De política no entiendo ni la versión para dummies, así que no diré nada sobre situaciones coyuntirales y demás temas que, francamente, sólo pueden servir para reír o aburrisre. Lo que sí diré es que por ahí arriba hay unos cuantos sujetos con los que espero no tener que toparme nunca, o no la cuentan. Sujetos en cuyas tumbas, en todo caso, echaré mis colillas. Después de todo, ya había suficiente gente que de un día para otro se quedó con la lengua a la altura del ombligo cuando descubrió que su Susana Villarán, pese a sus promesas, no sólo no pensaba legalizar las drogas (cosa que a mí me trae sin el mayor cuidado, porque las drogas, en lo personal, no me interesan ni en lo más mínimo), sino que encima les dio papagayo por liebre, asintiendo que se hiciera efectiva esa porquería fascistoide que lleva el nombre de "Ley Zanahoria" (dicho sea de paso, yo jamás voté por esta señora: en mi puta vida he dado mi voto por alguien, como bien lo saben mis amigos, y he llenado de tachas y bromas de mal gusto cada una de las cédulas electorales que me han puesto enfrente, así que a mí ni me miren). Y, como íbamos diciendo, esto no es todo. Permítanme que les ilustre la situación con una historia de la vida real, que no le pasó al amigo de mi vecina sino a un servidor en persona, este último sábado. Me fui, tan campante, a tomar una cerveza a La Noche de Barranco, ese templo supremo de los que creemos que Bukowsk merece más altares que Jesucristo y su muchachada. Y, cuando pedí que me trajeran un cenicero, el mozo (ya un viejo amigo, después de tantas noches) me mira con una cara que me hace pensar lo peor y me dice que imposible: que los de la municipalidad aparecieron hace no sé cuántos días a llenarles el lugar de cartelitos que dejan bien claro que no, que aquí nadie se prende un cigarro. ¡Pensar que hace apenas un par de semanas Benjamín Prado, el poeta español, comentaba lo bien que se sentía de estar en un país tan civilizado como para dejar a la gente fumar en los bares! Resignado, salí a la terraza, pero más que dispuesto a dar batalla, así no le duela a nadie, pero dando la cara y la palabra.Este tema ya se nos va haciendo viejo, muy viejo... he escrito antes sobre el problema tabaco, y sobre todo lo que implica. Como siempre, empezaré por dejar algo bien claro: que yo no soy un apologista del tabaquismo. Es una cosa que, quién lo duda, hace daño, tanto al cuerpo como a la billetera, y que si es evitado, pues mejor. Pero la cuestión es: ¿evitado por quién? El tema fumar-no fumar es absolutamente personal, y no creo que nadie tenga por qué venir a decirme qué no debo hacer. ¿Acaso le importa?"Pues sí", me dirá alguno por allí: "Claro que le importa, porque los fumadores no sólo se matan a sí mismos, sino también a los demás, ¿y con qué derecho?" Bueno, ¿y con qué derecho vienen los demás a decirme que yo debo velar por sus vidas? Ese es un primer punto, muy débil, pero también bastante cierto. Igual, no importa. Lo que importa es el montón de leyes idiotas, compradas e ignorantes de todo lo que refiere a libertad y derechos de los individuos -o de ciertos individuos. Leyes que echan todo el peso a un solo lado de la balanza, y que permiten que un grupo de personas -oigan, que siguen siendo seres humanos, ¿no?- sean convertidas en escoria, en basura, en seres ruines y lo bastante idiotas como para antentar, en vano, contra sus propias vidas y las ajenas. Seres para con los que no hay que guardar ni el más mínimo gramo de respeto, porque no lo merecen: "Oye, apaga esa mierda" no suena tan bien como "Por favor, ¿podría apagar su cigarrillo?", pero sí que se escucha mucho más a menudo. Y, como lo digo, este comportamiento es aplaudido por la legalidad, por un conjunto de leyes que defiende al pobre no-fumador de las garras y el humo de los fumadores... dándoles el equivalente a un fusil semiautomático o a un lanzagranadas. En otras palabras: ¿qué tan difícil es contemplar una serie de medidas de las que nadie tenga que salir sobándose el culo? Porque la pura verdad es que, así como los no-fumadores no tienen por qué ser víctimas de los fumadores, pues los segundos tampoco tienen por qué ser maltratados por los primeros, ni bombardeados psicológicamente con las campañas antitabaquistas que no hacen más que contribuir a la construcción de una imagen perversa del fumador. ¿Por qué echar a los fumadores de los bares? ¿No es tan sencillo como eso separar los ambientes para fumadores de los libres de humo? Y ahí todos salen ganando, ¿no?Pero aquí no acaba la acusación. Seamos sinceros, señores... ¿acaso podemos tragarnos