Nuestras calles - Alessandra Lavagnino

Publicado el 26 octubre 2015 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Errata naturae, 2015 (trad. Martín López-Vega)Páginas:168ISBN:9788415217954Precio:15,50 €
En apenas dos años, Errata naturae ha recuperado tres novelas que tienen bastante en común: Las chicas de campo (1960), de la irlandesa Edna O’Brien (1932), La pequeña Jonna (1977), de la danesa Kirsten Thorup (1942) y, por último, Nuestras calles (1969; reeditado en 2005 con nuevo título), de la italiana Alessandra Lavagnino (1927). Las tres se desarrollan a mediados del siglo XX, aproximadamente, y narran el coming-of-age de una chica de naturaleza tranquila y estudiosa que experimenta la confrontación entre el ambiente en el que se ha criado y sus propios deseos para forjarse un futuro. En los casos de O’Brien y Thorup, este choque se debe al contraste entre la humildad de su familia —proceden de un entorno rural y embrutecido— y las inquietudes culturales de la protagonista, que en la escuela ha descubierto que puede elegir un camino diferente al de sus madres. En la propuesta de Lavagnino también se produce una tensión familiar, pero en este caso la joven es hija de una profesional reconocida y el conflicto interior surge porque no desea seguir sus pasos aunque lo tendría todo a su favor para hacerlo.

Ponte Garibaldi

La historia de Nuestras callestranscurre en Roma entre los años treinta y cincuenta. La protagonista, Marzia, perdió a su padre cuando era pequeña y se ha criado con su madre, Anna, una de las primeras mujeres en ejercer la abogacía en Italia. Anna se mueve en un mundo de hombres, y tal vez por eso asume asimismo el rol típicamente masculino en el hogar: lejos cuidar de su hija con ternura, se muestra fría e intransigente con ella, quiere aderezarla para que el día de mañana pueda ser una mujer fuerte y competitiva como ella. Sin embargo, Marzia carece de seguridad en sí misma: desde su infancia tiene problemas para expresarse, es tímida y tartamudea. Este defecto condiciona (y complica) sus relaciones; la convierte en una persona muy insegura, que a veces parece algo ausente. La madre, en cambio, está acostumbrada a tratar con la gente por su trabajo en los juzgados. El miedo a hablar de Marzia simboliza en cierto modo las dificultades que hay en la comunicación afectiva entre ambas: la hija silencia sus pensamientos, pero las dos silencian sus emociones.

Piazza Cavour

Marzia nos habla en una primera persona introspectiva, siguiendo un orden cronológico desde su infancia hasta la primera juventud. En las primeras páginas evoca su niñez a partir de las calles donde ha vivido, asocia cada zona a un recuerdo, a una fase de su vida: los episodios de niñez en la casa de su abuela, la adolescencia con su madre… y más adelante llegará el lugar que representará su futuro. No siempre ha estado sola con su madre: el ama, Elide, la consentía más y le daba el poco cariño que ha recibido. La parte más interesante de la novela, no obstante, comienza cuando madre e hija se encuentran solas y Marzia ya es una adolescente. Lavagnino, una narradora muy sutil y hábil para las elisiones, para insinuar más que revelar, traza una relación entre madre e hija compleja, marcada por el silencio y las diferencias. Este ambiente tiene algo de asfixiante: no discuten, no se llevan mal, pero se palpa un distanciamiento que al mismo tiempo convive con una manera particular de expresarse el amor la una a la otra. Esta situación se enlaza a su vez con el alejamiento que en su momento experimentó Anna con su madre, como una forma de decirnos que la relación entre madres e hijas no ha sido nunca fácil.Para completar el cuadro de Anna y la Marzia adolescente, se introduce el personaje de Lúcia, una compañera del colegio, más enérgica, ambiciosa y dicharachera que Marzia. Como ocurre en los dúos Andrea-Ena, Kate-Baba, Lenù-Lila o Ming-Miao Yan, Lúcia es el contrapunto de Marzia, la amiga extrovertida que la ayuda a descubrir el mundo, aunque en su amistad no faltan tensiones ni envidias, sobre todo cuando Marzia la introduce en su hogar. Anna enseguida congenia con Lúcia, y es que esta chica sí que se parece a ella. La presencia de Lúcia en casa se hace cada vez más frecuente: actúa al mismo tiempo como puente entre madre e hija y como una «intrusa» que las distancia. En este particular trío se forman unas «alianzas» en las que a veces los roles de madre, hija y amiga se desdibujan. Mientras tanto, Marzia se acostumbra a poner por escrito lo que no puede expresar en voz alta; la escritura es su refugio y el espacio en el que desarrollar su vida interior, mucho más rica de lo que aparenta ante los demás.

Alessandra Lavagnino

En suma, Nuestras calles plantea una más que interesante aproximación a una relación ¿atípica? entre madre e hija, que cuestiona la credibilidad de la idea de la maternidad que se suele representar en la cultura occidental y, con ello, redefine lo «femenino». Es, además, una historia de iniciación, con todo lo que eso conlleva (etapas del colegio, la universidad, el primer amor), y un magnífico retrato de una familia monoparental en una época en la que no era nada habitual que una mujer se labrara una carrera. Lavagnino, que nació en Nápoles en 1927 y se ha dedicado a la parasitología, hizo su debut literario con esta novela, que obtuvo el Premio Inedito 1969 al mejor manuscrito no publicado. Desde entonces ha publicado una decena de libros con la prestigiosa editorial Sellerio, que le han valido los elogios de autores como Leonardo Sciascia y una candidatura al prestigioso Premio Strega por Le bibliotecarie di Alessandria (2002). Por ahora, solo se han traducido al castellano Nuestras callesy Un granizado de café con nata(1974; Errata naturae, 2011), en la que también se plantea el tema de la comunicación y el silencio.