Decíamos el otro día que los sindicatos se han despertado de un largo letargo de siete años inducido por las ayudas estatales, con un profundo poder sedante. Ahora se despiertan de un largo sueño, agitados por las reformas de la nueva administración y por la sensible reducción en lo aportado por la administración a sus cajas de resistencia. El Sr. Méndez empieza a interpretar el tema a dúo con el sr. Rubalcaba, que ya lo explicó el otro día de forma perfectamente inteligible a propios y extraños, afirmando que el PP se manifestaba con los obispos y el PSOE con los sindicatos. Es torticero el dirigente socialista, pues los populares no acudieron a manifestación alguna con la Iglesia, sino algunos de sus afiliados y conspicuos, pero también socialistas como Bono o Vázquez, que presumen de ser practicantes además de católicos. Lo malo de D. Alfredo no es que se manifieste con los sindicatos, sino que les facilita y organiza la agitación para mover la calle, tratando de obtener lo que negaron las urnas, y ahí es donde empieza a haber sustanciales diferencias que le hacen a uno preferir, casi a los obispos. Estas algaradas progresistas destrozan mobiliario urbano, agreden a las fuerzas de orden público y detienen a varios manifestantes de un instituto con el curioso dato de ninguno es alumno del centro en cuestión. No recuerdo haber visto a obispos bate en mano destrozando papeleras, abollando automóviles o arrojando cócteles molotov, pero sí lo han hecho representantes de la izquierda progresista, pacífica y solidaria, o al menos, así se definían a sí mismos. He visto numerosas manifestaciones en las que conocidos simpatizantes y afiliados del PSOE lucían una enseña republicana, para protestar después contra quienes eran portadores de una bandera preconstitucional en otro acto de masas. Todo tendría una fácil solución si populares y socialistas luciesen en sus mitines la bandera nacional, que es la de todos, y sobre todo, si se dedicasen a trabajar más y meter menos ruido, sobre todo con adláteres como el Sr, Méndez a quien no le sentó demasiado bien la última comida en Zalacaín y nos hace pagar ahora las malas pulgas de una pésima digestión.
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