Gesto adusto y mohín de disgusto. Un amago de puchero. Corren malos tiempos para la lírica –pero el soniquete no es de ahora– y la poesía está sobrevalorada. Obama se baja del pedestal del verso global y cae del guindo de un sueño americano que se ha convertido en pesadilla por obra y gracia de una fiesta hecha de té reaccionario.
Nunca un Halloween fue tan amedrantador para los Obama. Ni truco ni trato. Sólo té, y amargo. La fiesta republicana y el adiós a la poesía del "Yes, we can". Claro que "we can". We can lose. Podemos. Podemos perder. Podemos apearnos del andén de la utopía y bajar a la arena de la realidad por culpa de una crisis que no muere ni a golpe de gasto ni a fuerza de contención.
Obama ganó por su poesía. Entre otras cosas, supongo, pero sobre todo por su poesía. Por su manera de encandilar a las masas. Por hacerles sentir. Por hacerles ilusionarse. Por hacerles emocionarse.
Sin embargo, a Obama se le olvidaba que el poder puede ganarse a base de emociones, pero se mantiene a fuerza de razones. Con prosa. Con letras cabales apuntaladas con una buena dosis de números –a ser posible, no precisamente rojos–.
Ahora Obama se afana en la tarea de convertir en prosa su antaño triunfal poesía. Ya no hay carisma que valga. El tiempo se acaba y, en la dictadura de lo efímero, los juglares tienen los frames contados.