Nueva York y su frío

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Otros días ha hecho más frío en Nueva York, pero yo llegué a la ciudad a -2 grados bajo cero y eso me parecía suficiente. Para mí era todo lo inclemente que se puede esperar de un clima: llovía, nevaba y hacía brisa al mismo tiempo. Imposible sacar una mano del guante, del calor del bolsillo, para hacer cualquier cosa. Me dolían los dedos, me dolía la cara y seguía caminando. La adrenalina de recorrer una ciudad y adivinarla hace que nada más importe. El frío es también parte de esa experiencia.

Llegamos al aeropuerto JFK a mitad de mañana. El vuelo Miami-New York es tan largo como el de Caracas-Miami (3 horas); algo que no deja de llamarme la atención. El Comfort Inn Manhattan Bridge, el hotel que había escogido para esta travesía, quedaba en pleno Chinatown y la mejor opción para salir del aeropuerto hasta ese rinconcito convulsionado de Manhattan, fue el Shuttle. Justo después de buscar las maletas y donde dan información del servicio de transporte, se puede contratar este servicio que no necesita reserva previa. Por 18,50$ por persona te llevan a la puerta del hotel, en una van compartida con otros pasajeros. No tan solo es una vía económica, si no que el paseo sirve para comenzar a palpar la ciudad y hacer notas mentales que se resumen a “quiero verlo todo”.

Llegamos al hotel que, mejor situado no puede estar: a una cuadra de Grand, una estación del metro; a otra cuadra del puente de Manhattan y como alejado de Chinatown sin dejar de estar en él. En esa calle convergen pescaderías, vendedores ambulantes, un idioma apurado, restaurantes y un caminar rápido, propio de esta ciudad. Detrás del hotel, cuando se abre la calle Bowery, aparecen las joyerías y los vendedores que te persiguen ofreciéndote cualquier cantidad de imitaciones. Eso lo supe otro día y apenas estoy comenzando a contar el viaje.

Hicimos check-in, dejamos las maletas y nos fuimos a caminar. Chinatown está al lado de Little Italy y hasta allá fuimos a almorzar. Una vez fui a comer al restaurante Da Nico y quería volver aunque nunca me ocupé de buscar la dirección, pero cuando los viajes resultan maravillosos, los lugares aparecen solos y ahí estaba, a la vuelta de una esquina que no crucé, esperándonos con una comida caliente y profusa. En esa mesa se mezclaron los olores de tres pastas, de pan suave, de té helado y vino tinto.

Con el estómago lleno salimos a recorrer el SoHo con la lluvia y la nieve golpeando cada paso. No es fácil caminar así; hay que tomar aliento tras cada cuadra, buscar cobijo en alguna tienda y seguir. Los edificios y las tiendas seducen porque sí, pero con un clima así era una osadía quedarse a detallar y sin embargo, caminamos y caminamos hasta que no quedó más que desandar el camino de vuelta, antes un anuncio de tormenta de nieve y un frío que nos iba a cubrir todos los huesos.

El pronóstico del día siguiente no era tan alentador: cero grados, nieve, lluvia y más brisa, pero eso no nos iba a detener. Aunque Nueva York es la ciudad que nunca duerme, el primer día de este viaje dormimos temprano, reposando las ansias y la curiosidad de los días por venir.