LA
AVENTURA
DEL
DIAMANTE
PEDRUSKOW
(VI)
[Dedicado a Sir Lance]
XI
El doctor Rodolfo Hopkins era un hombre de unos cincuenta años, calvo y exquisitamente afeitado, que ocultaba unos ojillos azul intenso detrás de unas gafitas de color ahumado. Pasó el Dr. Hopkins a la salita de interrogatorios y Holmes le ofreció el mismo asiento que antes había ocupado el sobrino del difunto Lord Moresby-Passington.
-Tengo unas cuantas preguntas que hacerle, Dr. Hopkins… Primera: ¿tenía Lord Godofredo una buena salud o padecía de algún mal?
-A la edad de un hombre como Moresby –respondió el médico, con voz algo ronquilla–, el más leve catarro puede ser fatal. Estaba enfermo del corazón y tenía achaques en los huesos, pero en general todavía se manejaba bien.
Holmes miró al techo, exhaló humo de su pipa y siguió la encuesta:
-Las puñaladas que recibió el cuerpo del lord, ¿le causaron la muerte o hubo algún elemento más implicado en su asesinato?
-¿Por qué lo dice? Está claro que murió desangrado, a consecuencia de las puñaladas que recibió… -el doctor parecía indignado.
-Lo digo porque huelo el característico tufillo a somnífero. Me da que alguien pudo drogar a lord Moresby antes de acercarse a su lecho, con premeditación y alevosía, y coserlo a cuchillazos. ¿No es cierto, además, que usted vino a la mansión porque al lord le dolía mucho el estómago? No ha dicho nada de eso ahora, querido Hopkins…
-Es cierto –replicó el doctor, después de carraspear, incómodo– que le dolía mucho el estómago. Es cierto también que estaba más adormilado de lo usual en él, pero no veo quién pudo drogarle, como no fuera el ama de llaves, la señora Hutchinson, cuando se le sirvió el té…
-Drogado o envenenado, tal vez. El té pudo disimular el sabor tanto de un veneno, tipo arsénico, como de un somnífero, como el veronal, ¿no es así?
-En efecto, así es. El té disimularía el sabor de un elemento extraño. Pero no veo por qué envenenarle primero y apuñalarle después, señor Holmes…
-Déjeme a mí las deducciones. Otra cosa más: Moresby-Jones, el sobrino del lord, asegura que usted se quedó un poco más de tiempo la última vez que vieron vivo al lord. ¿Es eso cierto?
-Lo es. Me quedé a acomodarle un poco y a dejar que descansara. Pero no tardé ni un minuto en salir detrás de ellos. ¿No sugerirá usted que en ese breve tiempo maté a lord Moresby?
Lestrade y yo miramos a Holmes. Éste guardó silencio unos segundos.
-Para asestarle unas puñaladas bastan unos pocos segundos. La verdad es que usted tuvo tiempo de sobra para asesinarle, pero en esa clara posibilidad se interpone algo y es su falta de móvil: usted ni codiciaba el diamante, como el abogado Wardroper, ni ansiaba el dinero del lord, como su sobrino.
-¡Yo le aseguro, señor Holmes –aquí la voz del Dr. Hopkins no tembló ni un instante y sonó como un trueno en la habitación–, por mi honor de caballero, que lord Moresby estaba vivo cuando le dejamos descansar…!
-Le creo, doctor. Aunque para mis amigos, su colega el Dr. Watson y el señor Lestrade, de Scotland Yard, es usted uno de los principales sospechosos. ¿Es posible que aún podamos examinar el cadáver, verdad?
-Está en una sala de la mansión, en la capilla ardiente. Pueden pasar a echarle un vistazo cuando gusten –aseveró el doctor Hopkins. Dicho lo cual, Holmes le rogó que dejase su puesto y que pasara el abogado Wardroper.
