La llamada nueva economía afecta, de forma especial, al mundo del trabajo. La actual revolución en la organización empresarial implica una verdadera modernización del proceso productivo donde al trabajador se le exige una serie de competencias que van más allá de la era formación teórica; el saber práctico se convierte en elemento imprescindible en un ámbito caracterizado por las nuevas tecnologías de la microelectrónica. Otras cualidades, como la iniciativa, la autonomía o la innovación, también se insertan dentro del nuevo marco laboral donde el trabajador se identifica plenamente con su empresa.
La lucha de clases se diluye frente a una mercantilización de los derechos sociales y a una dinámica que atenta contra los derechos básicos de la persona. Nos hallamos frente a una absurda lógica de mercado que sitúa a la economía por encima del ser humano y destruye la universalización tan pregonada de los derechos. Se habla de globalización de la economía, ¿por qué no también de una auténtica globalización de los derechos humanos? Toda persona tiene derecho a un trabajo digno y a un sueldo que le permita vivir con dignidad. Una cultura justa del trabajo es elemento imprescindible para poder hablar realmente de desarrollo y avance social.