O todos, o unos pocos

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Se ha hablado estos días en varios medios de comunicación y en redes sociales, tras las palabras que una escritora dirigió a Pedro Sánchez, de una especie de reivindicación del pasado, del papel de la familia, de lo rural y, lo más discutible, de una crítica a la recepción de inmigrantes que debería ponernos muy en guardia. Voy a tratar de explicar, punto por punto, por qué creo que esas palabras son más peligrosas y demagógicas de lo que parece.

Primero, la reivindicación del pasado: es peligroso romantizar tiempos pasados, porque siempre veremos esos tiempos a través de nuestros recuerdos y nuestra nostalgia, y no de una forma objetiva y apegada a lo real. Es obvio que en los años 80 había más trabajos que ahora y que el acceso a la vivienda era más factible, por nombrar dos de los grandes problemas de la juventud actual, pero también deberíamos pensar en que lo que tienen ahora los jóvenes (aun en el paro y sin casa propia) no podían ni soñar con tenerlo nuestros padres; padres que sacrificaron gran parte de su vida para tener trabajo, casa y coche, y madres que, mayormente, fueron obligadas socialmente a renunciar a muchas cosas para cuidar de la casa y de los hijos. Eso sin contar con que no todos los padres de los 80 tenían la misma clase social. Mi padre pasó más de 50 años de su vida explotado en trabajos fijos pero con sueldos mínimos, mi madre, que renunció a sus estudios de magisterio para cuidar de su marido e hijo, tuvo que trabajar limpiando casas ya pasados los cuarenta para poder pagar las deudas; viven en el mismo piso que hace 40 años, propiedad de mi abuela y que necesita reformas que jamás podrán hacer porque jamás tendrán el dinero; dinero que nunca les dio para irse de vacaciones. Mi padre, ya jubilado, cobra una pensión que no llega ni por asomo al salario mínimo, aunque empezó a trabajar desde los 13. No sé en qué forma yo puedo estar peor que ellos, pese a que, ahora mismo, tampoco tenga trabajo ni casa propia. Tengan cuidado cuando miren hacia atrás, porque no todos han tenido la misma suerte.

Segundo, el papel de la familia: la familia es algo fundamental para nuestra vida; sirve de apoyo, de soporte y de guía. El problema es cuando el concepto de familia es solo uno: el de la iglesia católica. Familias hay, a día de hoy, muchas y de todo tipo, con todo tipo de géneros, miembros e incluso especies (mi familia incluye a mis tres gatos, por supuesto) y cualquier reivindicación al respecto debería tener en cuenta a parejas de hecho, a homosexuales, transexuales o mascotas para poder considerarse una auténtica reivindicación de la familia. Eso supone que lo importante realmente es la legislación en materia de derechos para parejas que no estén casadas, gays, lesbianas, transexuales y también derechos de los animales, y es eso de lo que deberíamos hablar y no de la familia como concepto abstracto e inamovible.

Parte de mi familia.

Tercero, lo rural. Que la España vaciada es un gran problema es un hecho cierto pero, a la vez que ponemos la vista en un posible retorno a los pueblos, deberíamos analizar por qué estos se han vaciado: ¿no será que, en nuestra deriva hacia el capitalismo salvaje y el neoliberalsimo, hemos dejado morir las únicas formas de ganarse la vida en los pueblos, provocando que sus habitantes hayan tenido que emigrar a las ciudades en busca de trabajo? ¿Dónde está la importancia de la ganadería o la agricultura en una sociedad en la que se subvenciona a las grandes multinacionales, en la que comprar productos foráneos resulta más rentable que comprar productos locales y en la que la única manera de atraer gente a los pueblos es mediante la gentrificación y el negocio con viviendas turísticas? Para poder hablar de recuperar nuestros pueblos, primero tenemos que hablar de cambiar el modelo empresarial del país, poner límites al turismo y renegociar tratados de libre comercio.

Y cuarto, la inmigración. Defender la oposición a la inmigración aludiendo a que si aceptamos migrantes estamos colaborando a que en sus países de origen no puedan pagar las pensiones es, además de profundamente pueril, falso. Para eso esos países tendrían que tener un sistema público de pensiones, y además como el nuestro, un sistema basado en la solidaridad en el que, con parte de nuestro salario pagamos las pensiones de nuestros abuelos y no las nuestras. Las familias de los inmigrantes que vienen a España no pueden esperar vivir de pensiones públicas sino del dinero que esos migrantes les envían desde sus países de acogida; así que la forma de asegurar que esas familias no pasen hambre no es devolver a sus hijos a su país sino darles trabajo y derechos aquí.

Nadie que no esté a favor de asegurar que todo el mundo tenga los mismos derechos independientemente de su lugar de origen, de su nacionalidad, su raza, su color o su condición social, puede considerarse a sí mismo progresista. La polarización que vive España en los últimos años no se debe a la tensión entre la izquierda y la derecha, se trata de escoger entre solidaridad, empatía y derechos humanos por un lado, e individualismo y egoísmo por el otro. La decisión que se nos presenta es luchar porque todos tengamos acceso a trabajo, vivienda y una vida digna o solo unos pocos, ya sean esos pocos de clase alta, blancos o nacidos en España. En Madrid, el pasado 4 de mayo, escogieron individualismo y egoísmo. Sólo espero que el resto de España sea, en mayor medida, gente decente.