Desde pequeños se nos crean expectativas, se nos muestra el camino "correcto" a seguir en la vida, a luchar por eso, sin contemplar alternativas, sin ser sinceros. El problema viene cuando la verdad, que es bella pero muy puta, se presenta de manera directa y cruel, mostrando el espejo de la realidad, de aquello que solo intuimos en el fondo pero que nunca queremos admitir.
Seguramente odiamos san Valentín porque nos recuerda que seguimos esperando pero que ese alguien especial, esa media naranja, ese medio limón o lo que quiera ser, nunca aparece; que tampoco nos atrevemos ya a intentar salir a buscarlo, a dar el siguiente paso, a llamar cuando te dan su teléfono, a invitarle a un café, a reír si dice algo gracioso y a besar si es lo que nos pide el cuerpo. Vivimos basados en el miedo, renunciando a lo más divertido de la vida, que es la aventura del riesgo y el fracaso, la búsqueda del camino que nos lleve a la meta final, a la victoria.
Odiamos San Valentín porque no recibimos esas postales tan comerciales que llenan el corte inglés con un mes de antelación, porque nadie nos dice lo guapos que estamos recién levantados ni nos hacen el amor los días de lluvia. Odiamos San Valentín, porque odiamos enfrentarnos a nosotros mismos.