el cuento de que el cigarrillo es algo así como la encarnación de Satanás en persona, y que todo lo demás son sol, prados verdes, cielo azul y flores llenas de mariposas que revlotean? ¡Claro que no! Lo que se ha hecho, lo que se sigue haciendo, es construir un discurso abusivo y arbitrario, hecho especialmente para generar y difundir una nueva concepción, arreglada de antemano, del cigarro y sus consumidores. Pongámoslo así: reúnan si quieren a todos los fumadores del mundo de un lado y, del otro, a todos los agentes generadores de smog por consumo de combustible; puestos en una balanza de mortalidad, creo que quedaría bien claro qué lado carga con la mayor parte de la culpa a la hora de hablar de la gente que se muere de cáncer al pulmón y demás. A la señora que venga a pedirte que apagues el cigarro con cara de indignación, pues le devuelves el gesto y, muy colérico, le echas en cara que el smog de su coche te está matando. ¿Que eso sirve? ¡Y a mí qué! Su coche no me sirve para nada, a menos que me dé un paseo, y puestas así las cosas, a mí mi cigarrillo me sirve más que su coche.Sólo que claro: ni a los automóviles, ni a los teléfonos celulares, ni a los bocaditos -Doritos, Chizitos y demás-, ni a los hornos microondas, ni a la comida que sirven en establecimientos de "Fast Foos", ni al carbón para parrillas, ni a ninguno de tantos productos abierta o secretamente asesinos les ponen un cartelito con un mensaje brutal y una foto sádica en la que se ven un par de pulmones hechos basura o un anciano que va camino a la tumba por causa de un derrame cerebral. ¡Claro que no! Eso sería malo, muy malo, para las ventas... y como a todo el mundo parece gustarle ese rollo... (sobre este tema, recomiendo mucho una película, Gracias por fumar, donde exponen este asunto en toda su arrogante hipocresía).Breve disgresión: por enésima vez diré que la salud, hoy por hoy, está sobrevalorada. ¿De qué te sirve vivir tantos años, si no puedes darte ni un gusto? Oigan, que es antinatural querer llegar más lejos que Matusalén, y algún día todos la estiraremos, así que, ¿por qué tanto ruido? No digo que nos gastemos como si no hubiera mañana, pero sí que nos tomemos las cosas un poco más a la ligera, hombre, que ya hay bastante estrés en el mundo sin escándalos de conservadores, reaccionarios y demás. Ahora volvamos a lo nuestro... porque hay un último tema que quiero tocar el día de hoy. Se trata de un detalle, ínfimo tal vez, pero mucho más cargado y poderoso de lo que pudiera parecer a simple vista. Me refiero, como diría Luis Piedrahita, a "la letra pequeña". Sólo que esta vez no es pequeña para nada: los mensajes que llevan impresos los paquetes de cigarrillos son cada día más grandes, y amenazan con rebasar el espacio del cartón. Ejemplifiquemos: textualmente, dice "FUMAR CAUSA INFARTO CEREBRAL" (otras varientes serían: "cáncer al pulmón" o "a la lengua", "impotencia", o simple y llanamente "la muerte", y hasta alguno querría agregar "y un pasaje directo al infierno"). Bien, bien... ¿por qué he puesto la palabra "causa" en cursiva? Porque quiero que la lean dos o tres veces, obviamente, y reflexionen sobre el asunto por unos minutos. Lo que tenemos aquí es una manipulación cruda y sin miramiento alguno del discurso médico. ¿Quién dice que el fumar "causa", necesariamente, tal o cual cosa? Seamos justos: si quieren bombardear al mundo con sus mensajes de esperanza, al menos que sean sinceros. La fórmula correcta es la que sigue: "FUMAR PUEDE CAUSAR INFARTO CEREBRAL" (o, se sobreentiende, cualquiera de las demás opciones). Ese fatalismo agresivo, esa terquedad extremista, no es más que un arma más para influir sobre las opiniones de la gente, creo yo. ¿O es que los que dicen "defender la vida humana" no entienden ni lo más básico de la ética? Por favor... Así, pues, están las cosas. Tal vez pido demasiado, pero creo que lo hago con pleno derecho, al insistir en un segundo examen de estas leyes y condiciones. Entre la ley Zanahoria y la criminalización de los fumadores, pues el destino se pinta muy feo. Pero eso sí: muy saludable. O, si lo prefieren, y parafraseando a Joaquín Sabina, que si las cosas siguen así vamos "a acabar como en Chicago / en tiempos de la prohibición". O bien encadenados, y envueltos para llevar, mientras unos cuantos se ríen. Pues bien, frente a la tempestad que se levanta en el horizonte, yo repetiré esas grandiosas palabras con las que Dvd tituló hace un buen tiempo uno de los textos de su blog: "Prohibir no es legislar, es prohibir". La verdad pura y descarnada, y que le duela al que le duela.
