Nueva economía

Por Esther
     Es incuestionable que se ha consolidado una nueva economía mundial cuyo recurso principal para generar desarrollo económico es el conocimiento y su base la constituyen las nuevas tecnologías de la información (especialmente las redes informáticas). Se supone que la generalización de este tipo de economía proporciona unas condiciones de intercambio y explotación de los recursos más estables y rentables, pero también es cierto que las tendencias globalizadoras han provocado un grave desequilibrio entre capital y trabajo. En este contexto, ¿qué ocurre con los trabajadores inscritos dentro de este incipiente sistema?
   La llamada nueva economía afecta, de forma especial, al mundo del trabajo. La actual revolución en la organización empresarial implica una verdadera modernización del proceso productivo donde al trabajador se le exige una serie de competencias que van más allá de la era formación teórica; el saber práctico se convierte en elemento imprescindible en un ámbito caracterizado por las nuevas tecnologías de la microelectrónica. Otras cualidades, como la iniciativa, la autonomía o la innovación, también se insertan dentro del nuevo marco laboral donde el trabajador se identifica plenamente con su empresa. 


    Estos hechos parecen a simple vista incentivar el desarrollo profesional del individuo pero no hay que olvidar que el otro factor sobre el que se asienta la nueva economía es el incremento del valor de la acción. En una feroz lucha y competencia entre los diferentes países por la supervivencia y el éxito empresarial, la lógica del capital se impone y la política de beneficios empresariales genera un sistema de bajos salarios. El rechazo de los valores solidarios y el individualismo exacerbado propio del neoliberalismo han vaciado de contenido social el problema de la necesidad, y la libertad ya no consiste en poder satisfacerse, sino en aspirar a estar por encima de los demás en un mundo que no da posibilidades de satisfacción general. La reivindicación de un menor protagonismo del Estado en todos los ámbitos de la actividad económica ha provocado el surgimiento incontrolable de comportamientos empresariales negativos.     La función de la economía capitalista es la de hallar actividades rentables y en su deseo, las mercancías priman sobre las personas. Ello se debe a que vivimos en un mundo asentado sobre el libre comercio, una hegemonía institucional de la Organización Mundial de Comercio, cuyo objetivo es la expansión de los países centrales, la ausencia de una regulación mundial y la desregulación laboral, que generan mecanismos indiscriminados e injustos para el trabajador de hoy día, entre ellos la subcontratación y el salario inestable. Asimismo, la externalización y las deslocalizaciones productivas, que aportan beneficios a los empresarios y países ricos, son algunas de las consecuencias derivadas de la desigualdad existente en la economía global entre unos y otros países. 


     Es una contradicción el saber que los problemas económicos tienden a plantearse cada vez más a escala internacional pero no disponer, para solucionarlos o paliarlos, de mecanismos de regulación efectivos de carácter mundial. La principal consecuencia es que los gobiernos se encuentran maniatados frente a un contexto de relaciones económicas internacionalizadas que nos siempre le es favorable. Todo ello conduce a comprender que, dentro de esta lógica de mercado donde se produce el incumplimiento de determinadas condiciones sociales y la reducción de los niveles salariales, el gran perjudicado es el trabajador. El debilitamiento de las instituciones impide proteger a las personas trabajadoras y los derechos laborales están condicionados por la empresa en la que se trabaje. Este hecho no beneficia a las empresas no eficientes y provoca la precariedad o exclusión de los trabajadores no cualificados. Se depende de las finanzas y mercados financieros. 
     La lucha de clases se diluye frente a una mercantilización de los derechos sociales y a una dinámica que atenta contra los derechos básicos de la persona. Nos hallamos frente a una absurda lógica de mercado que sitúa a la economía por encima del ser humano y destruye la universalización tan pregonada de los derechos. Se habla de globalización de la economía, ¿por qué no también de una auténtica globalización de los derechos humanos? Toda persona tiene derecho a un trabajo digno y a un sueldo que le permita vivir con dignidad. Una cultura justa del trabajo es elemento imprescindible para poder hablar realmente de desarrollo y avance social.