En los últimos años, cuando parecía que el chabolismo estaba erradicándose en España y que numerosos gitanos se integraban socialmente, han llegado otros gitanos de la Europa excomunista a los que nadie sabe cómo situar en sus estructuras sociales.
Salen sobre todo de Rumanía y Bulgaria a partir de su adhesión a la UE, en enero 2007, y son muy visibles mendigando en calles, plazas, semáforos y frente a establecimientos comerciales de los países europeos más ricos que los suyos.
Muchos están esclavizados por mafias de su propia etnia que explotan incluso a niños a los que, además, les enseñan y obligan a robar.
En la Francia de tradición humanista tanto el expresidente conservador Nicolas Sarkozy como el actual, el socialista François Hollande, le ordenaron a sus ministros de Interior, en este último caso al ahora primer ministro, Manuel Valls, que los expulsaran de los lugares públicos, especialmente de las zonas más turísticas, y que los devolvieran a sus lugares de origen.
Pero las organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional, han denunciado estas medidas, aunque no ofrecen a la vez soluciones para su integración como ciudadanos comunes que no intimiden a los demás.
Porque es muy difícil encontrar una salida a grupos humanos cuyas tradiciones, y hay que señalarlas aunque sea políticamente incorrecto, son el nomadismo, el machismo más brutal, la mendicidad y la no observancia de leyes elementales ahora en los países avanzados.
Un sistema de vida ajeno a los valores costosamente ganados por la sociedad mayoritaria: educación obligatoria, laboriosidad, igualdad de sexos, respeto a las leyes.
Estos gitanos, unos ocho millones de ciudadanos, son un reto al que la UE debe dar una salida humanista, para parar el alarmante crecimiento de los nazismos.
Se necesita un programa educativo y social generoso, democrático en valores, pero obligatorio.
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SALAS