Cuando volví del ingreso psiquiátrico lo hice con una nueva etiqueta: trastorno límite de la personalidad o borderline como lo llaman al otro lado del charco. No es que esa etiqueta no me estuviera rondando ya, mi psiquiatra me la había puesto desde hacía un tiempo. Pero nadie me lo había dicho.
¿Solo es una etiqueta, no?
Ponerle nombre a algo hace que el concepto aparezca, que tenga una definición y por lo tanto deje cosas dentro y fuera de esa definición. Dentro están todas esas conductas extrañas que tengo. Fuera aquello que debería ser y no soy.
Una etiqueta hace que me defina de nuevo, que redefina los acontecimientos como si los viera con otra luz. De repente me he puesto unas gafas nuevas que explican todo a la luz de esa etiqueta. Y tiene sentido. Y me siento mejor. Porque ahora las cosas tienen un motivo. Ocurren por algo concreto y no es que yo “sea así” que en cierto modo lo soy. Pero quiere decir que tengo cancha para poder aprender y arreglarlo.
¿Qué es el trastorno límite de la personalidad o borderline?
Lo más fácil para mi es derivarte a la página de la wikipedia donde lo explica todo mucho mejor de lo que yo lo haría jamás. Puedo explicar qué es ser borderline para mi. Qué ha supuesto en mi vida, como por ejemplo que mi primera visita al psicólogo fuera a los 7 años. Muy pronto, ¿verdad? Que haya tenido recaídas cíclicas en comportamientos impulsivos o adictivos. La forma de pensar y de relacionarme con los demás, siempre como si todo el mundo fuera mejor que yo. El miedo a que las personas que más quiero me abandonen. Lo que yo achacaba a mis hormonas y al síndrome premenstrual de mis cambios de humor…
¿Qué significa para mi como madre?
Lo primero que pregunté es si esto era genético y Loki lo podía heredar de mi. No es así. Aunque tiene cierta base biológica no tiene por que desarrollar el trastorno. Igual que mil otros rasgos de personalidad que puede tener y que no tengamos ni Natsu ni yo. Eso fue un gran alivio.
Por otra parte he aprendido que las experiencias en la infancia temprana pueden ayudar a la aparición de este trastorno. El tener una figura de apego seguro y una relación de confianza ayuda a que no aparezca. En los primeros meses es más fácil pero a partir de la separación (guardería) o la temporada de las rabietas nos es más complicado. Por eso es importante tener un apego firme con nuestros peques.
Tampoco sería “culpa nuestra” si desarrollaran dicho trastorno ya que no se basa SOLO en las actuaciones de los padres, ni el ambiente.
Pero si podemos poner de nuestra parte para que se sientan queridos, seguros y que tengan un alta autoestima.