Silvia Melero
el asombrario Su libro ‘Feminismo para principiantes’ abrió un camino a muchas personas que descubrieron lo que nunca les habían contado. Nuria Varela, periodista, escritora, profesora y experta en violencia de género e igualdad, habla de las medias verdades y las mentiras, de los micromachismos, de la impunidad y de la alfombra patriarcal en su nuevo libro ‘Cansadas. Una reacción feminista frente a la nueva misoginia’. Recoge en sus páginas el agotamiento de tantas mujeres que luchan cada día por la igualdad. ¿No te imaginabas que acabaríamos así, verdad? (Risas). No, efectivamente, no me lo imaginaba. De todas formas no hemos acabado, seguimos peleando. Más bien no me imaginaba que tuviéramos tanto retroceso tan rápido. Estábamos confiadas en los avances porque las reclamaciones son tan obvias y tan justas (es que no se me ocurre nada más básico que reclamar una vida libre de violencia), por eso es difícil aceptar que parte de la sociedad se empeñe en retroceder en el ámbito de igualdad. ¿Cómo se puede recortar un 26% en los presupuestos de lucha contra la violencia de género, con un índice de violencia tan elevado? No me imaginé que pudiera pasar. Hay dureza en el libro cuando hablas de una generación desperdiciada, de mujeres fallidas, cansadas, invisibles, frustradas… Te estarán diciendo, tras leerlo, que era muy necesario ponerle palabras a esto también. La respuesta ha sido sorprendente. Me he dado cuenta de que son reflexiones muy compartidas y además de manera intergeneracional. Para las mujeres de mi generación (40, 45 años) está claro, pero me ha sorprendido entre mujeres muy jóvenes que sienten lo mismo. Siempre defiendo que tenemos que escribir porque las mujeres escribimos muy poco sobre nosotras mismas, el feminismo escribe poco sobre los procesos. Ya lo dijo Victoria Sau: ‘las feministas tan empeñadas en hacer feminismo no se han preocupado mucho ni en definirlo’. Estamos tan ocupadas en la tarea diaria de hacer cosas, la acción, las propuestas, los cambios, que escribimos poco. Citas y recuperas a mujeres como Aspasia de Mileto o Hypatia de Alejandría, que a lo largo de la Historia han pagado muy caro defender derechos. Si no se recupera ese camino labrado por tantas mujeres, ¿dónde estamos? Los pueblos que no tiene historia no tienen legitimidad. A nosotras nos pasa lo mismo. Luego se queda en el imaginario social que los derechos vienen solos, y nada más falso. Cada derecho de los que disfrutamos se ha peleado antes. Por ejemplo, el sufragismo. 80 años, tres generaciones de mujeres luchando por un único objetivo que ahora damos por descontado. Se desmantela y se devalúa el trabajo del feminismo y las demandas actuales diciendo que poco a poco, que el paso del tiempo… El paso del tiempo nunca ha traído derechos, ha habido que pelearlos y hay que recordar esas luchas de esas mujeres que nos proporcionaron esos derechos de los que hoy disfrutamos. Nadie nos los ha regalado. El velo de la igualdad, esa idea de que la igualdad ya se ha conseguido, es un discurso que se extiende. ¿Es especialmente preocupante entre jóvenes y adolescentes? Sí, es preocupante en todas las generaciones, pero entre jóvenes y adolescentes especialmente, porque estamos educando a las niñas y a las adolescentes con dos discursos contradictorios. Por un lado, les decimos que pueden ser lo que quieran, ingenieras de la NASA o presidentas del Gobierno, que tienen derecho a su propia vida. Pero al mismo tiempo les damos todo el mandato del princesismo, el mito de la belleza, la sexualización de sus cuerpos, la cultura de la violación (que incide en que el hecho de que no sufran violencia sexual depende de ellas: de cómo se visten, de si van solas, y no de ellos). Esto está provocando problemas en el tipo de relaciones que establecen la personas adolescentes, relaciones más violentas que en otras épocas. Cuando salen los estudios de violencia en las primeras relaciones de noviazgo, todo el mundo se lleva las manos a la cabeza porque no deja de aumentar. Tienen muy arraigados los estereotipos y la banalización de la violencia. ¿Cómo puede ser que se haya vuelto a un mayor sexismo en la educación y se haya retrocedido tanto?Es una constante. Cada vez que hay un avance en derechos de las mujeres, viene una fuerte reacción patriarcal. Lo vemos desde el