Nueva York y su paisaje blanco (segundo día)

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Desde la ventana del hotel

Es viernes, justo al borde del amanecer. No podía dormir y me asomé por una ventana que me devolvió una ventisca y la seguridad del suelo cubierto de nieve. Estamos muy cerca de la primavera, pero el clima frío insiste en no dejar el invierno, en cubrirlo todo y en modificar los planes. La nieve cae furiosa, se arremolina y al final de la tarde el pronóstico suma un poco de lluvia y varios grados menos. Estaba tan apagado el día que me planté frente al concierge del hotel a preguntarle qué podía hacer con un clima así y a él, que no le importó la nieve, me dijo que tenía que caminar por el Central Park, que así como estaba era un espectáculo, que Nueva York no se detenía por frío, a menos que fuese una emergencia y que lo demás, podía verlo otro día. Por eso pisamos esa acera de Chinatown -porque, quien no ha leído la primera parte de este viaje, debe saber que dormía en Chinatown- congelada y resbaladiza, buscando la estación de metro que estaba apenas una cuadra más allá.

No hice este recorrido sola. Una de mis compañeras de viaje intentó devolverse al verse paralizada ante el frío y su contudencia, pero le mostré el mapa y le prometí cobijo como si ese papel fuese un techo; me inventé una visita a un museo -cualquiera- y le dije que podía tomar aliento en el calor del metro y las once estaciones que nos separaban de ese destino improvisado. La convencí y seguimos. Mi mamá, la otra viajera emocionada, seguía el camino incapaz de pronunciar palabra, como si al hablar se le iba a escapar todo el calor del cuerpo.

Conquistando la cuadra, hasta la estación de metro

Mucho se dice sobre lo complicado del metro de Nueva York y ciertamente tiene sus manías, pero todo está en conseguirle el sentido a sus líneas de colores, saber si tenemos que ir en dirección al Uptown o Downtown (cualquier mapa lo señala), en revisar exactamente qué letra o número tiene la estación a la que van y hacer las conexiones como mejor convengan. Es como armar un rompecabezas, como unir puntos. Estaba preparada ante la posibilidad de perderme, pero no ocurrió ni una vez, afortunadamente. Un dato para quienes les da temor subirse al metro de Nueva York es que lean los avisos que están en las taquillas, allí mantienen actualizada la información sobre las estaciones cerradas, los cambios de ruta y tomen en cuenta también que en las noches el ritmo cambia y se puede esperar hasta treinta minutos por un tren.

Pero sigamos. Viajamos desde la estación Grand St, en Chinatown, hasta la 81 St en Central Park West, que queda justo al lado del American Museum of Natural History (sí, el mismo de la película “Night at the museum”). Estamos en la calle 77, con el Central Park al frente, tan blanco e inesperado que es imposible dejar de verlo, aun cuando la nieve nos golpea por todos lados. A veces la nieve no cae, golpea. La entrada al museo está todo lo cerca que se necesita, en esa misma cuadra y justo al pasar, deseo tener seis años y conquistar sus pasillos con la emoción y la curiosidad propia de esa edad. Aun pasados mis 30, me sorprendo a cada paso, miro, me hago mil preguntas y me parece un museo perfecto para pasar el día nevado (del Museo escribiré después).

En Central Park West

La entrada al museo

Poco más de cinco horas nos llevó recorrer el Museo entero. Aunque había aviso de lluvia y nieve, el cielo se despejó. El frío no se fue, pero ese paisaje abierto, casi quieto, era una invitación a caminar las calles de la ciudad. Así que caminamos desde la 81 St hasta la 72 St, por la misma acera. En esa esquina está el edificio Dakota, donde vivió John Lennon y donde también fue asesinado, justo en la entrada. Al cruzar la calle y entrar al Central Park, está Strawberry Fields; un tributo Lennon por el que hay que pasar porque sí.

Hacía frío, mucho frío, pero el Central Park cubierto todo de nieve es casi una fantasía. Así que lo caminamos, por momentos lento y otras veces, más despacio. Era como tratar de que se nos quedara tatuado en la mirada. Sin querer -y aunque queríamos- llegamos hasta la fuente de Bethesda, congelada pero maravillosa. Ese lugar es uno de los más visitados, el que más aparece en las películas de Hollywood, en el que más se hacen peticiones de amor. Allí, entre la belleza de su silencio, una novia llegaba con todo su cortejo a hacerse algunas fotografías. Usaban tacones sobre la nieve y vestidos delgados, muy delgados que permitían que el frío se colara, supongo yo, que hasta los rincones más insospechados.

Sin lluvia, ni nieve

Strawberry Fields Forever

Sin desviarnos y siguiendo ese camino blanco, a veces amplio y otras tantas lleno de árboles desnudos, llegamos al Paseo de los Literatos. Las estatuas al borde del camino nos avisaron que por ahí estaba Shakespeare o Walter Scott y aunque lo recorrimos al revés, también fue una maravilla llegar hasta allí, sin buscarlo. Desde ahí ya se dejaba escuchar el desenfado de la calle 59, esa que para mí marca el comienzo de otra visión de Nueva York con su 5ta avenida, el hotel Plaza escoltando una esquina y los rascacielos arrancándonos la curiosidad.

Se nos fue el día sin darnos cuenta y buscamos refugio en un Subway tibio y vacío, en alguna calle que se cruza con la 6ta avenida. El día fue mucho más de lo que prometía. Como siempre, no importa cómo se planea un viaje… siempre resulta mejor.

Las tres, felices