Nuevo paseo por la negra flor

Por Calvodemora

   Grabado anónimo en donde se observa al cura inspeccionar libros en la Biblioteca de Don Alonso Quijano mientras que la ama arroja por la ventana los que entran en la consideración de inaceptables, esto es, los libros de Caballería y otros de similar provecho.
I Leer no garantiza que seamos más felices. Ni siquiera que la felicidad nos visite mientres leemos. Es incluso posible que la lectura nos procure un paraíso inverso, un desorden emocional que no posee quien no ha abierto libro alguno. El habito de la lectura no crea mejores personas. Adolf Hitler era un lector voraz. Muchas de las barbaries cometidas por el hombre han nacido en los libros. Las propias religiones han mantenido un enconado y sospechoso recelo hacia los libros. Los jerifaltes de la Iglesia Católica, a lo largo de sus muchos siglos de imperialismo moral, elogian la ignorancia. La ajena, claro. El que no lee vive en la oscuridad. En la oscuridad, el pueblo es más fácilmente manipulable. El pueblo, una vez manipulado, se deja gobernar con pasmosa mansedumbre y se aviene al credo de quien custodia la palabra, el libro. Los monasterios, las abadías y todo edificio de inspiración cristiana alberga, tutela y, por último, oculta montañas de libros, aunque ya amengua esa tesorería fantástica y el libro, por fortuna, por el signo de la modernidad, se ha democratizado. De eso, del libro como hechizo o del libro como arma del demonio habla Umberto Eco en su fabuloso El nombre de la rosa: de la ocultación del conocimiento, del libro como revelación y como instrumento diabólico. (Aristóteles, la risa). El diablo, ya se sabe, se embosca en las palabras, y las maneja a su antojo para profanar la dura coraza de la fe y pervertir al pobre que se atreve a leer. Y ahí hemos andado dos milenios. Se tardará en salir. 
II Leer es una actividad de riesgo. Como escribir. El escritor es un agitador social y el lector es el incauto que ha perpetrado el pecado terrible de buscar, ajeno a tutor o guía alguno, la verdad o el conocimiento o la belleza. En las guerras, lo primero que hacen los soldados es quemar las bibliotecas. Piras funerarias de historias. Caligrafía quemada. Letras que arden. Los libros arden mal, escribió Manuel Rivas. Volví anoche a recuperar la película de Jean Jacques Annaud y me sentí violentado. Consentí que ese súbito estado de malestar distrajera mi atención y no disfruté como antaño de la historia contada por Eco y que el film, con sus limitaciones, recoge formidablemente. Vi a Borges entre los libros. Vi sus ojos ciegos. Qué mejor bibliotecario, qué más celoso guardián de este tesoro que un ciego. Y qué triste. 
III Escuché anoche en la radio que hubo una manifestación que agitaba libros en el aire en lugar de percutir el metal molesto de las cacerolas. La hacían los dolidos por el cierre de una biblioteca en un pueblo, no recuerdo ahora cuál. Se me quedó el gesto, el pequeño y maravilloso símbolo de que un libro, izado como una oriflama, fuera el que librara la batalla de la justicia, que es (en el fondo) la antigua batalla de la cultura, que no ha terminado todavía. No sé si un día se cerrará ese capítulo de la Historia. Es posible que no acabe jamás: hay muchos intereses, hay muchos mercaderes. Interesa la ignorancia porque la ignorancia no exige. El que no sabe, no inquiere. Recuerdo a un profesor de mi facultad, que nos dejó muy prematuramente, encolerizado por el a menudo mal visto gesto de que alguien llevase unos libros bajo el brazo, andando por la calle, en la parada del autobús, en la cola de la charcutería. Decía Luis Sánchez Corral que la gente de las letras no es de fiar. Me lo contaba con su brizna de sorna habitual, trayendo historias de ayer, informándome de que el ayer vuelve si no tenemos cuidado y dejamos un hueco por donde quepa. También me habló ese día (Bar Platanín, calle Jaén, Sector Sur, a la vera de la Escuela de Magisterio) de lo buen columnista que era Eduardo Haro Tecglén, de mi inocencia política y de cómo la buena literatura salva a los pueblos del caos. El nuestro, en este estado de las cosas, cierra bibliotecas mientras que los políticos meten la mano en los sobres o se suben con absoluto impudor la soldada. Estaría Luis indignado si estuviese con nosotros. A veces echo de menos el café en el Platanín.
IV De este ir y venir por la web, a veces con fundamento y otras, las menos, a vuelatecla, como a la caza de un tesoro invisible, saca uno en ocasiones momentos de una intimidad fastuosa. Encuentra textos que le fascinan, páginas de una indesmayable vocación de refugio, lugares donde abandonarse y a los que pedir una especie de asilo cibernético. No es que la realidad carezca de techos así, pero cansa el tráfago, el exponerse a ser distraído por el azar, por la rutina, por la mecánica previsible de las cosas, que vuelve y nos reclama. Por eso empleo algunas mañanas de domingo en perderme por la procelosa y enfebrecida maraña del google. Exploro concienzudamente, pero sin propósito. Busco información sobre un poema de Gil de Biedma y encuentro un rincón en donde puedo ver con asombrosa restitución cuadros del MOMA. Canjeo a Jaime a Pollock. La poesía por la pintura. Luego el jazz por la crónica de sucesos. Después las cuentas de Rajoy por un correo en el que un buen amigo me confía el descubrimiento de un autor que yo ya conocía (Jesús Carrasco) y del que acabo de terminar su primera y buenísíma novela (Intemperie) No tengo duda alguna de que este paseo por la negra flor, como cantaba Auserón en sus tiempos, agota más que ilustra, desguarnece la sensibilidad más que otra cosa, la abotarga y la convierte en otra cosa, pero no la que conocemos, la sensibilidad de ir a pie por la calle y respirar el vértigo de las cosas. Pero no puedo evitar sentirme bien en este laberinto. Lo imagino, a ratos, como aquel antiguo día en el que descubrí la existencia moral de los libros, su belleza oculta. No los libros como el objeto físico, sino la hondura de sus letras, todo ese milagro que tutelan y que se revela cuando los abrimos y les pedimos respuestas. Es curioso que al correr de los tiempos, yo prefiera las preguntas. Quiero muchas dudas. Que me escolten por la realidad y me lleven de los blogs a los libros, de los amigos a los parques, de las barras de los bares al aula en donde sigo aprendiendo cosas.