Por otra parte, el convencimiento generalizado de que la Administración y el aparato del Estado deben adelgazar con urgencia ha llevado a los ciudadanos a cuestionar el Senado, un órgano inútil y costoso, convertido en aparcamiento para políticos amortizados, que conviene eliminar, enterrándolo bajo una lluvia de votos en blanco, convierte a ese voto de castigo en atractivo e ilusionante para millones de demócratas españoles, que, repudiando al Senado ante las urnas, quieren lanzar también a la clase política una seria advertencia, recordándoles que son los ciudadanos y no las élites gobernantes las que poseen la soberanía y el poder en democracia.
España está inmersa en una terrible contradicción porque, aterrorizados ante la crudeza de la crisis económica, cuando más necesita un liderazgo fuerte que despierte ilusión y confianza, los ciudadanos se disponen a entregar la victoria electoral y el poder al PP, un partido que ha demostrado de manera clara, en Valencia, Baleares y otras autonomías donde ha gobernado, un comportamiento parecido al PSOE en corrupción, apego a la partitocracia, desprecio a la democracia real, alejamiento del ciudadano, despilfarro, afición al endeudamiento y apego a los privilegios y ventajas de la casta dominante.
El PP alcanzará el poder, con una cómoda mayoría absoluta, gracias a la labor de Zapatero y su gobierno, que han desahuciado a la izquierda y han convertido a la derecha española en la única opción posible para intentar salir de la ruina y de la derrota. La victoria de la derecha, que debía concitar ilusión y esperanza, será considerada como un mal menor para millones de españoles, obligados por el pésimo gobierno de Zapatero y de su cómplice Rubalcaba a recurrir al indolente y plano liderazgo de Rajoy como solución de la crisis.
Pero, en unas elecciones marcadas por la desilusión y el desprecio a una clase gobernante que no ha sabido cumplir con su deber y ha conducido a España hacia su ruina económica y moral, muchos ciudadanos optarán por cuestionar el mismo sistema, convencidos de que, sin una reforma profunda que regenere la democracia, cualquier cambio será inútil y frustrante.
Es ahí donde entran en escena las "otras opciones", desde el voto en blanco a la abstención activa, sin olvidar el voto a partidos pequeños cuyos programas incorporen la crítica profunda al sistema y la voluntad de regenerarlo.
Escaños en blanco, que ya ha conseguido dejar vacíos escaños logrados en gobiernos municipales, en las pasadas elecciones, se presenta como una novedosa e ilusionante forma de cuestionar al sistema y a la clase política en general. El voto a Escaños en Blanco no puede ser interpretado de manera engañosa por el poder, como hace con la abstención, el voto nulo y hasta el voto en blanco. El voto a Escaños en Blanco es un desafío a la casta política, una bofetada al sistema en pleno rostro, propinada por ciudadanos cansados de padecer mentiras, engaños, injusticia, arrogancia e ineptitud.