siglo XVIII, en la época de la Revolución Francesa. Cuando Olympe de Gouges publica La declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana acaba en la guillotina. Tras las reclamaciones de igualdad de las mujeres europeas, sobre todo en Francia, llega el código de Napoléon y nos vuelve a dejar sin derechos de ciudadanía. Pasó igual en la época de las sufragistas, después del derecho al voto vino la mística de la feminidad. Tras avances, llega el retroceso y ahora estamos viviendo lo mismo. En España se ve más claro porque veníamos de una dictadura muy dura en general, y en particular con las mujeres, los procesos de cambio se hicieron en poco tiempo. Tras años de modificaciones legales, la reacción patriarcal es muy potente, sobre todo en el ámbito de la educación, donde hay más resistencias al feminismo. El capítulo I de la Ley contra la Violencia de Género está íntegramente dedicado a la educación. No se ha desarrollado y no se cumple. Hace unas semanas, alumnas de un instituto denunciaban que miembros de la Policía les habían ofrecido una charla de supuesta ‘sensibilización’ contra la violencia de género en la que había negacionismo y consignas machistas. Fue justamente una alumna la que alzó su voz para rebatir sus argumentos. ¿Guardianas del feminismo que confirman que algo sí se ha sembrado estos años? Afortunadamente están ahí. Es que el ámbito de la violencia de género es el de mayor beligerancia porque es obvio que nos estamos jugando la vida y que nos están matando. Eso es lo único que no se puede esconder. Pueden maquillar cifras, colocar asesinatos en investigación, hacer intentos de minimizar la violencia que no tiene resultado de muerte (la que no asesina), pero los cadáveres no se pueden esconder. Es evidente que hay un repunte de violencia extrema. Por eso ahí es donde se ataca más duro. Sólo consiguiendo sociedades igualitarias podemos erradicar la violencia de género. La violencia es un desprecio hacia las mujeres, un menosprecio hacia su vida y sus derechos. La única medicina preventiva contra la violencia de género es la igualdad. Y ahí es donde está siendo más duro el retroceso, con el negacionismo (negando estudios, evidencias, cifras), el mito de las denuncias falsas, decir que la violencia se ejerce igual por hombres que por mujeres. Pero los asesinatos están ahí día tras día. ¿Quiénes son los guardianes del patriarcado? Son muchos. Son los misóginos y los machistas, por un lado, y luego están los que Miguel Lorente llama “neomachistas”, los que disimulan y han lanzado mensajes mucho más sutiles con la intención de que las cosas sigan igual. Sobre todo los vemos en los medios de comunicación. Machismo tradicional, nueva misoginia, neomachismo, machismo sutil, micromachismos… Sus mensajes son abrumadores. Es un relato continuo. Hay muchos guardianes del patriarcado en la política y en el ámbito judicial. Pones el foco en la Real Academia de la Lengua porque el lenguaje es muy importante para nombrar o no las cosas. En la RAE y en el ámbito académico hay muchos guardianes del patriarcado, muchas resistencias. Son beligerantes contra la igualdad, con explicaciones (se movilizaron con la palabra ‘genero’) que no tienen nada que ver con la lengua. Sus explicaciones son extralingüísticas porque siguen defendiendo su poder y sus privilegios masculinos. La lectura no patriarcal del diccionario ya se hizo hace años, los libros están publicados, no tienen ni que hacerlo, sólo tienen que practicarlo. ¿Cansada también de hacer la ola? (Risas). Estamos en una situación tan precaria respecto a la igualdad que cualquier gesto por parte de ellos se ensalza de forma exagerada. Creo que es hora de acabar con esto y empezar con las exigencias. Creo que hay un mínimo que se le puede exigir ya a una sociedad democrática del siglo XXI. Ese mínimo de respeto e igualdad no lo podemos rebajar. Formaste parte de la histórica puesta en marcha del Ministerio de Igualdad en 2008 como directora del Gabinete de la ministra Bibiana Aído y luego como asesora. Un ministerio atacado política y mediáticamente desde el minuto cero. ¿Qué rescatas de aquella vivencia? Todo el trabajo que se hizo con la reforma de la Ley del aborto. Lo rescato no sólo porque tenemos una ley mejor que la que teníamos, sino como ejemplo de que cuando se trabaja algo y se