Los dos días que Bebé y Mayor han pasado en casa de sus abuelos no sólo han supuesto la primera vez que Bebé ha estado sin mi y sin tomar tetita por largo tiempo, para nosotros también ha sido nuestros primeros dos días sin niños.
En casi seis años nunca habíamos estado solos tanto tiempo, alguna vez máximo 2-3 horas y para ir a alguna cosa a la que fuera impensable ir con ellos pero, vamos, me sobran dedos de una mano para contar las veces. Además hay que tener en cuenta que aunque Mayor nació en octubre, desde finales de abril de 2009, que es cuando me ingresaron con neumonía estando embarazada de él, no habíamos estado nunca solos disfrutando de tiempo en pareja. Con mi pánico a la gripe A y en el estado deplorable físico y mental en el que me encontraba una vez que me dieron el alta en mayo me encerré en casa hasta que di a luz en otoño. En definitiva, que han sido más de seis años sin tener un momento en el que pudiéramos plantearnos hacer algo que nos gustara solamente a nosotros y no fuera un plan en familia.
Ambos teníamos planeada una larga lista de tareas de trabajo que pensábamos llevar a cabo en esos dos días, muchas de ellas esas típicas tareas que no siendo urgentes dejas para un momento mejor y al final nunca haces. Yo incluso me había planificado mis tareas por horas porque mi idea era aprovechar al máximo esas 48 horas de silencio y paz que íbamos a tener en casa. No eran planes románticos pero nos hacía hasta ilusión poder sacar adelante, por fin, ciertas tareas planeadas tiempo atrás.
Pero luego, una vez que nos vimos solos, nuestras fuerzas parece que se escaparon corriendo. A mi en concreto me dio un bajón físico tremendo y lo único que me pedía el cuerpo era estar tumbada. Confío mucho en mi cuerpo, creo que sabe muy bien lo que quiere y que en cuanto vió la oportunidad dijo: ahora a descansar que llevas muchos años con mucho estrés y sin parar y es ahora o nunca.
Así que en contra de lo que mi cabeza me decía, le hice caso a mi cuerpo y he intentado descansar todo lo posible. Algunas comidas las hicimos fuera de casa, incluso nos tomamos un cocktail en una terracita de verano, pero sobre todo he aprovechado para dormir, sentarme en el sofá (¡nunca me siento en el sofá!) y darle largos paseos a mi perra.
Estar sin niños, al menos para nosotros, ha sido un plan extraño:
- Por un lado, me ha servido para constatar lo que yo ya intuía: que estoy física y mentalmente al límite, que necesitaba muchísimo esa pausa y que me vendrá muy bien que Bebé empiece el cole en septiembre. Ha sido un gusto poder ducharme sola, disfrutar del silencio, poder conversar con mi marido tranquilamente, sacar el lavavajillas sin que peligre la integridad de los platos o comer un sándwich viendo la tele y sentada en mi sofá.
- Al mismo tiempo, como padres, hemos confirmado que a nosotros no nos sobran los niños. Es cierto que los nuestros son complicados de llevar, que hay muchas cosas que no hacemos porque no creemos que sea el momento, que hay días que piensas que no vales para esto, pero como nos sentimos plenamente bien es estando juntos.
Foto | Jaime González en Flickr CC