La última se produjo ayer mismo, sobre las 19.45h. de la tarde y bajo un cielo plomizo, cubierto por completo de nubes... La temperatura era agradable, y el río formaba pequeños arenales que quedaban al descubierto con la bajamar. Sobre uno de estos cúmulos descansaba tranquilamente un nutrido grupo compuesto de azulones y cercetas, las primeras del invierno. El pequeño tamaño de estas contrastaba visiblemente con el corpachón de los ánades reales, mucho más grandes.
La gran distancia que me separaba de las aves no dificultó, sin embargo, la identificación de un inesperado visitante. Una masa oscura, grande y alargada serpenteaba despacio entre los patos. ¡La nutria! pensé inmediatamente. El paso del mamífero, centrado en sus labores de pesca, apenas provocó reacción alguna en las anátidas. Ni se inmutaron.
Con los prismáticos en la mano y la cámara guardada en la mochila, me asaltaron las dudas... Quería documentar el momento, como hago siempre que puedo, pero tenía miedo de perderla de vista. Cuando por fin consideré que no se escaparía, desenfundé mi P900 y empecé a grabar.
Tratando de mantener el pulso, logré captar los últimos instantes de la escena. Fue gracioso comprobar la torpeza de "la señora del río" fuera de su medio habitual, el acuático. Al trote, con un pez en la boca, cruzó apresuradamente la estrecha lengua de arena que une el río con la cercana marisma, en realidad una de las islas que dan forma al estuario del Miño. Allí, a salvo de miradas indiscretas, daría buena cuenta de su presa.