trabaja bien la sociedad lo hace suyo. Pone de relieve la importancia de trabajar a favor de la igualdad. Además de eso, medidas concretas como incorporar la trata en el Código Penal (se hizo el primer Plan de Trata), entre otras cosas. Fue muy importante también el mensaje social y la batalla simbólica. Poner en primer lugar del discurso político la importancia de la igualdad. Por eso fue tan potente la reacción. Simplemente existir en lo simbólico era importante. Las mujeres no somos ciudadanas de segunda categoría, necesitamos ajustar nuestro marco legal, el marco real, los presupuestos, los mensajes mediáticos y políticos. Por primera vez un organismo estaba empeñado en eso: en defender la igualdad real. Un Ministerio de Igualdad que… ¿nació en condiciones de desigualdad? Fue un aprendizaje patriarcal muy interesante. No nos hacía falta (risas), pero si querías unas prácticas en patriarcado real y potente era el mejor sitio. Claro, nace desde los márgenes, ésa es la historia de las mujeres, y nace con debilidad. En el ámbito económico hay un abuso espectacular por parte de los hombres. Una de las críticas más potentes que se hacían era el “despilfarro”. Se repetía a todas horas. ¿Las mujeres no pueden ser beneficiarias de los presupuestos? Que lo que pagamos en impuestos revierta en igualdad suponía un cuestionamiento continuo. Encima los presupuestos que tenía el ministerio eran mínimos. Hay que empezar a poner el foco también en la violencia económica. Esencial dejar rastro escrito de todo esto, como decías antes. El ministerio de Igualdad había que escribirlo. Forma parte de la historia de las mujeres de nuestro país; dentro de unos años se borrará, se olvidará como si nunca existió. Fíjate lo que ha costado rescatar todo lo que se hizo en la II República, hasta el propio nombre de Clara Campoamor o todo el trabajo de las maestras en ese periodo histórico. Dices que vivimos en la ‘cultura del simulacro’. Una cosa es lo que recogen las leyes, los discursos, y otra la realidad. ¿Cómo detectarla? La filosofía de la sospecha es muy útil para verlo. Repasar las argumentaciones respecto a la igualdad que nos lanzan todos los días. El proceso de desaprendizaje es más difícil que el aprendizaje. Es complicado quitar los tópicos, estereotipos y prejuicios que nos colocan desde que nacemos en el proceso de socialización. Pero desaprender es el camino. Y preguntarnos por qué ocurren las cosas. ¿Por qué en un momento en el que podemos seguir la huella que deja en la capa de ozono cada ser humano no tenemos datos desagregados por sexo, cifras fiables sobre violencia, por ejemplo? ¿Por qué la mayor parte de la violencia permanece impune? La impunidad es la gasolina que alimenta la violencia contra las mujeres. Las víctimas denuncian poco, no confían en la justicia y ahí tenemos una anormalidad democrática. Estamos en un 30% como mucho. Ya de partida, el 70% de la violencia es impune. En violencia sexual probablemente sea más. ¿De qué aguas bebe la nueva misoginia? El meollo de la nueva misoginia es la sutileza. Los mensajes machistas tradicionales (los mensajes Trump) provocan rechazo en buena parte de la sociedad. La nueva misoginia es mucho menos evidente, utiliza incluso términos del feminismo para malversarlos, descargarlos de contenido político, con lo cual parece que están en un discurso igualitario. Su base es el maquillaje que se ha puesto: nuevos ropajes para que nada cambie. ¿Y de qué aguas beberemos las mujeres para fortalecernos ante esta cultura de la violación, del menosprecio, de la discriminación laboral, de la falsa conciliación, el mito del amor romántico, la falta de justicia afectiva, el desgaste y tantas otras cosas que abordas en el libro? De las aguas del feminismo, sin ninguna duda. Ya tenemos conocimiento, experiencia política importante, muchas generaciones incorporadas trabajando. El paso que nos toca, insisto, es el de la exigencia. La igualdad es un principio fundamental constitucional. Hay que desenmascarar los discursos que hablan de igualdad, pero que no la hacen efectiva. No aceptar esa constante invitación al silencio. Hay que deslegitimar al patriarcado poniendo encima de la mesa sus mentiras, sus trucos, sus abusos. Un sistema de dominación en el que siguen primando los hombres sobre mujeres no puede ser aceptable. Anuncios