Si no leyera los periódicos o viera los telediarios, o si siguiera siendo un crío que empieza a estudiar geografía, y escuchará el nombre de Costa de Marfil, puede que la imaginación me llevara a pensar que se trata de un país de ensueño, tipo El Dorado. Es lo que tienen los nombres. Seguro que en la época en la que empezaron a llamar de esa manera a este país africano, hace unos siglos, cuando a los europeos se les ponían los dientes casi tan largos como los colmillos de los elefantes de pensar en ese material, el mero hecho de pronunciar el nombre les hacia soñar con riquezas y aventuras sin final por un territorio lleno de peligros, tesoros e indígenas. En realidad, en el siglo XIX, toda Europa tenia al Continente Africano por una especia de Parque Temático para aventureros, saqueadores y gobiernos con ganas de expansión.
En el Monopoly que suponía África, la casilla de Costa de Marfil le tocó a Francia, de la que fue colonia hasta que en 1960 consiguió la independencia. Uno de sus artífices fue Félix Houphouet-Boigny, un político del país que había trabajado en la Asamblea Nacional Francesa y que incluso desempeño varios cargos ministeriales. Se convirtió en el primer presidente de Costa de Marfil, y lo fue hasta su muerte en 1993.
El amigo Felix, en sus dos primeras décadas al frente del gobierno, parece que no lo hizo mal. Hasta se llegó a hablar de un cierto “milagro” económico, conseguido a través de la mejora de las explotaciones agrícolas de Café y Cacao y de las buenas relaciones con la antigua Metrópoli francesa. Pero debe ser que la cercanía de la muerte, o puede que un golpe con algún colmillo de marfil dejado por ahí, le trastocara un poco el cerebro y sobre todo el ego. Allá por los comienzos de los 80, Félix decide que la capital del país se debe trasladar a su pueblo natal, Yamassoukro, lo que viene a ser que mi tocayo hubiese decidido que la capital de España se hubiera situado en Cebreros. A principios del siglo XX no llegaba a medio millar de habitantes, y en 1975, incluso con las aportaciones económicas que ya había hecho llegar su hijo predilecto, tan sólo 32.000.
Puede que debido a su estancia entre las altas esferas francesas, el presidente se montó el tema a lo Grandeur. Aquí un hotel de cinco estrellas, aquí un campo de golf de 18 hoyos, allí una universidad, en esa esquina el único aeropuerto de África capaz de recibir la visita del Concorde y en aquel campo de la izquierda, la Iglesia más grande del mundo. Así, con dos cojones. Bueno, con dos cojones y 7.000 asientos en una estancia con aire acondicionado, más otros 11.000 posibles en una plaza rodeada por columnas y puede que sitio para unas 100.000 personas en los alrededores. Todo ello, en una cuasi réplica de la Basílica de San Pedro de la Ciudad del Vaticano. Sonaría a cachondeo si no fuera por que las fotografías confirman su existencia.
Las fotografías y la consagración a cargo del Papa Juan Pablo II. Ellos no querían, oiga, que no veían bien las altas esferas vaticanas un gasto de 300 millones de dólares en un país africano donde la mayoría de la población no es que vaya sobrada por la vida. Eso para la imagen de la Iglesia Católica no iba a ser lo que se dice un golpe de marketing, Pero al final, tras las promesas de la construcción de un hospital para los más necesitados y entiendo que presiones políticas de los antiguos amigos franceses del Presidente, accedieron. Al lado de la imponente construcción, se construyo una residencia exclusivamente para que el Vicario de Roma la habitase cuando fuera de visita. Sólo ha sido utilizada una vez. Y del hospital se ha puesto… la primera piedra.
Y allí permanece este monumento a la estupidez humana. En una ciudad con tan sólo un 10 % de católicos entre su cuarto de millón de habitantes. En medio de un país de nuevo en guerra civil y la pobreza de sus habitantes. Con su mármol de Italia y su cristal traído expresamente de Francia. Con la vidriera representando a su ex presidente un regalo para Jesús, al lado de las típicas de apóstoles y santos. Muy cerca de casas que ni siquiera tienen agua corriente, aunque el Palacio Presidencia que también se construyó Félix en su aldea natal tenga hasta cocodrilos.
El edificio tiene el nombre de Nuestra Señora de la Paz. Viendo las noticias de cualquiera de estos días, parece una broma muy, muy pesada.