Había hojeado varias veces, durante los últimos meses, en la librería La Central de Callao esta antología de relatos de Mario Levrero (Montevideo, Uruguay, 1940-2004), titulada como el segundo relato del conjunto, Nuestro iglú en el ártico. Pero me resistía a comprarla porque tenía en casa aún dos libros de Levrero si leer. Me decía: lo más lógico será que leas los dos libros de casa y luego, si te apetece seguir con Levrero, comprar éste. Pero cuando se acababa el verano, paseando de nuevo por La Central acabé pensando (error de coleccionista) que si no compraba ese libro, que seguía allí después de varios meses de hojearlo en cada visita, al final iba a desaparecer de sus estanterías para siempre. Nuestro iglú en el ático es un libro editado en Uruguay, que no había visto en ninguna otra librería de Madrid. Esto es lo mejor de La Central: que en vez de tener en sus estanterías cinco ejemplares de la última obra de un autor, tiene un ejemplar de cinco obras diferentes de él, algunas editadas fuera de España y también en su idioma original si se trata de autores en otro idioma.
Los relatos seleccionados por el escritor argentino Ricardo Strafacce para esta antología son normalmente largos (327 páginas para 10 relatos hacen una media superior a las 30 páginas por relato), y diría que La cinta de Moebius con más de 60 páginas es una novela corta.
Los relatos están ordenados cronológicamente, y están escritos por Levrero en un periodo que abarca más de 35 años. Así podremos acercarnos desde las obras de un joven Levrero de 26 o 27 años hasta las del Levrero más maduro, el de un año antes de su muerte en 2004. Como excepción he de señalar que el último texto, Entrevista imaginaria con Mario Levrero, no cumple con este criterio cronológico, pero me parece un acierto situarlo en el libro como cierre.
El primer cuento, El sótano (1966-67) nos acerca hasta el niño Carlitos, quien desea saber qué ocultan sus padres en el sótano, única habitación de las múltiples de su casa que está cerrada con llave. Levrero nos acerca a las pesquisas que sigue Carlitos para averiguar quién tiene la llave del sótano, o quién sabe quién la tiene o y la pregunta qué hay en el sótano se va quedando en segundo plano. Como en su novela La ciudad, alguien sale a buscar algo y las peripecias del camino constituyen el cuerpo de relato. Muchos de los elementos narrativos de Levrero están ya en este cuento inicial: la multiplicación de los espacios físicos (puertas, habitaciones…), el aparente absurdo de corte kafkiano de las acciones de los hombres, el ambiente onírico, los insectos y el humor. Un humor que en muchos casos cae en el surrealismo y que nos acerca a Lewis Carroll, uno de los autores, además de Franz Kafka, predilectos de Levrero.
Nuestro iglú en el ártico (1967) me ha recordado en su composición demasiado a El sótano y por esto mismo me ha gustado menos. Otro relato de acontecimientos acelerados y de concatenación de hechos absurdos y surrealistas. En realidad el ritmo de estos primeros relatos es como el de los sueños, donde cambia el escenario y los personajes a cada momento. Aparece aquí otro de los elementos clave de la obra de Levrero: la obsesión compulsiva por el sexo, un sexo a veces no alcanzable pero siempre presente. El final de este relato es de los más esperanzados del conjunto.
Gelatina (1967) me ha gustado más que los dos anteriores. En él una extraña masa indeterminada, que se identifica como “gelatina”, se expande por la ciudad, y el personaje trata de esquivarla. Este cuento tiene que ver, además de con el mundo de los sueños, con la literatura fantástica o de terror. El efecto es inquietante. Además est´`a el hecho de que éste es el primer cuento que le publicaron a Levrero.
La toma de la Bastilla o cántico por los mares de la luna (1973) es un cuento que me costó terminar. Éste es el más surrealista de todos, las escenas cambian en el relato sin continuidad aparente entre unas líneas argumentales y otras. Sin nada a lo que aferrarme, acabé perdiendo el interés como lector.
Con La cinta de Moebius (1975) Levrero inicia una segunda etapa creativa. A partir de aquí nos vamos a encontrar con un autor más maduro y que controla mejor sus recursos narrativos. No es que Levrero cambie sus temas sino que el ritmo narrativo es otro. En un cuento como Nuestro iglú en el ático el protagonista acababa teniendo poca entidad real, porque la fuerza del cuento era la fuerza de la trama, constituida por una concatenación muy rápida de sucesos sin sentido. En La cinta de Moebius el ritmo es otro, y el cuento, de nuevo como en El sótano, protagonizado por un niño, nos permite acercarnos más al personaje y que la historia cobre para el lector más entidad, un deseo mayor de seguir leyendo. De todos modos, me gusta más la primera parte del relato (cuando el niño acompañado por un gran número de familiares viaje desde Montevideo hasta París), que la segunda parte donde de nuevo puede pasar cualquier cosa.
