“Mi primer encuentro infantil con el spaghetti western es una sesión matinal de reestreno con la bien poco noble comedia de mamporros “Occhio alla penna”, en España “Dos granujas en el oeste”. Protagonizada por el entrañable Bud y un comicastro franco-marroquí llamado Amidou que hacía de indio. Todo esto lo he sabido después, claro, en aquel momento debía estar embobado mirando como un enorme barbudo que se enfadaba de broma echaba abajo una casa solo con sus puños.
Pero ni Spencer, ni tampoco Terence Hill, me dejaron huella sentimental más allá de reconocerles su encanto humilde. La primera película que me hizo darme cuenta de que aquellas películas eran mucho más fue, evidentemente, una de Sergio Leone. En mi caso la culpable es “La muerte tenía un precio” y la poderosa efigie de Lee Van Cleef. Aquella manera en la que los actores se movían, aquella música… era, sencillamente, otra cosa. Por eso Leone está fuera de este top, porque él es otra cosa y no sería justo para las demás
Pero entre medias hay un recuerdo mucho más fuerte; durante los veranos la segunda cadena de la televisión española daba, mañana y tarde si, mañana y tarde también películas. La gran mayoría eran títulos europeos de género, aventuras, peplum… y spaghetti-western. Eran especiales. Enloquecidas y absorbentes, saturadas de colores violentos y personajes llamativos, eran salvajes, diferentes del resto de películas, tanto de los estrenos de por las noches como de las de piratas o vaqueros de los sábados y domingos al mediodía o de aquellos ciclos sobre grandes actores del cine clásico. Eran un vicio y yo les era fiel.
Dos imágenes se me han quedado grabadas, una pertenece a un hombre crucificado en una rueda enorme, bajo una tormenta y en un pueblo cubierto de barro, años después, viendo “Keoma”, encontré esta imagen. La otra es más extraña: un hombre abre de una patada la puerta de una especie de establo, dentro hay unos soldados nordistas. Sin mediar palabra los acribilla a todos que caen, entre el estrépito inconfundible de las balas italianas, dando volteretas y grandes alardes de dolor. Es solo ese momento, fulminante y clarísimo. Nunca he sabido a que película pertenece o si tan siquiera pertenece a alguna. En realidad, me he dado cuenta de que pienso en ella como en una construcción genérica que mi memoria ha fabricado sobre el total de aquellas películas, es mi imagen inconsciente y personal de spaghetti-western.“