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2014 Miguel Benavent de B. // Personal
NUEVA EXPERIENCIA PARA MI HIJA… Y PARA MÍ
Dentro de unos pocos días mi hija de 14 años se va interna a un colegio en Inglaterra, en principio durante un curso escolar completo. Como es lógico, a ratos estos últimos días siente un poco de miedo, pues es la primera vez que se aleja durante tanto tiempo de casa. Obviamente es una afortunada. Desde pequeña le había dicho que viajara, que el mundo es muy grande y que se debe conocer para apreciar la diversidad, aumentar la tolerancia y enriquecerse con los contrastes. A mí me hubiera gustado tener esa oportunidad, a su edad.
No dudo de su capacidad de adaptarse y de sacar lo mejor de la nueva experiencia. Es muy madura para su edad y sabe apreciar las cosas cuando le llegan. Es bastante autosuficiente y sabe hacer amigos, donde quiera que vaya. Personalmente creo que es lo mejor que le puede pasar. Siempre tendrá la oportunidad de volver a su país cuando quiera y porque, lamentablemente, las cosas no habrán cambiado tanto como algunos quisiéramos. Confío en ella -es decir, la quiero de verdad- y confío en que la vida le regalará las experiencias por las que haya de pasar para ser pronto una mujer íntegra, honesta e independiente, como creo que llegará a ser algún día.
Los niños -aunque sean ya de su edad, para sus padres siempre lo serán- viven el hoy y se adaptan a la realidad que viven, muchas veces mejor que los adultos. Nosotros sus mayores hace ya tiempo que dejamos mucha de nuestra ilusión infantil y capacidad de sorpresa, y, lamentablemente, aprendimos a adaptarnos a este loco mundo, en el que la felicidad es un bien escaso y la alegría una rareza más. Pero, en el camino, aprendimos también a tener espectativas de la vida que queríamos, aunque rara vez se cumplieran. Y en mi vida, sin lugar a dudas, está mi hija en el puesto principal, con la que mantengo una relación fantástica, pues acepto su cierta rebeldía, su propio caracter y, a la vez, su bondad, con ella misma y conmigo.
Ella, durante nuestros mágicos momentos que compartimos -siempre menos de los deseados-, me enseña a mirar la vida con ilusión, no hacer caso al pasado y a sentir intensamente lo que siente y vive, ya sean buenos o malos momentos. Ella sabe más de la vida que yo, su padre, aunque sepa del mundo menos y me pregunte. Aún así, siempre me dice “tú eres demasiado bueno, papi”, pues a su edad empieza a ver el mundo como algo amenazante, de lo que hay que protegerse. Me carga energía su presencia, en momentos en que la mirada inocente de un niño te enseña que hay que tener ilusión por lo que vives, siempre, aunque vivas momentos difíciles. Y ahora pienso que, en este momento de mi vida, en el que estoy reencontrándome conmigomismo -mi “niño interior”- además de aprendiendo a confiar en la vida, la presencia de mi hija es clave.
Pero también sé que nadie puede andar tu camino por ti, ni enseñarte a vivir la vida. Es una tarea personal e intransferible de cada uno con su vida. Para ello hace falta soledad. Porque, como de un plan ingenioso y premeditado se tratara, mi vida se ha ido vaciando de lo accesorio y estoy cada día más sólo ante mi mismo, con lo esencial. La soledad -cuando no la temes- es la mejor maestra de la vida, porque abre el corazón, que se halla justo detrás del miedo. Y ese es mi aprendizaje hoy y, a partir de ahora, sólo y sin tan siquiera con mi hija, cerca. Y es que, si la quiero de verdad, debo dejarle volar, aunque sea a costa de no tenerla como maestra siempre a mi lado… Como tantas otras veces en mi vida, deberé aprender a encontrarla en mi corazón, donde está y estará cada segundo de mi vida, como siempre!
Etiquetas: amor, hijos, soledad, vida