernández fue condenado a dos cadenas perpetuas más 15 años, Ramón Labañinó a 30 años, Antonio Guerrero a 21 años y 10 meses, Fernando González a 17 años y 9 meses y René González a 15 años. Todo ello por intentar impedir la realización de actos terroristas contra su país. Este juicio es una vergüenza terrible para la justicia de Estados Unidos.
SL: Se han agotado casi todos los recursos legales. ¿Piensa que la solución de este caso pasará por un acuerdo político entre La Habana y Washington?
WSS: Muchos de nosotros pensamos que el Presidente Barack Obama autorizaría a la Corte Suprema el estudio del caso. Si el proceso hubiera seguido un curso normal, sin injerencia política, la Corte Suprema habría visto el caso. En vez de ello, el Presidente Obama pidió explícitamente a la Corte Suprema que no revisara el juicio.
SL: ¿Por qué tomó el Presidente Obama semejante decisión?
WSS: Parece que lo presionó la derecha cubanoamericana intransigente que rechaza toda idea de normalización de las relaciones con La Habana. Resulta curioso que le conceda tanto crédito, cuando los sondeos ilustran que su influencia en la comunidad cubana de la Florida es cada vez menos evidente. Cerca del 70% de la opinión pública de Estados Unidos piensa que Washington debería tener relaciones normales con Cuba. Por otra parte, ganó las elecciones en la Florida sin el apoyo de la derecha cubanoamericana.
Debemos liberar a los cinco inmediatamente pero temo que queda mucho camino por recorrer.
SL: Evoquemos el caso del ciudadano estadounidense Alan Gross, encarcelado en la isla desde 2009 y condenado a quince años de prisión por colaborar en un programa de la Agencia Internacional para el Desarrollo de Estados Unidos (USAID), cuyo objetivo es conseguir “un cambio de régimen en Cuba”. Había proporcionado a los disidentes equipos de telecomunicación. ¿Qué debe hacer el gobierno cubano, a su parecer?
WSS: Gross es culpable de los actos de los que se le acusa y violó la ley cubana. Pero creo que debería ser liberado por razones humanitarias. Pienso incluso que los cubanos estarían dispuestos a hacerlo si consiguieran la seguridad de que haríamos lo mismo con los cinco.
SL: ¿Qué piensa de las sanciones económicas contra Cuba, en vigor desde 1960?
WSS: La Guerra Fría se acabó en 1991. Deberíamos haber normalizado nuestras relaciones desde entonces. ¿Qué hemos hecho? Exactamente lo contrario. Adoptamos la Ley Torricelli en 1992, la Ley Helms-Burton en 1996 y los dos planes de Bush en 2004 y 2006 que agravan las sanciones contra Cuba. Hemos hecho exactamente lo contrario de lo que habíamos afirmado cuando impusimos las sanciones. Todavía nos encontramos en ese punto. No tengo una explicación lógica. Tengo la impresión de que Cuba tiene el mismo efecto sobre Estados Unidos que la luna llena sobre los lobos. Somos incapaces de actuar racionalmente en nuestra política hacia Cuba.
SL: ¿Cómo analiza las reformas económicas iniciadas por Raúl Castro?
WSS: Creo que es el camino correcto. De todos modos, eso tenía que cambiar un día u otro. Debo decir que soy bastante optimista pues Raúl Castro y sus hombres procedentes del ejército son buenos hombres de negocios y lo han demostrado en el sector turístico. Hicieron un excelente trabajo en este campo.
SL: ¿Qué imagen tienen los ciudadanos estadounidenses de Cuba?
WSS: El pueblo estadounidense tiene una imagen falsa y sesgada de Cuba pero, por otro lado, es favorable a la normalización de las relaciones. Todos los estadounidenses sueñan con descubrir Cuba, que dispone de una población educada y de un excelente sistema de salud. A guisa de comparación, mire sencillamente el número de ciudadanos estadounidenses que no tiene acceso a un seguro médico.
*Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Texto original en Opera Mundi