El día que Obama accedió a la presidencia, en enero de 2009, Estados Unidos estaba soportando los estragos de la crisis económica y tropezaba con las bancarrotas de algunas de las más importantes agencias financieras del mundo, cuyas irregularidades, abusos y avaricias ocasionaron el hundimiento de la actividad económica y catapultaron una deuda insoportable en la mayoría de los países occidentales, incluida Europa. Las medidas tomadas entonces por Obama han resultado ser más eficaces y menos traumáticas que las adoptadas en Europa, y han permitido superar aquella situación y reconducir las tasas de desempleo a cotas impensables en nuestras latitudes. En la cuna del liberalismo económico, no dudó en nacionalizar pérdidas para sanear sectores que posteriormente han respondido a las responsabilidades exigidas. Hoy, Obama deja una economía saneada y se va después de crear más de 12 millones de puestos de trabajo, sin renunciar a la competencia en un mundo globalizado ni privilegiar a su mercado e industria con medidas proteccionistas, como pretende quien va a sucederle.
Una nueva política exterior que no reniega a mostrar músculo militar cuando es oportuno. Durante el mandato de Obama se han desplegado cuatro batallones de la OTANen Letonia, Lituania, Estonia y Polonia para fortalecer la presencia militar atlántica en Europa oriental, enviando con ello un claro mensaje a Rusia de no tolerar ataques e invasiones a países aliados, como sucedió en Ucrania con la anexión soviética de la península de Crimea. También completó la instalación de un escudo antimisiles, diseñado y financiado por EE UU, para repeler ataques desde Oriente Medio, es decir, desde fuera del área euro-atlántica, ampliando el paraguas protector frente a amenazas nuevas. Esta firmeza ha enturbiado notablemente las relaciones con el líder ruso, Vladimir Putin, al que sorprendentemente admira con devoción el nuevo presidente electo y con el que desea congraciarse mediante el levantamiento de las sanciones económicas impuestas por su intromisión –manu militari- en el conflicto ucranio.
Asimismo, bajo su presidencia se ha intentado el control de armas y una regulación más restrictiva del sector que impida el fácil acceso a las armas de fuego por parte de los ciudadanos. No se trata de un asunto menor cuando cada año se producen en Estados Unidos matanzas por parte de personas enajenadas, en posesión de rifles y pistolas, que la emprenden a tiros contra sus semejantes en cines, escuelas, comercios o en medio de la calle. Esta reforma, empero, no fructificó por la oposición del Partido Republicano, el mismo que ahora se hace con el poder, y el desafío constante del lobby de armas, lo que no ha impedido que Obama se convierta en el primer presidente que ha planeado seriamente cambiar estas leyes. Y es que, al parecer, los norteamericanos prefieren la posibilidad de morir asesinados a balazos por sus vecinos a limitar su libertad para disponer y usar armas de fuego.
Y Guantánamo. Quiso cerrar esa cárcel ubicada en una base militar norteamericana en Cuba y fue, de hecho, la primera orden que firmó al llegar a la Casa Blanca.Pero, ante la imposibilidad de clausurarla y trasladar sus presos a cárceles de máxima seguridad en EE UU, por el rechazo frontal del Partido Republicano y parte de su propio partido, ha optado durante todo su mandato por ir desalojándola, enviando a los reclusos menos peligrosos a países que acepten su custodia carcelaria o la libertad vigilada. De los 780 reclusos que albergó este infame centro de detención en sus “mejores” tiempos, caracterizado por las torturas y otros procedimientos interrogatorios inaceptables, con Obama se han reducido a sólo 45 internos, de los que diez cuentan con autorización para su trasladado a Omán, a menos que el nuevo presidente lo impida.