De política no entiendo ni la versión para dummies, así que no diré nada sobre situaciones coyuntirales y demás temas que, francamente, sólo pueden servir para reír o aburrisre. Lo que sí diré es que por ahí arriba hay unos cuantos sujetos con los que espero no tener que toparme nunca, o no la cuentan. Sujetos en cuyas tumbas, en todo caso, echaré mis colillas. Después de todo, ya había suficiente gente que de un día para otro se quedó con la lengua a la altura del ombligo cuando descubrió que su Susana Villarán, pese a sus promesas, no sólo no pensaba legalizar las drogas (cosa que a mí me trae sin el mayor cuidado, porque las drogas, en lo personal, no me interesan ni en lo más mínimo), sino que encima les dio papagayo por liebre, asintiendo que se hiciera efectiva esa porquería fascistoide que lleva el nombre de "Ley Zanahoria" (dicho sea de paso, yo jamás voté por esta señora: en mi puta vida he dado mi voto por alguien, como bien lo saben mis amigos, y he llenado de tachas y bromas de mal gusto cada una de las cédulas electorales que me han puesto enfrente, así que a mí ni me miren). Y, como íbamos diciendo, esto no es todo. Permítanme que les ilustre la situación con una historia de la vida real, que no le pasó al amigo de mi vecina sino a un servidor en persona, este último sábado. Me fui, tan campante, a tomar una cerveza a La Noche de Barranco, ese templo supremo de los que creemos que Bukowsk merece más altares que Jesucristo y su muchachada. Y, cuando pedí que me trajeran un cenicero, el mozo (ya un viejo amigo, después de tantas noches) me mira con una cara que me hace pensar lo peor y me dice que imposible: que los de la municipalidad aparecieron hace no sé cuántos días a llenarles el lugar de cartelitos que dejan bien claro que no, que aquí nadie se prende un cigarro. ¡Pensar que hace apenas un par de semanas Benjamín Prado, el poeta español, comentaba lo bien que se sentía de estar en un país tan civilizado como para dejar a la gente fumar en los bares! Resignado, salí a la terraza, pero más que dispuesto a dar batalla, así no le duela a nadie, pero dando la cara y la palabra.Este tema ya se nos va haciendo viejo, muy viejo... he escrito antes sobre el problema tabaco, y sobre todo lo que implica. Como siempre, empezaré por dejar algo bien claro: que yo no soy un apologista del tabaquismo. Es una cosa que, quién lo duda, hace daño, tanto al cuerpo como a la billetera, y que si es evitado, pues mejor. Pero la cuestión es: ¿evitado por quién? El tema fumar-no fumar es absolutamente personal, y no creo que nadie tenga por qué venir a decirme qué no debo hacer. ¿Acaso le importa?"Pues sí", me dirá alguno por allí: "Claro que le importa, porque los fumadores no sólo se matan a sí mismos, sino también a los demás, ¿y con qué derecho?" Bueno, ¿y con qué derecho vienen los demás a decirme que yo debo velar por sus vidas? Ese es un primer punto, muy débil, pero también bastante cierto. Igual, no importa. Lo que importa es el montón de leyes idiotas, compradas e ignorantes de todo lo que refiere a libertad y derechos de los individuos -o de ciertos individuos. Leyes que echan todo el peso a un solo lado de la balanza, y que permiten que un grupo de personas -oigan, que siguen siendo seres humanos, ¿no?- sean convertidas en escoria, en basura, en seres ruines y lo bastante idiotas como para antentar, en vano, contra sus propias vidas y las ajenas. Seres para con los que no hay que guardar ni el más mínimo gramo de respeto, porque no lo merecen: "Oye, apaga esa mierda" no suena tan bien como "Por favor, ¿podría apagar su cigarrillo?", pero sí que se escucha mucho más a menudo. Y, como lo digo, este comportamiento es aplaudido por la legalidad, por un conjunto de leyes que defiende al pobre no-fumador de las garras y el humo de los fumadores... dándoles el equivalente a un fusil semiautomático o a un lanzagranadas. En otras palabras: ¿qué tan difícil es contemplar una serie de medidas de las que nadie tenga que salir sobándose el culo? Porque la pura verdad es que, así como los no-fumadores no tienen por qué ser víctimas de los fumadores, pues los segundos tampoco tienen por qué ser maltratados por los primeros, ni bombardeados psicológicamente con las campañas antitabaquistas que no hacen más que contribuir a la construcción de una imagen perversa del fumador. ¿Por qué echar a los fumadores de los bares? ¿No es tan sencillo como eso separar los ambientes para fumadores de los libres de humo? Y ahí todos salen ganando, ¿no?Pero aquí no acaba la acusación. Seamos sinceros, señores... ¿acaso podemos tragarnos