Lo mejor de la antología empieza para mí a partir del cuento Espacios libres (1979), y estaría formado por éste y los tres que le siguen. Espacios libres es ya diferente a los otros cinco que he comentado hasta ahora. El narrador está buscando a una mujer, entra en un café y allí conoce a una serie de personajes que le van a ayudar a conseguir un perro, que seguirá el rastro de la mujer. En este relato (así como en los que quedan de la antología) el estilo está más cuidado, y más que basarte en una concatenación de escenas surrealistas tiene un poso más pausado, más hondo y kafkiano.
Los muertos (1981) tiene bastante que ver con el anterior relato. Aquí el narrador vive en casa de sus tías, y el día que comienza la historia el inquilino de sus tías (al que apenas conoce) decide pegarse un tiro. El narrador sale a la calle en busca de ayuda. En la calle la vida le irá enredando en sus absurdos. Este cuento me ha recordado a la extrañeza ante el mundo que planteaba en sus cuentos el también uruguayo Felisberto Hernández.
Capítulo XXX (1984) es uno de los mejores y más originales relatos del libro. En él Levrero crea un escenario fantástico: una isla que parece amenazada por invasiones externas y donde los adultos viven separados de los adolescentes. El protagonista se obsesiona con hacer crecer la semilla que tomó de un invasor que llegó a nado a la isla antes de su muerte. La planta que crece de esa semilla irá obsesionando al protagonista y también cambiando su físico. Este cuento es un cuento de terror bastante clásico. En la antología Mares tenebrosos de Valdemar había algunos con el mismo tema.
Carros de fuego (2003) guarda una similitud compositiva con Espacios libres y Los muertos: aquí el narrador ha de abandonar su casa porque ha sufrido una invasión de ratones y ha de encontrar un gato. El recorrido inverosímil para encontrar ese gato constituye el relato que finaliza con una escena sexual que acaba siendo humorística por su absurda función de cierre del relato. Quizás el cuento que más me ha gustado de todos.
En Entrevista imaginaria a Mario Levrero (1987) el autor se entrevista a sí mismo y nos desvela algunas de las claves de sus métodos creativos. Trascribo algunas de sus palabras: “El arte atiende a ciertos niveles de comunicación, a los más profundos.” (pág. 311) “El tema, o más bien el asunto, suele elegirme a mí.” (pág. 312) “Me llama la atención esa miopía generalizada, ese afán de construir un mundo coherente pero falso, donde todos los escritores están como pinchados con alfileres en un mapa, en una red de parentescos e influencias. Creo que el cine, la música, los amigos, las mujeres, las hormigas, el mar, y etcétera, me han influido tanto o más que los libros.” (pág. 323) “Sé que mi literatura es un arte menor. Pero también sé que es un arte. La valoro como algo auténtico.” (pág. 326)
Como conclusión final creo que voy a reafirmarme en lo que ya dije al comentar los Cuentos completos de Virgilio Piñera: me han gustado más los cuentos de la segunda mitad de la antología de Levrero porque en ellos los elementos fantásticos, oníricos o surrealistas estaban más controlados y los personajes tenían más entidad (me importaba más qué les iba a ocurrir) que los primeros, donde la historia está supeditada a una cadena de hechos absurdos y los personajes casi no están perfilados. En cualquier caso, una de las mejores cosas de leer estos cuentos es la sensación perpetua de aventura, de no saber nunca por dónde va a tirar la historia, si vamos a estar ante un relato realista, surrealista... o simplemente si cuando ya has dado por sentado que el relato era realista de repente deja de serlo. De nuevo al hablar de Mario Levrero, quiero comentar lo llamativo que me resulta la influencia que ha tenido en un escritor como César Aira. También podría comentar que Mondadori tenía el proyecto de sacar los Cuentos completos (o una antología) de Mario Levrero, y la edición iba a estar a cargo de Ignacio Echeverría. Es una pena que este proyecto no se haya llevado a cabo. La obra de Levrero debería ser más fácil de encontrar en España, es un escritor cuya importancia (si la literatura sigue teniendo importancia) está destinada a crecer en las próximas décadas.