Cuba es un anacronismo tan antipático como ese aislamiento que impuso EE.UU. y que no ha servido más que para que los dirigentes revolucionarios se enroscaran frente al gran enemigo del Norte, al que acusan de todos los males internos, incluida esa tímida protesta que algunos cubanos exteriorizan por la carencia de todo lo necesario, también de libertades. Obama está convencido de que acelerará la inevitable transición cubana hacia una democracia liberal con la apertura de relaciones amistosas entre ambos países, de tal manera que, enfrentada al espejo rico y libre del Norte, la sociedad cubana no tendrá más remedio que contagiarse de lo que se considera “normal” en Occidente, sin necesidad de bloqueos ni del uso directo o indirecto de la fuerza. El presidente norteamericano, para rubricar su mandato, quiere dar carpetazo a los métodos inútiles del pasado y abrir la mano para pilotar sutilmente la transición cubana.
El otro destino del peregrinaje de Obama por las Américas es Argentina, donde las manos de EE. UU. se mancharon con la guerra sucia de golpes de estado y dictaduras militares de infausto recuerdo. La fecha coincidía con los 40 años de una de las dictaduras más sangrientas del Cono Sur americano, patrocinadas por Henry Kissinger y su descarada política intervencionista. Con el apoyo de los EE. UU., el general Videla encabezaba una Junta Militar que ocupó el poder e impuso el terrorismo de Estado como forma de represión y aniquilación de cualquier oposición política, social o sindical que se le enfrentara. Miles de “desaparecidos” permanecen aún de aquella época infame en que la Operación Cóndor se encargaba de “limpiar” el país e imponer el “orden”, un orden militar, por supuesto. La desconfianza y hasta el repudio hacia los EE.UU en muchos países latinoamericanos provienen de este comportamiento imperial que hacía tabla rasa de los Derechos Humanos cuando estaban en juego intereses estratégicos. Obama no ha ido a Argentina a pedir perdón, pero reconoce tener “una deuda con el pasado” por tales hechos y persigue una reconciliación que restaure la confianza y apacigüe las relaciones entre el poderoso vecino del Norte y América Latina, al ofrecer la apertura anticipada de los archivos militares para que puedan conocerse detalles de lo sucedido en esa época. Aprovecha, para ello, la predisposición del nuevo gobierno argentino de Mauricio Macri para contrarrestar el sentimiento antinorteamericano que pueda existir en un país clave en la región. Ofrece lealtad y reciprocidad a unos vecinos que, de Canadá a Chile, conforman la plataforma desde la que EE. UU. se irradia al mundo. Obama ofrece la novedad de intentar “controlar” ese patio trasero basándose en el diálogo y la colaboración, ofreciendo respeto y no injerencia, y atrayéndose la confianza y el apoyo de sus vecinos. Está por ver que lo consiga, como ha conseguido enfriar el contencioso con Cuba, pero voluntad e iniciativas no escatima en su empeño por hacer las Américas con una bandera blanca de paz y amistad. El tiempo, una vez más, nos dará la respuesta.