‘Cosmogramma’ (2010), anterior trabajo de Steven Allison bajo el alias de Flying Lotus, representó un pequeño acontecimiento en el ámbito de la música electrónica:agresiva, abstracto hasta ser casi abigarrado, obtuvo críticas favorables e incluso algún premio relevante dentro de sus categorías. En todo caso, entusiasmo por la confirmación de una nueva figura en un universo cada vez más restringido y limitado. Y además, grabando para un emblema como el sello Warp.
La agresividad ha remitido algo en su nuevo trabajo, ‘Until the quiet comes’. Como si quisiera jugar con su título, este es un trabajo con ritmos algo menos aplastantes, con ciertas influencias de free jazz, drum’n’bass o clicks’n’cuts abriéndose paso entre la espesa jungla sonora diseñada para ‘Cosmogramma’. O sea, Sun Ra, Lonnie Liston Smith y LTJ Bukem pasados por una batidora que se me antoja un pelo demasiado homogeneizadora.
La sensación de caos sigue algo presente, gracias, sobre todo a la variedad de tonalidades que permiten 18 canciones, gran parte de ellas de corta duración. A pesar de ello, tímidos amagos de melodías poco convencionales se abren paso en temas como el inicial “All in” o “Tiny tortures”. Pero hablamos de un álbum de texturas y de ritmos ligeramente fuera de compás, de percusiones superpuestas a contratiempo con cierta intención.
Un disco atractivo, aunque algo desconcertante, donde la sensación planeadora y espaciosa, en el momento en que parece otorgar alguna pausa, es rápidamente sustituida por la desestructura. Por la variedad del número de temas pero también por su intencionada dispersión. “Putty boys trout” es un fallido intento de asimilación de influencias estropeado por el uso de palmas (que también, aflamencadas, malbaratan el tema que da título al álbum) y una algo chirriante sordina. Mejor en sus instrumentales, que en las algo inexplicables pistas cantadas: ni Erykah Badu ni Thom Yorke contribuyen a mejorar canciones que lucirían mejor limitadas a su estructura instrumental. Esos números vocales con voces femeninas acaban pareciéndose a Cocteau Twins tocando free-jazz con bajo sin trastes. O, en “Phantasm”, homenajeando a Astrud Gilberto en playas que no son las de Brasil. Sin sentido, intentar incorporar voces a un disco tan voluntariamente alejado de las melodías y acercado a la experiencia sónica.
Esa secuencia resulta algo fallida, dando la falsa impresión de que los temas vocales son la centralidad del trabajo. El interludio lounge de “DMT song” resulta tan chocante que uno no sabe si achacarlo al puro espíritu libre del disco, o a un intento de abarcar el máximo número de estilos. Por suerte, los números instrumentales, intrigantes y misteriosos, ganan la partida aquí: eso decanta el disco, un disco que sería mejorado despojado de sus partes vocales, abandonado entonces a la desnudez de un sonido que, siendo abrupto y dando pocas facilidades, se muestra mucho mejor y más evocador en la soledad de los ecos y la aridez, en su abstracción alejada de las melodías, que en la búsqueda de facilidades para el oyente que, aquí, simplemente, están fuera de lugar.