el cuento de que el cigarrillo es algo así como la encarnación de Satanás en persona, y que todo lo demás son sol, prados verdes, cielo azul y flores llenas de mariposas que revlotean? ¡Claro que no! Lo que se ha hecho, lo que se sigue haciendo, es construir un discurso abusivo y arbitrario, hecho especialmente para generar y difundir una nueva concepción, arreglada de antemano, del cigarro y sus consumidores. Pongámoslo así: reúnan si quieren a todos los fumadores del mundo de un lado y, del otro, a todos los agentes generadores de smog por consumo de combustible; puestos en una balanza de mortalidad, creo que quedaría bien claro qué lado carga con la mayor parte de la culpa a la hora de hablar de la gente que se muere de cáncer al pulmón y demás. A la señora que venga a pedirte que apagues el cigarro con cara de indignación, pues le devuelves el gesto y, muy colérico, le echas en cara que el smog de su coche te está matando. ¿Que eso sirve? ¡Y a mí qué! Su coche no me sirve para nada, a menos que me dé un paseo, y puestas así las cosas, a mí mi cigarrillo me sirve más que su coche.Sólo que claro: ni a los automóviles, ni a los teléfonos celulares, ni a los bocaditos -Doritos, Chizitos y demás-, ni a los hornos microondas, ni a la comida que sirven en establecimientos de "Fast Foos", ni al carbón para parrillas, ni a ninguno de tantos productos abierta o secretamente asesinos les ponen un cartelito con un mensaje brutal y una foto sádica en la que se ven un par de pulmones hechos basura o un anciano que va camino a la tumba por causa de un derrame cerebral. ¡Claro que no! Eso sería malo, muy malo, para las ventas... y como a todo el mundo parece gustarle ese rollo... (sobre este tema, recomiendo mucho una película, Gracias por fumar, donde exponen este asunto en toda su arrogante hipocresía).Breve disgresión: por enésima vez diré que la salud, hoy por hoy, está sobrevalorada. ¿De qué te sirve vivir tantos años, si no puedes darte ni un gusto? Oigan, que es antinatural querer llegar más lejos que Matusalén, y algún día todos la estiraremos, así que, ¿por qué tanto ruido? No digo que nos gastemos como si no hubiera mañana, pero sí que nos tomemos las cosas un poco más a la ligera, hombre, que ya hay bastante estrés en el mundo sin escándalos de conservadores, reaccionarios y demás. Ahora volvamos a lo nuestro... porque hay un último tema que quiero tocar el día de hoy. Se trata de un detalle, ínfimo tal vez, pero mucho más cargado y poderoso de lo que pudiera parecer a simple vista. Me refiero, como diría Luis Piedrahita, a "la letra pequeña". Sólo que esta vez no es pequeña para nada: los mensajes que llevan impresos los paquetes de cigarrillos son cada día más grandes, y amenazan con rebasar el espacio del cartón. Ejemplifiquemos: textualmente, dice "FUMAR CAUSA INFARTO CEREBRAL" (otras varientes serían: "cáncer al pulmón" o "a la lengua", "impotencia", o simple y llanamente "la muerte", y hasta alguno querría agregar "y un pasaje directo al infierno"). Bien, bien... ¿por qué he puesto la palabra "causa" en cursiva? Porque quiero que la lean dos o tres veces, obviamente, y reflexionen sobre el asunto por unos minutos. Lo que tenemos aquí es una manipulación cruda y sin miramiento alguno del discurso médico. ¿Quién dice que el fumar "causa", necesariamente, tal o cual cosa? Seamos justos: si quieren bombardear al mundo con sus mensajes de esperanza, al menos que sean sinceros. La fórmula correcta es la que sigue: "FUMAR PUEDE CAUSAR INFARTO CEREBRAL" (o, se sobreentiende, cualquiera de las demás opciones). Ese fatalismo agresivo, esa terquedad extremista, no es más que un arma más para influir sobre las opiniones de la gente, creo yo. ¿O es que los que dicen "defender la vida humana" no entienden ni lo más básico de la ética? Por favor... Así, pues, están las cosas. Tal vez pido demasiado, pero creo que lo hago con pleno derecho, al insistir en un segundo examen de estas leyes y condiciones. Entre la ley Zanahoria y la criminalización de los fumadores, pues el destino se pinta muy feo. Pero eso sí: muy saludable. O, si lo prefieren, y parafraseando a Joaquín Sabina, que si las cosas siguen así vamos "a acabar como en Chicago / en tiempos de la prohibición". O bien encadenados, y envueltos para llevar, mientras unos cuantos se ríen. Pues bien, frente a la tempestad que se levanta en el horizonte, yo repetiré esas grandiosas palabras con las que Dvd tituló hace un buen tiempo uno de los textos de su blog: "Prohibir no es legislar, es prohibir". La verdad pura y descarnada, y que le duela al que le duela.