El pasado fin de semana Barcelona mostró varias señales de nuestra proximidad a la sociedad diseñada por Aldous Huxley en su obra “Un mundo feliz”, escrita en 1932.
Cientos de miles de personas se manifestaban contra la globalización y luego los más jóvenes abarrotaban los cibercafés de la ciudad para conocer los nuevos juegos Microsoft de asombrosa realidad virtual que pronto transmitirán sensaciones vivas de las que no se querrá salir: la Asociación de Sicólogos estadounidenses aseguró esta semana que la adicción a esta realidad es muy superior a la de las mayores ludopatías.
Los manifestantes y jugadores de cibercafés no eran parias de la tierra, sino que pertenecían a las dos o tres capas superiores de las diez pensadas por Huxley. Las inferiores exponen permanentemente su vida para entrar ilegalmente en este mundo que creen un edén.
El Consejo de la UE elaboraba, entre tanto, un futuro feliz en escuelas con un ordenador por cada 15 alumnos preparados para las vivencias tridimensionales. Los mejores estudiantes accederán a las clases superiores tras superar duras reválidas.
Solo faltaba un componente para la felicidad general: el Soma, la droga que alimentaba a todos los grupos jerarquizados por Haxley.
Pronto dispondremos de ella: sus antecedentes, el éxtasis y las drogas de diseño, son aún incontrolables y peligrosos, pero la química, como la electrónica, avanza a velocidades asombrosas.
Electrónica+Química= Un mundo feliz.
Hasta las capas inferiores estarán contentas y no escaparán en pateras de su destino.