XII
Entre tanto, Lestrade y yo volvimos a discutir. Para mí estaba claro que el médico era el culpable, aunque la sugerencia de Holmes de que le faltaba un móvil claro había conseguido sembrar de dudas mi mente. Al poco rato pasó a la salita el abogado. Era un hombre alto, delgado y distinguido, de mucho porte y maneras elegantes. Lucía en el dedo meñique de su mano derecha un lujoso anillo de oro con una pequeña piedra azul incrustada. Era evidente que le gustaban las joyas. Éste, al menos, tenía un móvil definido: robar el famoso diamante Pedruskow. Holmes le hizo unas cuantas preguntas:
-Mañana se abre el testamento del lord, ¿no es así?
-Ciertamente, querido amigo.
-Ya sé que no puede usted revelarnos nada de su contenido, pero sí tengo una curiosidad, que seguramente podrá disiparme: ¿cambió el lord su testamento?
El abogado estaba sorprendido. Miró a Holmes de hito en hito y respondió:
-Me asombra que me lo pregunte. Sí, es cierto. Lo cambió dos veces. Una hace varios años. La segunda, el mes pasado. Por supuesto, no puedo decirle nada más, pero sí es verdad que hizo unos cambios en su última voluntad.
-Otra cosa. Cuando usted y el sobrino salieron del cuarto, mientras el doctor estaba dentro, ¿podía usted ver desde fuera lo que hacía el médico?
-No, porque la puerta estaba entornada y nos tapaba la visión.
-¿Cree usted que el médico pudo asesinar al lord en ese intervalo de tiempo?
-Es posible. No se tarda mucho en asestar unas cuantas puñaladas, pero a mi modo de ver existe el problema de los gritos. Seguro que el lord habría gritado o, al menos, habríamos oído algún quejido o gemido. No se oyó nada. En un minuto, el doctor Hopkins estuvo con nosotros y todo parecía en calma.
-¿Cuánto vale el diamante Pedruskow?
-Vaya cambio de tema, señor Holmes… –Wardroper estaba intranquilo–. No es fácil de decir con exactitud. Millones, seguro, pero eso depende de algunas circunstancias. Su valor en el mercado puede ser de varios millones de libras, pero habría que hablar con un perista.
-Usted es amante de las joyas. ¿Le gustaría poseer el diamante?
-No puedo negarlo. Es una joya excepcional, pero no mancharía mis manos de sangre por un diamante así, aunque sea una roca rusa valiosísima.
-Según usted –Holmes seguía fumando y mirando al techo, como si sólo quisiera oír las palabras de sus interlocutores– ¿quién y cuándo pudieron robar el diamante?
-El cuándo –aseguró el abogado– lo ignoro, y el quién es indefinido: cualquier persona con apuros financieros o la necesidad de obtener dinero fácil habría podido robarlo. Me figuro que el asesino es también el ladrón de la joya, pero ésta estuvo en el cuarto del lord durante nuestras visitas y sólo la echamos en falta después.
-Cuando usted se llevó de la habitación del lord la caja de cuadales con el diamante, ¿la tuvo siempre bajo su custodia?
-Por supuesto. En ese intervalo nadie, salvo yo mismo, estuvo cerca de la caja. Lo que implica que robaron la joya antes. O sea, que la caja que yo saqué del cuarto ya estaba vacía…
-Eso es todo, señor Wardroper.
El abogado salió y en su cara pudimos ver una elegante indiferencia, como si estuviera por encima del bien y del mal.
Apreciados lectores:
¿SABEN -o intuyen- QUIÉN ASESINÓ a Lord Moresby?
¿Y Quién robó EL DIAMANTE PEDRUSKOW?
Queda poco para que termine esta NUEVA AVENTURA DE HOLMES Y WATSON.
Hagan llegar sus opiniones sobre el caso a este Blog. Se las remitiremos a nuestros amigos de SCOTLAND YARD...
[En breve, CONTINUARÁ esta apasionante y delirante aventura...]