Años antes de recibir alguna atención en festivales (Berlin'55 acogió bien a la estupenda "La grande speranza"), coincide precisamente en el tiempo uno de sus momentos más inspirados con la transformación fulgurante y más o menos pasajera de los Castellani, de Sica, Fellini, Bonnard, de Santis, Lattuada, Zampa y compañía, que venían en algún caso de tan atrás como él y ya habían conocido avatares de todo tipo, desarrollándose además a toda velocidad, para levantar sus proyectos.
Si la valiente y apasionada "Il grido della terra" (1949) "envejece" a la encantadora "Cuore" (1948), no quiero ni pensar en el "paso atrás" que debe suponer la sentimental "Romanzo d'amore" (1950) respecto a la primera. Baldío, esquizofrénico recuento.
Parece obvio que si desde finales de los años cincuenta hasta principios de los sesenta convivieron (en tantos países) las últimas obras cenitales de un modelo perfeccionado durante décadas con las primeras de uno recién nacido, de la misma manera, en esta última mitad de los cuarenta pudieron hacerlo (sobre todo en Italia) ficciones inolvidables con otras recreaciones con pulso de crónica urgente sobre cuanto había acontecido en los "años difíciles".
Olvidado precedente - casi inquietante premonición, porque aparte de las coincidencias, anuncia futuros enconamientos territoriales que el escritor Leon Uris ya pudo precisar en el 58 cuando escribió su mamotreto - de "Exodus" de Preminger, "Il grido della terra" es un film de aventuras, un melodrama, una aguda estampa política y sociológica de una era y una tragedia.
Cuando termina la guerra, Coletti había cumplido ya los cuarenta años, como Soldati o Visconti y sus (presumiblemente) incontables horas de lectura a Gauthier o su pasado - de los que marcan carácter, igual que le pasó a de Robertis con la Marina Militar - como médico cirujano, habían definido mucho su personalidad, digamos que bastante proclive a no dejarse alinear con lo zavattiniano (que no es tan dogmático ni nada semejante y un buen ejemplo es "Il passatore" del 47, donde coincidieron y que parece un Gance, el cineasta menos "realista" imaginable) ni todo lo contrario.
Ese barco de los "rupturismos" al que nadie que yo sepa lo ha subido, el mismo que vio sin inmutarse ni apearse de "sus trece" navegar a contracorriente a Matarazzo, el mismo del que se arrojó por la borda varias veces, ante el estupor de algunos, Rossellini - con las mismas "malas maneras" que Bob Dylan prendió fuego al folk en "Highway 61 revisited" - en busca de nuevos puertos, el hecho de rodar - este y otros films - como lo podrían haber hecho (los siempre modernos) Walsh o King (y no cuesta nada imaginar a este guionista americano, Lewis F. Gittler, en el cine de ambos), parece que han resultado perjudiciales para su prestigio, menor todavía (¿por no haberse "diversificado"?) que el de otros outsiders como Freda o Cottafavi.
La cámara, que capta con afán documental una boda, un baile o un esforzado desembarco, no duda en poner en funcionamiento la tramoya del rodaje en estudio más canónico para mejor registrar la mayoría de escenas clave, porque la complejidad de "Il grido della terra" es - verosímilmente tras un episodio tan crudo como una guerra - posicional.
Su argumento es muy sencillo, diáfano, pero son las frases que dicen o no dicen, las cartas que quedan boca arriba en un descuido, las debilidades que aparecen de repente en los personajes, las que mueven el relato.