Érase una vez un mueble de IKEA que se encontraba fuera de lugar. Lo compré cuando me independicé, y era negro-marrón como todos tus hermanos. Así debía ver yo mi futuro en mi cueva de Legazpi. Luego vinieron Nacho, la luz de Mirasierra y los muebles blancos, y él se fue quedando cada vez más aislado y sin sentido.
Hasta hace poco, estaba abandonado a su suerte, a la espera de ser donado, en la habitación vacía, esa con el tendedero, trastos para photocalls y atrezzo para sesiones de fotos.
La verdad es que nuestra relación llevaba tiempo rota. Ya no veía en él lo mismo que al principio. Me acerqué, me agaché para ponerme a su altura, como cuando fotografío niños, y le dije "no eres tú, soy yo. He cambiado". Fue un momento duro, pero había que pasarlo para poder seguir adelante.
Con las cartas sobre la mesa, pensamos que tendríamos una oportunidad si él cambiaba, y vaya sin cambió. Ahora nuestra relación es mejor y más fuerte que al principio, siento que encajamos. Lo mejor de todo es que esta es también la historia de mi transformación, de observadora a hacedora, de cagueta a lanzada. Me encantan las manualidades, pero mi impaciencia muchas veces las pone en peligro, y termino antes diciendo que no se me dan bien cuando ni siquiera lo he intentado. Así que me armé de valor y, ante la incredulidad de los míos, me lancé a forrarlo con servilletas o, lo que es lo mismo, al decoupage, sin tener ni idea de hacerlo, con la tranquilidad que me daba saber que si tenía que tirar el mueble, pues bueno, tampoco lo usaba para nada más que para apilar las prendas para planchar y que uno nuevo son 30 euros.
Lo que hice fue pintar el mueble de blanco para que se viera de ese color y no negro por donde las servilletas transparentaran. Lo pinté a brochazos, no pretendía que quedara totalmente liso y cubierto, no hace falta.
Entonces empieza lo engorrosillo. Se aplica una fina capa de cola blanca y pegamos con mucho cuidado la servilleta (ojo, nos quedamos sólo con la finísima capa que tiene el estampado). Esto mejora con la práctica, yo empecé probando en zonas que no se verían para controlar las arrugas y demás.
Una vez colocada y pegada donde queremos, le aplicamos otra capa de cola blanca (si le añades un pelín de agua se extenderá mejor) para que funcione como barniz. Y ya está.
Yo pensé en dejar zonas sin cubrir por aquello de lograr un diseño modernito, pero al final le cogí el gusto o algo y lo forré enterito. ¡Lo que relaja esto, oye!
Ahora sólo queda poner unos cajones molones de colores o quizá blancos con tiradores chulos.
Comprobaréis que Willow me ayuda siempre a todo y quizá hayáis reconocido el globo donde Noa se dio un paseo.
Perdonad las fotos pero son del móvil y con escasa luz. Tardé un día y poco en terminarlo y ha quedado bastante bien para asombro mío y todos y para ser lo primero que hago con esta técnica y, sobre todo, que ya no es negro sino muy alegre!
Eso sí, si queréis auténticas monadas de esta técnica, daros una vuelta por el blog de mi querida Lau, Vueltas al coco y haceos con una de sus cajas o cuelgallaves o cualquier otro de sus "bonitismos"!
Por mi parte sólo confirmaros que, como dice Laura Chica , CREER ES CREAR. Sí crees que puedes hacer algo, lo consigues hacer, pues como lo crees, pones todo tu empeño y ánimo en ello. De igual forma, si crees que no podrás, no podrás de hecho, pues si piensas que no eres capaz para qué esforzarse demasiado.
Yo, contradiciendo mi etiqueta de que no estoy hecha para las manualidades, pensé que por supuesto era capaz de empapelar el mueble, y lo creí tanto que lo hice. Y ahora no me canso de mirarlo, porque me siento muy orgullosa de mí misma.
Con qué poquito se me alegra el día.
Pues eso. Creed en vosotros. Creed que eso que se os antoja tan difícil o imposible puede no serlo. ¡Y si conseguís lo que os proponéis, venid a contármelo, por favor!