Aquí se rompe la cronología. Aquí la historia va hacia atrás en el tiempo. Se juntan dos fechas. Septiembre de 1955. Perón derrocado aborda una cañonera paraguaya y comienza su exilio de 17 años. Noviembre de 1972. Una mañana lluviosa. Un paraguas llevado por Rucci, después asesinado. Un avión de Alitalia que se posa en Ezeiza trae de vuelta a Perón. Su exilio había terminado. Y se abría una etapa que solo la historia podrá juzgar. La imagen borrosa, la visión retrospectiva de un día lluvioso de noviembre de 1972, son un símbolo de que algo que ya había cumplido su ciclo quería resucitar un sistema. Una política que en pocos años constituyo para el país, uno de sus trances más dramáticos. Un enfrentamiento entre argentinos que convertiría la violencia y la muerte en cosa rutinaria. Que empobrecería un país, que lo enrolaría en frentes internacionales ajenos a su espíritu de grandeza. Por eso esta foto casi desteñida está fuera de la cronología, fuera de esos 1035 días de espanto y terror. Quizá tengamos que buscar en esta foto, el comienzo del doloroso contenido de este libro.
LA MATANZA DE EZEIZA. Para la recepción a Perón se organizó un acto cuyo lugar el ex presidente dejó con calculada indiferencia1 a la elección de las autoridades partidarias; una vez desechadas las propuestas de quienes proponían hacerlo en la Plaza de Mayo o en la Avenida 9 de julio Cámpora optó –a proposición del general retirado Jorge Manuel Osinde- por el cruce de la autopista Ricchieri con la ruta 205, sobre el puente del Trébol, a 3 kilómetros del Aeropuerto de Ezeiza. Los Montoneros se sintieron alentados por la elección pues para impresionar a Perón querían mostrarle el poderío de las masas a través de una gran movilización. Por su parte, los sindicalistas agrupados en la CGT, que algunos historiadores consideran de derecha, también se propusieron llenar el acto con sus partidarios. Cinco personas asumieron la responsabilidad de organizar la movilización del movimiento peronista hacia Ezeiza: José Ignacio Rucci, Lorenzo Miguel, Juan Manuel Abal Medina, Norma Kennedy y Jorge Manuel Osinde. El 19 de junio unos 2000 integrantes del Comando de Organización, una agrupación de la derecha peronista, con armas, ocupó el Hogar Escuela Santa Teresa ubicado a unos 500 metros del puente El Trébol. Hombres armados del sector sindical ocuparon también el palco y sus inmediaciones, en tanto los movimientos se coordinaban a través de la red de comunicaciones del Automóvil Club Argentino. El propósito de este despliegue era el de evitar que las agrupaciones de izquierda cumplieran su propósito de copar las posiciones cercanas al palco desde el que hablaría Perón.Según el historiador y periodista Marcelo Larraquy, en la mañana del 20 de junio varias ambulancias salieron del Ministerio de Bienestar Social, cargadas con armas. El Automóvil Club Argentino (ACA) prestó su red de comunicaciones, el Centro de Operaciones organizado por el presidente, tomó el control de las rutas de acceso, la Juventud Sindical de la UOM, la UOCRA ocupó instalaciones vecinas al aeropuerto, los francotiradores prepararon su sitio entre las ramas de los árboles y los hombres de Osinde y la CNU ocuparon el palco y escondieron sus ametralladoras en los estuches de los instrumentos de los músicos de la banda sinfónica.Entre los grupos que iban al acto, la columna de Montoneros que venía del sur agrupaba gente de Bahía Blanca, Mar del Plata, La Plata, Berisso, Ensenada y partidos del sur del conurbano, y su conducción iba en un yip, cuyos ocupantes tenían armas cortas y una ametralladora, la única arma larga que ese bando llevó a Ezeiza. En cuanto a las armas cortas, la mayoría eran de calibre 22 y 32, y algunos de 38, casi todos revólveres pues casi no había pistolas automáticas.
En los bosques de Ezeiza se había preparado un palco y unas dos millones de personas aguardaban la llegada del líder. El lugar estaba custodiado por el coronel retirado Jorge Manuel Osinde quien tenía la orden de impedir el acercamiento de la izquierda peronista. Cuando las columnas de la FAR y Montoneros intentaron ingresar, fueron sorpresivamente atacadas a tiros desde el palco por los hombres de Osinde. Hubo 13 muertos y 365 heridos.Cuando columnas de FAR y Montoneros trataron de forzar las vallas de contención y ubicarse en la proximidad del palco oficial fueron atacados con armas de fuego desde el mismo para impedírselo.3 2 Algunos consideran que fue una masacre en lugar de un enfrentamiento porque los militantes armados de la CGT superaban en número a los de izquierda, atacados desde el palco. Una estimación conservadora de algunos medios de prensa fija el saldo de la jornada en 13 muertos y 365 heridos si bien las cifras, puestas siempre en duda, nunca pudieron cotejarse por la ausencia de una investigación oficial. Según Horacio Verbitsky tres de los muertos pertenecían a Montoneros o a sus agrupaciones juveniles, uno integraba la custodia del palco organizada por Osinde e ignora quienes eran los nueve restantes. Uno de los asistentes era José Luis Nell -quien años antes había matado a dos empleados cuando participaba en el asalto al Policlínico Bancario- que tiene un encuentro con personas de la custodia, ocasión en la cual es muerto el capitán Roberto Chávarri, y que escapa del lugar pero recibió un tiro que lo dejó cuadriplégico.El cineasta Leonardo Favio, designado por los organizadores para ser el conductor del acto ocupó un lugar central en el palco, en el cual cumplió un ambivalente y dramático papel pues varias veces usó el micrófono para lanzar las consignas y acusaciones que le indicaban los jefes de la banda del palco. En algún momento fue al Hotel de Ezeiza donde los parapoliciales tenían retenidas personas a quienes estaban torturando y, llorando, los amenazó con hablar y contar todo si no paraban con la masacre.5 Desde los altoparlantes, Favio pedía cordura, mientras portaba una pistola y se efectuaba una suelta de palomas "como un símbolo de paz" mientras simultáneamente caían francotiradores.6 Verbitsky transcribe los pedidos de Favio desde el palco pidiendo que las personas que estaban sobre los árboles descendieran de los mismos y se pregunta si sabía que una parte de ellos era personal de la custodia. El actor alternaba mensajes de paz y pedidos de cantar el Himno nacional con manifestaciones acerca de que los enemigos ya habían sido visualizados, sin referir quiénes eran y qué se proponían, y finalmente debió buscar refugio de los disparos tendiéndose en el piso del palco.7 Edgardo Suárez, el locutor del acto, alternaba con Favio los llamados a la tranquilidad.
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