EL PRINCIPIO. Todo empezó como una noticia más en la salvaje crónica cotidiana de ese tiempo. Después fue un interminable calvario, un desgarrador intercambio de mensajes entre el Cnel. Crespo, su esposa, su madre, sus hijos. Así vivieron más de medio año. Cada vez, con menos esperanzas.
El cautiverio del Coronel Florencio Emilio Crespo fue un capítulo aparte. Secuestrado el 7 de Noviembre de 1973, su mujer Ana María Guagnini, hablaba así durante el cautiverio de su esposo.
“Ya no doy más, ya no puedo más. No tengo a quien hablar. Vivo en base a tranquilizantes. Mi hijo Eduardo ha suspendido sus estudios de tercer año de medicina porque no puede concentrarse. Mi hija Norita está casi siempre en casa de sus abuelos. Ella no sabe nada, ella se asusta mucho. Nosotros vivimos recluidos, vivimos en un cautiverio igual al de mi marido.” "Sabemos que esta con vida por las cartas que de vez en cuando recibimos. Sabemos que está actualmente con una infección urinaria y que le dan antibióticos y Dioxadol, el calmante que siempre toma.”
“Yo llegue a entrevistarme con mi marido el 20 de Diciembre último. Creo que fue la primera vez que ocurrió un caso así. Cuando recibí la carta con todas las instrucciones y con la letra de mi marido donde me decía que no temiera, que nada malo me iba a pasar, lo consulte con mi hijo -¿Qué hago?- le dije. “Mama –me contesto- creo que en la vida hay que jugarse. Nada peor de lo que nos está pasando puede pasar ya”. Así es como me decidí y fui. “Después de cinco horas de andar y dar vueltas, me encontré frente a frente con mi marido, en un sótano de dos por uno, sin ventanas, con luz artificial permanentemente. Físicamente lo encontré bien pero anímicamente muy mal”. “No tiene baño, se ducha con un gran tacho,. Duerme en un catre. El no conoce a nadie. Los que lo atienden son siempre encapuchados. Nos dejaron conversar solos”.“No sé, no pude saber entonces en qué lugar había estado. No sé dónde puede estar ahora. Me angustia su enfermedad. Me angustia que pasen los días y no tenga el debido control médico. Lo que tiene mi marido no es una pavada. Porque mi marido, no me importa decirlo, tiene cáncer… Mi marido tiene que estar controlado por el cirujano que lo opero. Mi marido necesita una buena atención médica urgente. Ya tenemos bastantes dramas con la enfermedad de mi hija… por favor… por favor… ya no podemos más… quien tenga hoy la posibilidad de hacer algo por nosotros no nos desangre más… no entiendo nada… no entiendo nada… sé que la violencia existe. Vaya si lo sé, pero no se… si me lo preguntaran, no sé qué solución le daría yo a esa violencia… pero tiene que haber una solución… tiene que haber… es mi marido… es mi marido que está enfermo… Ya es un largo cautiverio, ya son casi cinco meses… por favor… que no nos abandonen…”
Este diálogo telefónico sucedió el miércoles 15 de mayo de 1974, a las seis de la mañana. Suena el teléfono en un departamento de La Plata.-Hola…¿Ana? Soy Cacho… Habla Cacho… Ana, Ana. Soy Cacho, tu marido…
-¡Cacho! ¿Sos vos?... ¡Cachito!... ¡Cachito!... ¿Dónde estás? ¿Es cierto? ¿Dónde estás?
-Estoy acá en la casa de mama, en Liniers. Venite pronto, Ana, venite con los chicos… quiero verlos… quiero besarlos… veni pronto…
Coronel Florencio Emilio Crespo. Liberado el 15 de mayo de 1974. Seis meses y ocho días en cautiverio. Así hablaba el día que regreso a su casa:
“Me liberaron por razones de salud. Me suministraban todos los medicamentos que yo necesitaba, me daba la comida balanceada. A pesar de todos los medicamentos, el urólogo que me vino a verla ultima vez dictamino que era necesario hacerme unas cuantas radiografías y aplicarme bomba de cobalto. Por eso me liberaron… si yo hubiera sido una persona sana, seguro que seguía en cautiverio…” “Estuve en dos cárceles diferentes. La primera era muy chica y estaba yo solo. La segunda era mucho más amplia, era una habitación de tres metros por uno sesenta, con una puerta de rejas, una cortina que nos separaba de la guardia y dos camas donde dormíamos yo y Víctor Eduardo Samuelson, el ejecutivo de la Esso que también fue secuestrado. Desde fines de diciembre compartíamos la misma habitación. Comíamos juntos. Conversábamos mucho. Yo le enseñe a jugar a la escoba de 15 y al truco. De vez en cuando él jugaba al ajedrez –juego que yo no conozco- con algunos custodios…”
“Cuando en febrero me entere por la radio del pedido de mi mujer, empezamos a hablar de mi familia”. “El desapareció dos veces de la cárcel… Creo que lo iban a ajusticiar… Y yo tenía aún menos esperanzas de ser liberado… porque por mí no se pedía dinero, se pedía la liberación del soldado Hernán Invernizzi…”. “Cuando Samuelson se despidió no me dio la mano, no me abrazo, me miro a los ojos y me dijo, casi sin expresión: “Si alguna vez va a los Estados Unidos le ofrezco mi casa para su familia… Se, estoy seguro, que será muy pronto…”. “Me hicieron un juicio para que yo pudiera defenderme, de acuerdo con las leyes para prisioneros de guerra de Ginebra. Y lo hice, lo hice por escrito y lo firme”.“Un día, muy pero muy temprano, me despertaron, me dijeron que me vistiera, me taparon los ojos y los oídos, y cuando después de mucho andar en auto me sacaron todo, yo ya estaba a dos cuadras de la casa de mi madre. Antes al salir de la cárcel, uno de ellos me dijo: “Nosotros no lo vamos a molestar nunca más. No lo vamos a seguir ni espiar. Esta usted libre…”. En la cárcel me hice una planilla e iba tachando los días. Claro que mis cálculos no resultaron exactos… sobre todo por los primeros tiempos en que no sabía ni la hora. Ahora quiero dedicarme a mi familia, especialmente a mi hija Norita. Llevarla al zoológico y al cine, como lo prometí. Quiero volver a mi casa de La Plata. Acariciar mis azaleas, mis helechos y mi perra Karina… Quiero pasear… Nadie se imagina todo lo que puede desear un condenado a muerte al que de pronto le anuncian el indulto. No… nadie puede imaginárselo. Yo tampoco puedo hacerlo…”.“El sol. Sí, el sol. Me voy a sentar en mi balcón todas las mañanas hasta que me canse, para verlo salir… ¿Hay algo más hermoso que eso…?